HEX, de Thomas Olde Heuvelt

HEXEntre los premios del pasado festival Celsius, la categoría de mejor novela traducida fue para HEX, de Thomas Olde Heuvelt. Una historia de terror con una génesis cuanto menos curiosa: es el fruto de la traducción al inglés de la novela original, escrita en neerlandés. El proceso llevó a un cambio de localización (de los Países Bajos a una pequeña ciudad del Estado de Nueva York) y a cambios en el desarrollo del relato que, en la nota final, Heuvelt deja para quienes puedan leer en su idioma original. Antes de leer HEX pensé que era algo gratuito y sin demasiado sentido, pero en cuanto entré en la narración tal y como se puede leer en España, comencé a apreciar las capas de significado que se mantienen o arraigan en la reformulación. Contar la historia de mujer martirizada por brujería en los Países Bajos del siglo XVII y cómo atormenta a las nuevas generaciones funciona. Llevar ese argumento a los asentamientos de Nuevo Amsterdam y ver cómo se asienta esa leyenda en otro país que ha perdido la noción de sus orígenes abre puertas, aunque se tardan en apreciar.

Las primeras páginas descuadran a quien esperara una novela de terror al uso. En dos escenas, Heuvelt se recrea en cómo los vecinos de Black Spring lidian con la aparición de una mujer cargada de cadenas, de ropajes de otra época raídas, con la boca y los ojos cosidos. Desde una normalidad entre lo grotesco y lo surrealista, se encargan de ocultar su presencia de extraños si la aparición es en un lugar público, o la tratan con cotidianidad cuando aparece en sus hogares. Es la manifestación de cómo han normalizado su relación con lo sobrenatural; el residuo maléfico de una mujer torturada por los primeros colonizadores cuatro siglos atrás, ligada a la región y sus pobladores sin remedio, y con un poder terrorífico que han aprendido a mitigar/controlar a través de una serie de estructuras y que se resumen en ese HEX por título. La organización que gestiona todo lo referente a La Bruja de Black Rock.

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El instituto, de Stephen King

El InstitutoEl vigor de un Stephen King ya septuagenario es digno de mención. Año tras año incorpora a su copiosa bibliografía nuevos libros y despierta entre sus lectores un animado diálogo sobre si son de los que merecen o no la pena. Poco puedo aportar a esta batalla de títulos, pero sí me veo capaz de valorar cómo esta novela de 2019 se vincula a la vertiente más pulp de su obra. Su argumento podría haber surgido de una tormenta de ideas tras un maratón en el Canal Historia; de hecho su trama nace de las sospechas más arraigadas entre los Trumpitas que asaltaron el capitolio con camisetas y gorras de Qanon. Un movimiento magufo que ha penetrado dentro de la arena política hasta el punto que sus seguidores empiezan a colonizar el partido republicano llevándose por delante a figuras no ya tradicionales sino incluso a los más afines al Tea Party. El instituto se sostiene sobre cómo una organización federal lleva décadas secuestrando niños con aptitudes para la telepatía o la telequinesis y los utiliza como herramientas en sus planes para controlar el destino de EE.UU. Una combinación donde se dan cita las historias sobre niños y adolescentes desaparecidos con ese pertinaz sentimiento “nuestro Gobierno nos oculta cosas”.

King plantea El instituto como un drama en tres actos contado desde tres estructuras comunitarias. Por un lado, los jóvenes que llegan a la instalación secreta y conviven durante unas semanas; el tiempo de gracia mientras les hacen pruebas, antes de ser convertidos en carne de cañón. Su protagonista es Luke Ellis, un chaval sobredotado que, antes de entrar en la universidad con 12 años, es secuestrado y trasladado a la sede de la organización en lo más profundo de Maine. Más o menos en paralelo desarrolla la llegada del ex-policía Tim Jamieson a DuPray, Carolina del Sur, donde se convierte en el sereno. Este pueblo de un millar de habitantes, con su gente trabajadora, sus fiestuquis de fin de semana y algún aventado, ejerce de caso práctico de “los blancos del Bible Belt, por mucho que hayan votado a Trump, no son basura”. Un camino de humanización bastante extendido en la actual producción de ficción en EE.UU. tal y como ratifica una película como The Hunt. Su reverso son el grupo de funcionarios que mantienen el día a día de El instituto. Un caso práctico de la inoperancia que suelen ver los liberales en estas estructuras públicas cuando quieren poner en valor su visión utópica de la empresa privada.

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