Monster Show. Una historia cultural del horror, de David J. Skal

Monster ShowLa reciente muerte de David J. Skal se ha dejado sentir. En noviembre de 2023, semanas antes de un fatídico accidente, el autor de Hollywood gótico y Algo en la sangre había visitado nuestro país para promocionar la recuperación de Monster Show. En su estancia en San Sebastián, Barcelona y Madrid dio muestra de una simpatía pareja a su reconocida sabiduría sobre el terror, sobre todo en la vertiente cinematográfica. Esto explica la manifestación de tristeza compartida a modo de pequeño homenaje y agradecimiento hacia un escritor en trámite de ser recuperado en España.

Etiquetado como una historia cultural del horror, Monster Show fue traducido por primera vez en 2008 por Óscar Pálmer para Valdemar. Sin embargo, como otros volúmenes de la colección Intempestivas, después de quince años alcanzaba precios prohibitivos en el mercado de segunda mano. En su treinta aniversario, Es Pop Ediciones lo ha puesto de nuevo en circulación en una cuidada edición con abundante material gráfico, una maquetación esmerada, índice onomástico… Apenas algunas erratas le quitan una miaja de lustre, supongo fruto de las prisas por llegar a tiempo a la visita de Skal.

Por centrar el tiro, mi única discrepancia con Monster Show reside en el subtítulo que le acompaña: la mencionada “Una historia cultural del horror”. Skal aborda en su interior sobre todo un estudio de la figura del monstruo y lo monstruoso en el cine estadounidense, algo más largo de contar en una frase promocional pero más certero en la definición. Un tema al que se entrega desde su conocimiento de la historia y su capacidad para el análisis con una inteligencia equiparable a sus fuentes. Bastan tres capítulos para darse cuenta.

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Terror y ciencia ficción

FrankensteinEl terror y la ciencia ficción, como mínimo en cine, han hecho muy buenas migas. Alien, Terror en el espacio, La cosa, Scanners, Terminator, Horizonte final, Cube o The Faculty son unos pocos ejemplos de lo bien que ligan las idiosincrasias del terror y la ciencia ficción, de lo mucho que se llegan a nutrir la una de la otra hasta lograr esas obras híbridas que son lo que son, y algo más. Salvo excepciones, el idilio ha sido mucho más rico en cine que en literatura, y más estimulante, como decía en el texto anterior, que el del humor y la ciencia ficción. ¿Por qué más en cine que en literatura? A eso, la verdad, no tengo mucha respuesta.

Pero si la ciencia ficción es, como dije en el texto sobre Los jugadores de Titán de Philip K. Dick, la deformación plausible de la realidad, quiere decir que, si prescindimos, por un momento, de los escenarios metafísicos del terror paranormal, veremos que la relación entre avance científico y terror, o entre futuro y terror, es muy natural. Veremos que un género se deriva ágilmente del otro, da igual el orden, y que el terror, así, contribuye también a esa misma deformación plausible de la realidad. Los robots rebelados o el salvajismo que brota en una situación desesperada de sociedad postapocalíptica nos plantean posibilidades de horror fascinante más allá del simple slasher (es un decir), porque el caso es que la ciencia ficción ensancha las posibilidades y el imaginario del terror extendiéndolo a través del tiempo y del espacio en la misma medida en que el terror modifica y matiza los logros que normalmente le atribuimos a la ciencia ficción, acercándola más, con sus espantos, a lo sublime. Se retroalimentan, vemos.

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Algunos apuntes sobre Stranger Things y el papel de la mujer en la ficción de horror

Stranger Things

Tengo que reconocerlo: mis hijos y yo lo pasamos genial viendo Stranger Things. La serie de los hermanos Duffer para Netflix nos encantó exactamente por las razones por las que fue diseñada para encantarnos: a mí por la nostalgia ochentera, a mis hijos por todo lo demás. Lo cual es digno de celebrarse, creo: comprobar que la (calculada) honestidad de la propuesta, totalmente libre de ironía, y ese sentido de maravilla más emocional que visual calan todavía en las mentes de los chavales a pesar de las miles de horas quemadas ante Hora de aventuras y la PS4.

Podemos lamentarnos por la falta de originalidad —el límite entre el homenaje mitificador y el refrito comercial es difuso—, pero lo cierto es que la fórmula narrativa de Spielberg sigue funcionando treinta años después. Vaya si funciona. Ahora bien, la naïveté que rezuman los personajes también se le exige al espectador para pasar por alto unos cuantos disparates de guión; pero recordemos que las películas de Spielberg nunca estuvieron dirigidas a cuarentones sino a chavales de la misma edad que los Goonies, y en aquel entonces lo único que pedíamos era una buena aventura.

La (aparente) ingenuidad del relato no evita que nos hagamos algunas preguntas sobre el contenido ideológico de la serie. Que lo hay, por supuesto. El envoltorio retro facilita de hecho la identificación de algunos valores tan estadounidenses como conservadores: por ejemplo, la idea de que el Estado está detrás de todas las grandes conspiraciones contra los ciudadanos y de que cada uno debe aprender a defender a su familia y a sí mismo. La navidad. La familia. El sheriff. La pequeña comunidad donde nunca ocurre nada malo. Etcétera.

Pero hay un aspecto en el que me interesa fijarme por encima de todo eso, y tiene que ver con el papel de la mujer y los estereotipos sexuales.

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