Lo mejor de Silverberg, de Robert Silverberg

Lo mejor de SilverbergUna de las cosas que más me interesan de las colecciones de relatos es el contexto personal y social de las historias que se presentan. En especial cuando cubren periodos relativamente largos y/o un momento histórico relevante en el tema que nos ocupa. Hay muchas que simplemente son una serie de cuentos sin mayor hilo conductor más allá de rebuscar la fecha original de cada uno en el índice o la letra pequeña del copyright. En el caso de Lo mejor de Silverberg es el propio Robert Silverberg quien nos introduce en cada uno de sus diez relatos. Estos textos no solo aportan algo de explicación a lo que vamos a encontrar sino que, más importante, nos hablan del momento personal a la hora de escribir cada relato. También aporta píldoras históricas de algunas de las personas y revistas más relevantes de la ciencia ficción en los Estados Unidos de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado, desde su relación con Frederik Pohl, Anthony Boucher o Harlan Ellison a sus anecdóticas aventuras para publicar en las revistas más relevantes del momento, ya sea Galaxy o The Magazine of Fantasy & Science Fiction. Al mismo tiempo me resulta algo histriónica la referencia que en ocasiones hace Silverberg a sí mismo en tercera persona, especialmente en las primeras introducciones. En contraste con la propia afirmación de que algunas ideas vienen de otras no desarrolladas por otros autores, como es el caso de “Para ver al hombre invisible” y su relación con “La lotería en Babilonia” de Jorge Luis Borges. O los momentos en los que se vanagloria de su técnica a la hora de escribir ciertos cuentos.

La primera de las narraciones de esta colección se publicó cuando Silverberg apenas tenía veintitrés años. “Hacia el anochecer” abre la triada de relatos de “hombres a los que les pasan cosas” y que se completa con “Hombre cálido” y el ya mencionado “Para ver al hombre invisible”. Aparecidos a caballo entre la década de los cincuenta y principios de los sesenta, son historias con un desarrollo simple donde el escenario y la moralidad superan en relevancia al resto de características del relato. Ya sea un personaje que se enfrenta a una Nueva York donde el canibalismo asoma como último recurso de supervivencia, o el castigo cuya pena es convertirse en invisible, no física pero sí socialmente. Debates que, por otra parte, podrían ser vigentes hoy en día, aunque la sobreexposición a disyuntivas morales en las mil y una obras de todo tipo que nos llegan por diversos medios obligan a un mejor desarrollo de personajes y contexto con el que lograr el impacto que se busca. En cualquier caso, estos relatos iniciales no tienen la mayor trascendencia y son plenamente olvidables.

Las dos obras más largas de este volumen y quizá, según afirma Silverberg, reconocidas (no necesariamente a nivel de premios) son “La estación de Hawksbill” (1966) y “Alas nocturnas” (1968). Y, al mismo tiempo, las que más me han convencido ya que permiten desarrollar más los mundos en que se sitúan, darle una breve profundidad a algún personaje y no simplemente plantear un dilema, impacto inmediato, fin.

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