Luz negra, de Pedro Berruezo

Luz negraFlorence Balcombe fue la mujer de Bram Stoker. Después de la muerte del escritor, manejó con puño de hierro los derechos de su obra; para qué negarlo, más allá de Drácula un terreno poco productivo. El hito más recordado de su guardia fue su empeño por destruir todas las copias del Nosferatu de Murnau, una adaptación de Drácula convertida en un éxito del cine mudo que pudo perderse del todo. Pero, ¿y si detrás de su perseverancia hubiera más que una batalla por defender su estatus económico o aleccionar a quienes desearan hacer otra adaptación sin permiso? ¿Y si la proyección de la película no fuera un simple acto de difusión cultural y Balcombe estuviera protegiendo la misma realidad de quienes desean desmantelarla para rehacerla a su imagen y semejanza?

Hay mucho en Luz negra de la concepción de Tim Powers de la fantasía oscura. No tanto en la redacción del texto, que obedece más a un thriller entre el terror y la fantasía oscura, con diversos personajes atrapados en un delirio de horror cósmico, como en el fondo. Sobre todo en un argumento enhebrado alrededor de una serie de acontecimientos donde detrás de lo factual anidan pactos mefistofélicos, seres preternaturales aguardando a entrar desde el otro lado del velo o una búsqueda que desata fuerzas hibernadas durante décadas. Con piruetas metaliterarias que ahondan el calado de este deslizarse por los huecos de la Historia para explorar el potencial del arte como herramienta para modelar el mundo.

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Apartamento 16, de Adam Nevill

Apartamento 16Adam Nevill es el autor de El ritual, aquella historia de cuatro amigos perdidos en un bosque asediados por la culpa del superviviente, el folk horror y el terror preternatural. Pero no quiero tirarme el pisto de haberla leído; me conformé con disfrutarla en su adaptación distribuida por Netflix en 2017. En el club de lectura de la TerSa llevábamos tiempo hablando de leernos uno de sus libros y, de todos los traducidos, nos decantamos por esta novela publicada en 2011 por Minotauro. La sinopsis con un edificio encantado en el medio de Londres, conexiones con artistas nazis, la decadencia de los paisajes urbanos y cultos a dioses de otra dimensión tanto podía ser más de lo mismo, una actualización de Nuestra señora de las tinieblas a los tiempos del auge del populismo de derechas, una garantía de inmersión, atmósfera, el espíritu de nuestro tiempo… Sin duda, nos dio conversación.

Detrás de la historia de la joven estadounidense, April, que acude al Reino Unido a solucionar una herencia tras la muerte de un familiar, su tía Lillian, se suceden los estereotipos. Una situación económica precaria que empuja a conseguir pasta; una muerte que no despierta sospechas hasta que se mira un poco; un comportamiento errático de la fallecida, caracterizado por su deseo de abandonar un edificio, Barrington House, sin éxito; unos vecinos extravagantes y ligeramente hostiles hacia la joven; el descubrimiento del vínculo del edificio con ese pintor olvidado que pasó la Segunda Guerra Mundial entre rejas por sus filias nazis…

Hay más detalles, porque la lista de checks es amplia, incluyendo el flirteo con un especialista en el pintor. Pero aquí hemos venido a jugar y hay cosas que Nevill resuelve bien. Sobre todo la manera de construir la tensión con los oportunos cliffhangers, una sensación ominosa construida por la proverbial presencia que parece acechar a la joven y el descubrimiento de las capas de pasado que han llevado hasta este momento. En los diarios de la muerta, que transmiten el nivel de psicosis en que debió vivir queriendo escapar sin conseguirlo. Y en lo que rodea al pintor, en particular un grupo de excéntricos seguidores que lo han convertido en el centro de sus vidas. Este grupo pintoresco, unido al punto cotidiano de las pesquisas de April, son los pequeños atractivos en ese conjunto transitado y previsible. Un poco como si Ramsey Campbell se diera de bruces con una tropa de ufólogos más propios de Mars Attack que de Independence Day.

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