Cero, de Kathe Koja

CeroCero es la cuarta novela de La biblioteca de Carfax que comentamos en C y después de su lectura, independientemente de la valoración sobre el texto, prevalece la reafirmación de la necesidad de un proyecto editorial así. No sólo por el criterio detrás de la selección de títulos o, en sintonía con ese carácter, cuidar el libro como producto. Lejos de dejarse llevar por la urgencia de la novedad y la expectación de lo que se habla ahora en anglosajonia o la esfera influencer, en el catálogo se mantiene no sólo un envidiable equilibrio entre novelas y colecciones de relatos. También es evidente en una personalidad que no hace ascos a recuperar obras de hace décadas, olvidadas por la ausencia de un espacio para publicarlas en España o el miedo a comerse la tirada completa ante textos de encaje complicado. Tal es el caso de Cero, novela de Kathe Koja aparecida hace tres décadas que Ismael Martínez Biurrun recomendaba encendidamente en “De la nueva carne a la nueva naturaleza” y que me ha seducido tanto como a él.

Esta sensación tiene algo, mucho, de malsano. El lugar en el que Koja encierra a sus personajes durante casi 300 páginas y donde se desarrolla el acto crucial de sus vidas bascula entre lo enfermizo y lo sórdido. Es difícil encontrar un resquicio de felicidad, optimismo, esperanza en el relato de Nicholas, el narrador, un empleado de blockbuster alienado en una existencia anodina y una relación de dependencia con Nakota, una bailarina de striptease. La disfuncionalidad de ese vínculo se acrecienta con la aparición en su domicilio del agujero, una no-entidad que sirve de portal a otra realidad. Nakota lo explora arrojando a su interior objetos, pequeños seres vivos y una cámara para observar su interior. Toda este proceso reactiva una relación que parecía terminal y que trasciende a un nuevo nivel cuando Nicholas atraviesa el agujero involuntariamente con su mano.

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