Detrás de Terminator se ven algunas sombras

BerserkersComo no me gusta pontificar, lo digo así: puede que Terminator sea la mejor película de James Cameron. Es posible. No lo sé. Lo que sí puedo decir es que es una de las tres o cuatro mejores películas de ciencia ficción de los años ochenta. Y creo que es un acierto considerarla una de las más oscuras de la década y, en el fondo, del siglo XX entero. Y sin duda podemos decir que es la mejor película de Linda Hamilton y de Arnold Schwarzenegger.

Pero hasta Terminator tiene sus precursores.

La saga de los Berserker, de Fred Saberhagen, va de unas máquinas que surcan el espacio exterior en busca de humanos. Estas máquinas sobrevivieron a sus enemigos originales y también a sus fabricantes alienígenas, a los ingenieros que, genocidas, las diseñaron para la guerra, y todavía cruzan, obstinadas, el vacío sideral con la única misión que les fue encomendada: capaces de autorrepararse, de reproducirse, lo único que hacen es, como Terminator, localizar y matar humanos. Esa misma, eterna obstinación homicida que veremos más tarde en la ciudad de Los Angeles con las máquinas de Cameron. Saberhagen, que por otra parte no se molesta en ocultar su machismo, en uno de los cuentos de The Ultimate Enemy, nos dice, evocador, que esa ‘armada’ mató a sus enemigos originales cuando la humanidad empezaba a dibujar sus primeras siluetas en las cavernas.

Pero la sombra que se percibe con mayor definición en la genealogía de Terminator es la de un cuento de Harlan Ellison.

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No distingo al hombre de la máquina

Terminator

Debajo de Terminator parece que se escondan estos versos de Roberto Juarroz: “El futuro no existe, / sin embargo cambia”. Planteándonos un futuro en el que las máquinas dominan el planeta y exterminan a los humanos, James Cameron consiguió sacudirse de encima el suspenso crítico que supuso Piraña 2, y, de paso, legó al cine una de las más desoladoras y oscuras películas de ciencia ficción del siglo XX. El prólogo ya nos lo advierte: estamos a las puertas de un futuro aterrador, y nosotros somos los únicos culpables. Sergio Benítez dijo hace tiempo en Blog de Cine que Cameron, con esta película, alejaba al género de las aventuras espaciales de George Lucas y su “bienintencionada y ligera” Guerra de las Galaxias, acercándolo a tonalidades más graves y reflexivas, pero creo que ese paso ya lo había dado antes Ridley Scott con Alien y Bladerunner. Es posible que la aportación principal de la película esté en otra parte.

¿Y qué pasa en Terminator? En Los Ángeles aparecen, en 1984, dos tíos en pelota (Arnold Schwarzenegger y Michael Biehn), buscando cada uno a su manera y por distintos motivos a Sarah Connor (gran papel ochentero de Linda Hamilton). Uno la quiere matar. El otro, no. Y la buscan porque aunque ella no lo sepa –no lo pueda saber aún– dará a luz a John Connor, futuro salvador de la humanidad que sobrevive en las ruinas del mundo postapocalíptico, arrasado, del que provienen los viajeros en el tiempo. Y ella es la clave porque su hijo será la clave, y esa lectura mesiánica, cristianega, de la película, es lo que me molesta de la saga (o sea que podemos hacer ver por un segundo que no va por ahí la cosa y seguir como si nada).

Las máquinas, creadas por nosotros, quieren más; desarrollan una inteligencia independiente, autónoma, y quieren más. Lo podemos repetir: las inteligencias artificiales se liberan, y quieren desgajarse, por fin, de las mentes creadoras que las dominan, para ser ellas mismas sin el impedimento de la subordinación esperada.

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