Doctor en medicina, de Thomas M. Disch

Doctor en medicinaMinnesota sobrenatural es la secuencia de cuatro novelas que Thomas M. Disch publicó entre 1984 y 1999 después de abandonar la escritura de ciencia ficción. Una decisión tomada tras el escaso eco logrado por 334 y, sobre todo, En alas de la canción, y su descontento por el giro del mercado hacia el neoclasicismo y la fantasía; un entorno “hostil” hacia sus historias, en las antípodas de la aventura, el thriller, el optimismo y la forja del héroe. Movió sus trastos hacia el campo del terror donde tenía la esperanza que su visión pesimista del presente, la oscuridad de sus argumentos, la saña con sus personajes, fuera mejor recibida. Esto no se cumplió con la primera novela, El ejecutivo, una sátira de las historias de fantasmas a lo Un lugar agradable y tranquilo, si Peter S. Beagle se hubiera macerado en el yupismo y la cocaína que siete años más tarde llevaron a Brett Easton Ellis a American Psycho (cambiando la Gran Manzana por un suburbio católico del medio oeste). Le funcionó mejor en 1991 cuando se publicó Doctor en medicina, una fantasía oscura tejida casi con la misma madeja de El ejecutivo, a la que en su tercer y último acto incorporó una escenario de ciencia ficción de futuro cercano. Atestigua el éxito conseguido en EE.UU. su traducción en la colección bestseller de Ediciones B; una única edición señal de su pertinaz falta de atractivo para los lectores en España. Una constante que no por sabida deja de ser triste.

Si El ejecutivo era una ghost story grotesca, Doctor en medicina trabaja a partir de las ficciones de genios de la lámpara y los pactos mefistofélicos. Tal es la situación a la que se ve expuesto Billy el mismo día que la hermana Mary Symphorosa cuenta a su clase de primaria del colegio Nuestra Señora de la Merced que Santa Claus son los padres. Atormentado por la revelación y su carga catequética, en un día de invierno en St. Paul, Minnesota, el chaval no regresa a casa. Sentado en un banco del parque en plena tormenta, se materializa ante él un Santa Claus debajo de cuyos ropajes se esconde el dios Mercurio. Con la alegría de ver su creencia confirmada, el chaval regresa a casa para, tras una serie de interacciones, recibir de la deidad un caduceo; una herramienta para curar enfermedades y proteger la salud de quienes le rodean, pero también un vehículo para infligir dolor. Todo depende de unas normas a través de las cuales se establecen las idas y venidas del poder en él almacenado. Como en cada relato de los tres deseos, o en cualquier seguro que se contrate, las palabras, su gramática, su semántica, su interpretación (aquí incluso su rima) lo son todo. Algo que van a padecer las personas que le rodean y varias con las que se va a cruzar. A lo grande.

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El cura, de Thomas M. Disch

El cura

El cura

Tal vez sea el momento de poner fin a esta anomalía que rodea al juicio sobre Thomas M. Disch. Sí, a casi nadie se le escapa que es un gran escritor. Pero ¿en cuántas ocasiones se le coloca en el listado áureo de los grandes de la literatura fantástica? El cura viene a demostrar que Campo de concentración, 334, Los genocidas o En alas de la canción –menudo listado, caray– no fueron casualidades. Que el hecho de que la obra de Disch no tenga una continuidad fácilmente reconocible como la de otros autores más valorados no supone desdoro alguno a su trabajo; es más, quizá debería ser un jalón adicional para el reconocimiento.

Dicho esto, El cura, como será fácilmente deducible del arranque entusiasta, me pareció una obra tremendamente interesante. Y muy difícil de definir, como la mayor parte de las novelas relevante con elementos fantásticos que se publican últimamente. De hecho, esos elementos fantásticos de la obra ni siquiera queda claro finalmente que lo sean. Aunque se subtitule «novela gótica», El cura no es fácil de encajar como terror a la manera habitual. El calificativo gótico, sin embargo, resulta adecuado en una interpretación más literal, si nos dirigimos a la sustancia de su origen: sí que hay momentos desasosegantes, hay personajes siniestros que se acechan entre las bambalinas del relato hasta hacer notar su oscura presencia. También hay un cierre feliz, puesto que los finales abiertos y encogetripas son más bien un recurso contemporáneo, y en Maturin, Shelley o Lewis finalmente los malvados son castigados y los protagonistas dejan atrás, sin posibilidad de secuela, los peligros que les acechaban.

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