De la nueva carne a la nueva naturaleza

No lo oculto: este artículo se construye como una excusa para recomendar tres de los libros que más me han impresionado en los últimos meses. Se trata de Cero, de Kathe Koja, El alfabeto de fuego, de Ben Marcus, y Fafner, de Daniel Pérez Navarro, todos de reciente publicación en nuestro país, aunque escritos en un amplio espacio de tiempo entre 1991 y 2017.

Existe un vínculo posible entre estas tres remotas novelas, más allá de que se adentren por el territorio de lo fantástico y lo inquietante; tiene que ver, por un lado, con su apuesta por el relato físico, por la corporeidad como escenario y como código expresivo; por otro lado, los tres libros comparten una atmósfera de condición póstuma (término que tomo muy libremente de la filósofa Marina Garcés). Todos sus protagonistas se enfrentan a la certeza de un tiempo que se acaba: se acaba el amor en Cero, se acaba la familia en El alfabeto, se acaba el mundo tal y como lo conocemos en Fafner. La idea de extinción, íntima o colectiva, atraviesa el núcleo de estas tres novelas como una revelación fatal, un aprendizaje sin recompensa.

Videodrome

Clive Barker, fundador de la nueva carne junto con David Cronenberg a mediados de los ochenta, decía que sus historias no eran censuradas tanto por el exceso de violencia como porque amenazaban la integridad y la dignidad del cuerpo humano. Era necesario, para el ojo censor, preservar los límites de lo que se puede o no se puede hacer al cuerpo y con el cuerpo. Contra ese tabú, desde ficciones como Videodrome, Libros de sangre, la literatura cyberpunk o incluso el splatterpunk se abrió la veda para especular con todo tipo de transgresiones corporales, degradaciones, violaciones, mutaciones o hibridaciones que coincidió con la época dorada de los videoclubs y la efervescencia de cierta subcultura hecha en trastienda del mainstream.

Jamás he encontrado disfrute en el gore, pero en lo que se refiere a la exploración de lo físico siempre me ha atraído más el camino del terror que el de la ciencia ficción, quizá porque pone más el foco en el padecimiento humano que en el novum especulativo. Y padecimiento es otra palabra clave que vincula estas tres novelas, de las que solo Cero puede adscribirse al fenómeno de la nueva carne. Por supuesto, lo excepcional de estos tres títulos no proviene de la crudeza con que muestran la corrupción, el sexo o la violencia, sino de cómo consiguen que nos importe. El truco, como sucede siempre con la gran literatura, está en el lenguaje. Marcus, Koja y Pérez Navarro trabajan concienzudamente la prosa, en unos casos más lírica y en otros más directa o asfixiante, para sumergirnos en las tribulaciones emocionales y físicas de los protagonistas hasta lograr nuestra total identificación.

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Prophet: Remission, de Brandon Graham, Simon Roy, Farel Dalrymple y Giannis Milonogiannis

Prophet

Los locos y añorados años 90 señalaron el período creativo más fértil de Rob Liefeld, el reputado dibujante que, ya liberado de las ataduras y presiones de las grandes editoriales y convertido en artista total, dio a luz una galaxia de inolvidables personajes en un brevísimo espacio de tiempo, un subidón creativo de no te menees. Una de sus más desconocidas creaciones fue Prophet, cuya colección duró apenas veinte números y algún que otro especial. Prophet, John Prophet, un vagabundo convertido en supersoldado durante los años 30, gracias al típico suero del típico científico loco, que, ya metidos en faena, también le reprogramó el cerebro para el bien. Estos experimentos acabaron por convertirle en un bendito que se dedicaba a repartir estopa contra las fuerzas del Mal en nombre de Dios a lo largo y ancho de épocas y mundos. Pero, durante el transcurso de sus aventuras y por esas circunstancias de la vida del justiciero de tebeo, acaba criogenizado. Hasta que un buen día, dos personajes del seminal grupo Youngblood (otra inspirada creación de Liefeld) lo descongelan para que continúe la sagrada misión de pegarse con otro señor muy malo y sus esbirros. Pero la vida es muy puta, y la tiranía de las ventas más todavía, así que, aunque les cueste creerlo, Prophet volvió a dar con sus huesos en la nevera. En resumiendo, que me canso de copiar de la Wikipedia, estamos ante una versión mejorada del Capitán América pero con un depurado y atrevido estilismo; hombreras descomunales, melena alisado japonés a lo Melendi, protector de boxeo y musculatura que desafía los principios de la anatomía elemental, la geometría y la teología, rasgos todos ellos que condensan de modo ejemplar los innovadores recursos estílisticos del famoso autor.

Años después de que la colección quedara en el limbo de las obras de culto injustamente olvidadas (las cubetas de los tebeos de oferta), Liefeld recupera al personaje poniéndolo en manos de Brandon Graham y Simon Roy. Es un movimiento similar al ya realizado en el pasado con Supreme y Alan Moore, pero esta vez con autores indis. Image ya había ampliado su oferta tebeística con productos como Bulletproof Coffin, Orc Stain o King City (obra del propio Graham), así que, en una maniobra más vieja que el tebeo (risas enlatadas), ¿por qué no dejar a un personaje olvidado en manos de estos chicos, a ver qué pasa?. Como resultado, Prophet, que aunque conserva la numeración (el primer número de Graham y Roy es el 21), es un tebeo muy alejado de la propuesta de Liefeld. No me atrevería a afirmar categóricamente que mejor o peor, dejémoslo en simplemente diferente.

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Conan de Cimmeria, de Robert E. Howard

Conan de Cimmeria

Conan de Cimmeria

¿QUIÉN es Conan? ¿QUÉ es Conan? Nos encontramos con que, ya en pleno 2007, un personaje de fantasía heroica creado en el año 1932 para una revista de aventuras pulp se ha establecido, sobre todo, como un icono popular de referencias tebeísticas y cinematográficas. Un personaje estereotipado que casi todo el mundo sabe nombrar o ha oído nombrar alguna vez. Pero, ¿se conoce realmente a Conan el ladrón, al rey, al amante, al asesino…? Para miles de personas, Conan es el de los cómics; para otros centenares de miles más, el del cine. Ambos el mismo y ambos diferentes. Esta popularización ha hecho mucho por implantar una imagen definida del bárbaro entre el público general, pero ha dejado en la sombra otro Conan; el primero, el Conan de los relatos que originalmente concibió su creador, el joven Robert E. Howard.

Tras anteriores ediciones del material literario debidas a Bruguera, Forum y Martínez Roca, donde lo escrito por Howard se complementa y remezcla con aportaciones de continuadores de su obra, Timun Mas coge el relevo y vuelve a los orígenes de la fantasía heroica para deleitar al lector con una edición que pretende ser a todas luces la definitiva: recopilación cronológica de todo el material genuinamente howardiano en formato de lujo cuidadísimo y repleto de detalles. Un gozo, en definitiva, para el lector dispuesto a invertir un dinero en semejante delicattessen. Conan de Cimmeria recoge en este volumen I un poema, trece cuentos y variados textos complementarios: sinopsis, borradores y primeras versiones que salieron de la mano de Howard y han sido convenientemente recuperadas para la ocasión. Un menú de lo más exquisito que –sin querer desmerecer algunas de las aportaciones posteriores– podremos disfrutar como es de rigor.

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