Vivimos tiempos convulsos. No sólo por la concatenación de la macrocrisis económica, la degradación de nuestro estándar de calidad de vida, el progresivo aumento de las desigualdades sociales, la pérdida de confianza en la casta política que elegimos elección tras elección… A la vuelta de la esquina hay una serie de cuestiones que apenas se han tratado debido a todo el bagaje que llevan consigo y que se acercan inexorablemente.
Sirva de ejemplo cómo se ha tratado en España el tema de la energía nuclear y cómo se ha dilatado la gestión de los residuos de alta actividad que se producen en las centrales; 3 o 4 décadas de bidones acumulándose en piscinas junto a los reactores, o enviándose a Francia por un “módico” precio, sin que los que debieran haber solucionado el asunto se decidiesen a construir el almacén destinado a albergarlos hasta hace unos meses. Uno de esos melones que nadie quería tocar y que sólo se abrió cuando huir dejó de ser una opción. Pero ahora toca hablar de otro problema complejo y poliédrico, más acuciante y, por tanto, más obviado: el agotamiento del petróleo barato.
La mejor manera de acercarse a este asunto es a través de la tasa de retorno energético, que mide la relación entre la energía que obtenemos de un recurso y la que necesitamos invertir para obtenerlo. El caso del petróleo es paradigmático. Mientras que hace cien años su tasa era superior a 100, ahora mismo, dependiendo del yacimiento, el abanico abarca entre 5 y 15. Es decir, se necesita un barril de petróleo para extraer de un yacimiento esa cantidad de barriles. Algo que unido al aumento de demanda lleva a este recurso a unos precios que, si continúan por esta senda, encarecerán hasta límites insospechados los desplazamientos de cualquier tipo, los alimentos y el resto de bienes de consumo… Si, además, metemos en la ecuación lo que algunos anuncian que ocurrirá cuando se sobrepase el peak oil, una serie de acontecimientos que dejarían las novelas catastrofistas que escribió John Brunner como optimistas, el futuro tiene pinta de invitar a rasgarse las venas y sumergirse en una bañera con el agua bien calentita. Este es el suelo en el cual Emilio Bueso cultiva Cenital, una novela apocalíptica, un mazazo orientado a fijar la mirada en uno de los posibles abismos sobre el que nos movemos.
Como pico y pala, Bueso utiliza en la narración cuatro secciones que intercala regularmente. En la que tiene una mayor sustancia, enclavada en el año 2014, se centra en la ecoaldea de Cenital después del colapso; un día a día de carestía y trabajo de sol a sol en una vuelta al siglo XVIII sin resurgir posible. Allí conviven una serie de personajes definidos en otros capítulos a través de un narrador externo que desnuda todo lo que les llevó a formar parte de este grupo de supervivientes. En ambos segmentos es fundamental la voz del narrador, cómo mediante el humor, con su tono, con lo que subraya, con lo que calla… fuerza Cenital hacia una postura: la inevitabilidad. El destino está escrito, no hay escapatoria y lo que vemos es la consecuencia final de una carrera suicida que hace décadas sobrepasó el punto de retorno. Evitar el hundimiento hubiera requerido de una serie de cambios contradictorios con la propia naturaleza humana.
Mientras, las otras dos secciones juegan el papel de contrapunto. No porque ofrezcan un respiro sino porque cambian el registro al tomar la forma de reflexiones sobre lo que nos ha conducido hasta esa situación. Las primeras, una serie de artículos extraídos del blog del fundador del enclave e ideólogo de la ecoaldea, Destral, zahieren de una manera todavía más directa. Golpean con saña los vicios acumulados a lo largo de nuestra historia, aportan argumentos que apoyan sus tesis y, como corresponde a los creyentes, olvidan otros que las pondrían en cuestión. Mientras, las segundas son breves citas de una serie de autores que hacen mención a la fragilidad de esa pátina que llamamos civilización y que van desde militantes de la teoría del Peak Oil como Guy McPherson, fragmentos de informes de algún que otro organismo, frases de autores como H. G. Wells o Manuel Vicent…
Esta estructura garantiza el cinético encadenamiento de escenas y reflexiones que, conectadas a la variedad de situaciones descritas, la rabia detrás del discurso, la brevedad de los capítulos, conducen a una lectura compulsiva. Y, también, a pasar por alto algunos detalles que chirrían un poco.
El menos importante es el referido a la propia fecha del colapso, situado por Bueso en algún momento de 2012 o comienzos de 2013. No porque no vaya ocurrir, que a saber, como porque la sensación predominante cuando escribo estas líneas lo hacen un tanto inverosímil. Se fuerza el pacto de ficción y se resta carga a un argumento que, situando la historia dentro de cinco o diez años, parecería más creíble.
Más preocupante es cómo se prescinde de los personajes. Apenas se avanza más allá de sus miserables vivencias, por lo que poco importa lo que les ocurra, y, prácticamente, todos se delimitan al margen de la narración principal. No se les define ni a través de sus conversaciones, ni de sus acciones, ni de la manera en que sus compañeros les ven… Una técnica particularmente molesta en el caso de Destral, el último de todos en ser descrito, el que tendríamos que conocer mejor y que termina revelando facetas apenas entrevistas porque no ha habido espacio (ni, creo, interés) por desarrollarlas antes. Todo ello mengua el alcance de la narración principal convertida en una pequeña anécdota, una crisis más en la historia de una ecoaldea habitada por personajes de dos dimensiones. Un capítulo más de una serie apenas bosquejada donde las tesis detrás del argumento lo son (casi) todo y no hay lugar para atender otras facetas.
Así, Cenital es una novela de supervivencia escrita con convicción, con una retórica chulesca a mitad de camino entre el ingenio y la chabacanería que se estanca a la hora de “narrativizar” una parte de lo que cuenta. Imprescindible para despertar ante hechos que pueden estar a la vuelta de la esquina, notable como ejercicio de literatura prospectiva pero relativamente mejorable como narración. Y, por qué no reconocerlo, todo lo que las novelas de zombies que se publican a ritmo de dos o tres kilos al mes jamás son porque se pierden en el escenario. Aquí hay encerrado un terror que no está concebido para disfrutar con palomitas.
Pingback: Cenital « Rescepto indablog
Pingback: Esta noche arderá el cielo, de Emilio Bueso ← Literatura Prospectiva
Pingback: Cenital | Rescepto indablog