This Is The Way The World Ends, de James Morrow

This Is The Way The World EndsSi no me falla La Tercera Fundación, James Morrow apenas tiene dos novelas publicadas en España: Su hija unigénita y Remolcando a Jehová; sendas sátiras sobre el cristianismo construidas sobre el absurdo de la lectura literal de sus dogmas, textos… En 1986, cuatro años antes de escribir la primera de ellas, Morrow había sorprendido al mundo de aficionados a la ciencia ficción y la fantasía con This Is The Way The World Ends, una mirada menos ácida y cargada de una enorme tristeza sobre uno de los temas claves para entender la segunda mitad del siglo XX: la Guerra Fría y el miedo a un holocausto nuclear.

Morrow alimenta This Is The Way The World Ends con el pánico nuclear, alentado durante los años 80 por la Iniciativa de Defensa Estratégica y una serie de ficciones que volvieron a poner de actualidad los efectos de la radiactividad sobre la población (The Day After, Cuando el viento sopla). Su protagonista, George Paxton, un hombre común que talla lápidas en un cementerio, se enfrenta al dilema de cómo conseguir un traje SCOPAS; el equipo de protección esencial para sobrevivir a la radiactividad. No tanto por él como para proteger a su hija pequeña. Después de firmar un contrato extravagante consigue uno para, en su regreso a casa, observar en el horizonte la detonación de un misil y el posterior hongo atómico; el aldabonazo de inicio a un holocausto nuclear. Entre los cascotes de una ciudad destruida, mientras intenta reunirse con su familia, sufre un violento encuentro con otro superviviente y, a punto de morir, es salvado por la tripulación de un submarino con destino La Antártida. La única zona del planeta a salvo de las detonaciones por el momento.

Sigue leyendo

Historia natural, de Justina Robson

Historia natural

Historia natural

En las sociedades esclavistas de la Antigüedad, la esclavitud se consideraba la alternativa «humanista» al genocidio de los pueblos derrotados y, como ocurría en Roma, llegó a convertirse en uno de los pilares económicos del Imperio. Cosa que no provocaba ningún tipo de conflicto moral entre nuestros ilustres antepasados. El mismísimo Aristóteles, popular intelectual de la época, definía a los esclavos como «herramientas que hablan» negándoles así su capacidad de pensar y, por tanto, la identidad propia. Felizmente superados aquellos tiempos de trabajo no asalariado, no sería de extrañar que en un futuro se necesitara echar mano de alguno de estos venerables modelos de contratación de probada eficacia. Pero de un modo más tecnológico. ¿Qué ocurriría si la expansión humana por el Sistema Solar exigiera nuevas herramientas, herramientas que hablaran? ¿Cómo sería su estatus de ciudadanos y nuestra relación con ellos? ¿Conservarían una psicología humana? ¿Cuál sería el precio a pagar por la conquista del espacio? ¿Y la conquista de la libertad? Éstas son más o menos los interrogantes que se plantea Historia natural de la británica Justina Robson, una space opera de la escuela británica a medio camino entre Un mundo feliz, Cismatrix y el enfrentamiento mutante/humano de la Patrulla X.

Sigue leyendo