Neverwhere, de Neil Gaiman

NeverwhereFormo parte del grupito que no siente demasiado aprecio por la literatura de Neil Gaiman. Para contextualizar esta opinión aclaro que lo mantengo por Sandman, con todos sus trabas como tebeo, o varios relatos. Y tiene bastante de prejuicio. Al poco de traducirse tropecé con American Gods, una novela irregular cuyo único atractivo, para mi, estuvo en las historias personales de esos dioses en su llegada al Nuevo Mundo y sus posteriores problemas para subsistir en competencia con las deidades surgidas durante el siglo XX. La materia que forma al personaje de Sombra y su viaje personal me parecieron, por ser fino, anodinos. Hice cruz y raya con esta faceta de su escritura hasta que en la Tertulia de Santander se propuso como libro de lectura Neverwhere; su primera novela en solitario escrita a partir de un guión del propio Gaiman para una miniserie de la BBC. Mis sensaciones han reproducido las pautas de mi recuerdo de American Gods, una opinión con su riesgo; a priori puede haber mucho de mímesis en este juicio.

Neverwhere es el enésimo relato de un personaje que se inicia en otro mundo en contacto con el nuestro, en la línea de Los que pecan, de Fritz Leiber, o el universo de “Entre líneas”, de José Antonio Cotrina. El gran tropo vertebrador de la obra de Gaiman. Fue la base de Los libros de la magia, era una de las pautas más repetidas en las historietas de Sandman y, poco después de Neverwhere, regresaría a él en Stardust o en Coraline. Richard Mayhew, un aburrido oficinista llegado unos años antes a Londres para buscarse la vida, se cruza en el camino de Puerta, una joven que está siendo cazada por el Sr. Croup y el Sr. Vandemar. Este par de sicarios utilizan todo su poder sin misericordia, con el pie pisando el acelerador sin importarles las consecuencias. Al ayudar a Puerta, Mayhew sella su destino y termina sumergido en el Londres de abajo, el submundo entretejido con nuestro Londres, poblado por criaturas legendarias y quienes han padecido esa misma “elevación”.

Sigue leyendo

Roco Vargas, de Daniel Torres

Roco Vargas

Dicen que el verano es época de relecturas. Para mantener la costumbre de publicar, durante este mes de vacaciones recuperaré semanalmente algunos artículos perdidos de mi antigua bitácora. En septiembre volveremos con más emociones. A descansar.

En Roco Vargas se recopilan los cuatro álbumes “clásicos” de “Las aventuras siderales de Roco Vargas”, publicados en los ochenta y antes del regreso a las estanterías del personaje hace ya bastantes años con el álbum El bosque oscuro. Con este regreso se trataba de convertir a Roco en protagonista icónico de una serie abierta al estilo francés, una vez que la historia del personaje había quedado completamente cerrada y resuelta al final de La estrella lejana. Por tanto, no me ocuparé aquí de esos cuatro álbumes (El bosque oscuro, El juego de los dioses, Paseando con monstruos y La balada de Dry Martini), de la época “moderna”.

La serie se inicia en 1984 con Tritón, un álbum donde Torres se encuentra todavía bajo la influencia total de Miguel Calatayud en lo gráfico, pero que sigue la escuela del tebeo de aventuras de toda la vida en lo narrativo. La historia no es más que un pastiche posmoderno de cachondeo a costa de la ciencia ficción más clásica, la de los años treinta, (el malo es un oriental del espacio que se llama Mung, no les digo más). Predominando el interés en lo gráfico, el álbum, ligero y de divertidos diálogos, es como tomarse un martini con media sonrisa y la ceja levantada mientras se lee a P.G. Wodehouse  y no presagia en absoluto lo que llegaría después. En esta historia, Roco se nos presenta como un aventurero espacial retirado (con los rasgos de Clark Gable) que lleva una doble vida regentando el exclusivo club Mongo y escribiendo ciencia ficción pulp bajo el seudónimo de Armando Mistral. Incluso tiene un mayordomo negr…, digooo, verde y marciano para más señas. La acción transcurre en un sistema solar de broma habitado por mercurianos, venusianos, marcianos…, en un ejercicio de revisión irónica de la cf de los años veinte y treinta, que abarca desde, por supuesto el Flash Gordon de Raymond, hasta los seriales de Buck Rogers pasando por la space opera de Van Vogt e, incluso, Burroughs (el de Tarzán, no el otro) bañado todo en la estética retrofuturista del Fritz Lang de Metrópolis o La mujer en la luna y los arquitectos locos de las vanguardias de los años veinte.

Sigue leyendo