Ya he escrito por aquí en varias ocasiones sobre la pobreza de enfrentarse a un género como la ciencia ficción sin acceder, desde hace lustros o décadas, a una miríada de títulos fuera de catálogo sin posibilidad de una nueva traducción o una simple reimpresión. Un Olimpo reservado a un puñado de autores y obras que sí gozan del demostrado calor de los que pergueñan los listados tipo “Las 19 novelas de ciencia ficción que debes leer esta semana” y los equipos editoriales estándar. Una situación si cabe más sangrante cuando se compara con la labor realizada por Valdemar en el campo del terror. Sin embargo no recuerdo haber escrito sobre el problema relativo al formato; cómo un cierto tipo de novela ha desaparecido como producto. Historias de entre 100 y 250 páginas, con una extensión un poco por encima de la habitual en la categoría de la novela corta, muy popular hasta finales de los 70 y desde entonces en clara regresión, relegada a una excepción frente a libros más gruesos, más suculentos para el librero y la empresa publicadora. No es ya el predominio de las novelas por entregas o las series; es la imposición de una imagen de novela como volumen de más de 100000 palabras / 400 páginas en la cual el lector pueda ver satisfecha la proporcionalidad entre precio pagado y cantidad de papel entregada en el punto de venta.
Ante este contexto, se entiende mejor por qué me declaro fan de la colección Gigamesh Breve. Una serie de libros con esa extensión entre los cuales se encuentran un puñado de títulos que sería muy complicado ver en otro sello. Nadie se va a fijar en ellos para producir una película o una serie de televisión; sus autores están casi todos muertos; se atienen a esquemas narrativos no demasiado populares hoy en día. Queda la duda de cuáles pueden ser considerados clásicos con C mayúscula, pero eso daría para una discusión entre sus (contados) lectores. Uno de los últimos en sumarse a su catálogo es este Mundo Infierno, novela de Philip José Farmer sepultada en España por la popularidad de su Mundo del Río o Los amantes. Y, supongo, muy mediatizada por la edición que tuvo en los años 70 de la mano de Infinitum. Que no tengo pero, por otras obras sufridas en mis propias carnes, no es aventurado pensar que dejaba bastante que desear.