Howl’s Moving Castle, de Diana Wynne Jones

Howl's Moving Castle

Me parece curioso que nos encontremos ante lo que podemos llamar tranquilamente “segunda oleada de lectores de manga” y los únicos que se den cuenta son los lectores de tebeos, que ven cómo las estanterías de sus tiendas favoritas están siendo invadidas por personajes con ojos saltones y viñetas llenas de líneas cinéticas por doquier. ¡No es para menos! Hoy, mientras paseaba por la Fnac de Callao (la desembocadura del mainstream cultural madrileño, ¡ea!), veía atónito como ese género ocupaba ya una buena parte del espacio dedicado a los tebeos. Por no hablar de la moqueta, con varias personas repanchigadas de cualquier manera leyendo las aventuras de sus personajes favoritos. Ya me gustaría ver así la sección de la Fnac que contiene los libros de los que se hablan en esta bitácora…

Lo que pasa es que como siempre, y por mucho que me pese empezar aquí dando palos, en este país somos una panda de topos en lo que a visión comercial se refiere. Primero, no me explico que se tardase tanto en estrenar una película que, si bien no iba a ser taquillera (nadie lo pretendía), sí iba a tener el público potencial que llena las estanterías esas de la Fnac a las que me estoy refiriendo. Y el DVD no se estará vendiendo como churros, pero estoy seguro que más de uno de los que no me dejan pasar por el pasillo de marras se lo ha comprado.

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El misterio del príncipe, de J. K. Rowling

El misterio del príncipe

Es curioso observar como el fenómeno Harry Potter ha sido juzgado más bien por una serie de cuestiones extraliterarias que por sus propias virtudes como obra narrativa. En efecto, la mayoría de los periodistas y críticos que se han acercado a esta saga han resaltado, especialmente, el hecho de que haya conseguido enganchar a la lectura a una generación que muchos dábamos por perdida para esto de los libros. A partir de ahí, el debate parece que se ha centrado en si realmente era bueno que nuestros tiernos infantes cayesen en la garras de la literatura fantástica y en esa línea ha habido opiniones para todos los gustos. Desde defensas tibias (“por lo menos leen”) hasta gestos de auténtico horror.

Como mucho, Harry Potter parece que ha sido considerado una herramienta útil para que el lector joven llegue a otros sitios, un rito de iniciación antes de entrar en las cosas que de verdad uno tiene que leer.  Y, sin embargo, muy poca gente ha analizado si los libros de J. K. Rowling son buenos por sí mismos, no como herramientas pedagógicas o como extraño misterio mediático sino como artefactos literarios. Y creo que esto se debe a que muchos de los que han llenado páginas de periódicos y tertulias radiofónicas con el tema no se han leído realmente la saga. Sinceramente, dudo mucho que lo hayan hecho. Y a este respecto una anécdota que oí hace unos meses en un programa de radio. Se hablaba sobre posibles lecturas para el verano y alguien menciono, para los más jóvenes, los libros de Potter. Todo el mundo estuvo de acuerdo pero, rápidamente, alguien afirmó: “la verdad es que el bueno es el primero, los demás son meras explotaciones de ese éxito”. Y ahí es cuando estuve a punto de salirme de la carretera –cosas de escuchar la radio sólo cuando conduzco– porque –a pesar de que el resto de los tertulianos asintieran gravemente– es justo lo contrario. Los dos primeros libros de la serie –La piedra filosofal y La cámara secreta– son los más flojos, mientras que los volúmenes tres y cuatro –El prisionero de Azkaban y El cáliz de fuego– son los dos más conseguidos hasta el momento. En fin que en este país, como siempre, nos encanta hablar de lo que no sabemos.

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