Rodolfo Martínez es, en la actualidad, el escritor de género fantástico que cultiva con mayor asiduidad el pastiche literario –subgénero consistente en imitar el estilo de otro autor, escribiendo argumentos basados en su mismo universo literario–. No sólo ha empleado el personaje de Sherlock Holmes en diversas ocasiones, sino que ha imitado con fidelidad el estilo original de Isaac Asimov –“El robot”– y coqueteado con el crossover o combinación de universos literarios de autores clásicos como sir Arthur Conan Doyle y Bram Stoker –“Desde la tierra más allá del bosque”–, o el citado Conan Doyle y H.P. Lovecraft, como en esta tercera novela dedicada al genial detective inglés. Una obra inesperada, por cuanto tras La sabiduría de los muertos –1996, premio Asturias– y Las huellas del poeta (2005), tenía previsto cerrar su trilogía fantástica con El heredero de nadie, todas en la colección Bibliópolis Fantástica.
Si ya en el primer pastiche Martínez sorprendió por su elevadísimo conocimiento del universo holmesiano y una más que notable técnica al servicio de la imitación, la conjunción con un argumento fantástico plausible para con los parámetros establecidos por el detective racionalista por antonomasia supuso una auténtica renovación del personaje y su entorno. Una circunstancia que ha sabido rentabilizar a la perfección este destacable narrador, que no sobresale precisamente por la sofisticación de su estilo ni la belleza del lenguaje, al erigir a tan legendario investigador en centro de su narrativa desde que en 2005 se alzara con el premio Minotauro con Los sicarios del cielo.