Creo que es útil esta tendencia de convertir las ideas-fuerza en un mantra, para que queden claras. La dialéctica de moda hoy tiende a perder de vista lo fundamental y a embarullar, con el fin de no avanzar. Es mejor que un punto quede muy claramente definido aunque suponga mayor pobreza retórica.
Así que he aquí un mantra para empezar: lo anómalo, repetido suficientes veces, termina por convertirse en normal. Lo anómalo sólo tiene sentido si es excepcional.
La publicación de Luz en castellano, allá por 2003, me pilló en el típico momento de mi vida en el que empezar un libro que no se entiende hasta bastantes páginas más adelante no termina de ser lo más adecuado. Luego ya no era un libro de actualidad, y la verdad es que me daba pereza ponerme con una novela a la que iba a tardarle en sacar el jugo. Pero todo llega.
El libro está bien, aunque la espera no ha valido especialmente la pena.
En la crítica, hay una serie de tentaciones que siempre están ahí y en las que es difícil no incurrir. A la que me enfrento yo en esta ocasión es a la de ejercer de aguafiestas, la de llamar la atención llevando la contraria. Una novela que ha gustado a muchas personas cuyo criterio aprecio… no es para tanto. ¿Y si la hubiera leído yo primero, habría hecho saltar las señales de alarma para anotarme el tanto de que estábamos ante el advenimiento de la nueva cf por parte de un autor de trayectoria atractivamente maldita? No, creo que no. Hay muchos elementos en la forma de hacer de Harrison en este libro que no me gustan. Pero lo que sí es cierto es que esos elementos no deben hacerme perder de vista las cualidades de Luz. Seguramente no tantas como sus panegiristas han señalado, pero evidentes.