Leyes de mercado, de Richard Morgan

Leyes de mercado

Leyes de mercado

En el número de septiembre de la revista Qué leer, el excelente biógrafo Miguel Dalmau escribe un artículo de opinión en el que carga contra lo que él considera una carencia significativa en la literatura española reciente:

Uno de los rasgos más lamentables de la literatura actual es el descrédito del argumento. Es decir, el desinterés o incapacidad de los autores para plantear una historia que sea mínimamente original. En mis tiempos, los lectores caíamos deslumbrados ante los cuentos de Borges o Cortázar, no solo por la calidad de la prosa, sino por lo insólito de la trama… Y otro tanto ocurría con Orwell, Kafka, Calvino, Grass, Bradbury, Dick, etcétera. ¿Qué ha ocurrido pues para que la invención literaria haya caído en desuso? ¿Por qué ya no hay grandes argumentos?

A continuación, el escritor apuesta por una serie de motivos más que evidentes y propone como posible comienzo de solución, entre otras cosas, dirigir la mirada hacia la actual literatura anglosajona. En parte estoy de acuerdo con él, aunque creo que Dalmau comete el error de buscar en la dirección equivocada, olvidándose de la literatura de género. Entre lo más sobresaliente de La sombra del viento figuran argumento y trama, afirmación también válida para La piel fría. En el mismo orden de cosas, a los ejemplos a seguir que menciona, tales como Martin Amis, Kazuo Ishiguro, Julian Barnes y demás miembros del British Dream Team, se le olvida añadir los de la plétora de escritores de ciencia ficción que en estos momentos están desarrollando en las islas británicas una narrativa extraordinariamente imaginativa tanto en lo conceptual como en lo estilístico.

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Cazadores de luz, de Nicolás Casariego

Cazadores de luz

Cazadores de luz

El joven y prometedor autor Nicolás Casariego nos lleva en Cazadores de luz a un futuro no muy lejano donde las diferencias sociales están llegando a su máxima expresión, con una sociedad estratificada hasta límites insospechados en la que el nivel social de cada persona se ve reflejado por la primera letra de su apellido: cuanto más lejano de la Z y más cercando a la A mejor será su posición. Además el capitalismo ha impregnado todas las facetas de nuestra vida. Cada persona se ha convertido en vendedor y comprador y todo son transacciones, incluidas las relaciones de pareja. Todos quieren tener más crédito para ascender en el escalafón social y así poseer más comodidades y más crédito. Pero una vez que se consigue ascender un peldaño en esa escalada nadie se detiene a disfrutar sino que vuelve a comenzar ese círculo vicioso sostenido por el capitalismo más agresivo. Aquéllos que no aceptan este enfermizo juego residen fuera de las ciudades; son los habitantes de las zonas rurales, cuyas condiciones de vida son mucho más duras. Allí los más aptos intentan ir a la ciudad para introducirse desde abajo en su psicótica espiral consumista mientras el resto sobrevive como puede.

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