Edén, de Stanislaw Lem

Eden

Edén

Lo que más me gusta de Lem es que es un autor de registros. Se mueve con una fluidez pasmosa entre la fábula socarrona, el humor más desternillante y el drama filosófico sin aparente esfuerzo. Muy al contrario que otros autores caracterizados por una tonalidad monocorde, Lem es capaz de desdoblarse en muchos Lem distintos, cada uno con la habilidad de abordar temas muy dispares de muy diferente forma. Con todo, no renuncia a su propia personalidad. Es, ante todo, un narrador minucioso, en el que los personajes o el entorno llegan a quedar en un segundo plano ante su habilidad para desgranar con detalle los sucesos que pueblan sus narraciones.

En Edén esto ocurre desde la primera página, en la que se describe el accidente. Sin recurrir a grandes artificios literarios deja clara la magnitud de la catástrofe, los porqués y las consecuencias. Lem no se pierde en largos parlamentos o interminables explicaciones. Enumera lo que ocurre con tal fluidez que esas otras herramientas literarias no le son en absoluto necesarias.

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Lem

Stanislaw Lem por Jean Mallart

Stanislaw Lem por Jean Mallart

Hay autores, aquellos verdaderamente grandes, cuyo eco nunca se apaga. Al contrario, su voz se extiende y se pueden localizar sus aromas en cualquier guiso literario de cierta calidad, aun cuando ni el lector —y a veces ni siquiera el escritor— sabrían decir de dónde viene dicho sabor. El inconsciente colectivo apadrina esos elementos, esas ideas, esos personajes, esas técnicas literarias de tal modo que parece que siempre hubieran estado allí; sin embargo, hubo un principio, surgieron de alguna mente tras un terremoto de creatividad para ser algo común, una cima conquistada, unos hombros de gigante a los que los demás nos aupamos y que, a fuerza de usarlos de plataforma, olvidamos. Algo así sucede con Lem, uno de los grandes sin distinciones, sin acudir a géneros limitantes; autor con mayúsculas. Aunque su voz fue, a menudo, la de nuestra más querida y humilde ciencia ficción, su intención y sus logros fueron siempre universales.

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