Edén, de Stanislaw Lem

Eden

Edén

Lo que más me gusta de Lem es que es un autor de registros. Se mueve con una fluidez pasmosa entre la fábula socarrona, el humor más desternillante y el drama filosófico sin aparente esfuerzo. Muy al contrario que otros autores caracterizados por una tonalidad monocorde, Lem es capaz de desdoblarse en muchos Lem distintos, cada uno con la habilidad de abordar temas muy dispares de muy diferente forma. Con todo, no renuncia a su propia personalidad. Es, ante todo, un narrador minucioso, en el que los personajes o el entorno llegan a quedar en un segundo plano ante su habilidad para desgranar con detalle los sucesos que pueblan sus narraciones.

En Edén esto ocurre desde la primera página, en la que se describe el accidente. Sin recurrir a grandes artificios literarios deja clara la magnitud de la catástrofe, los porqués y las consecuencias. Lem no se pierde en largos parlamentos o interminables explicaciones. Enumera lo que ocurre con tal fluidez que esas otras herramientas literarias no le son en absoluto necesarias.

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Retorno de las estrellas, de Stanislaw Lem

Retorno de las estrellas

Retorno de las estrellas

Hay una determinada categoría de escritores que ofrecen en cada texto una justificación suficiente para la lectura. Es un síntoma de grandeza; quizá no él único, pero sí uno de los más relevantes. Lem es de los escritores que, al menos en la porción de su obra que conocemos en castellano, ofrece en cada página un aliciente, una razón, una reflexión. Todo ello viene a cuento porque ese don es capaz incluso de transmutar un tópico de la cf como el del viajero que vuelve de las estrellas años después de su partida en un material con valor.

Leyendo Retorno de las estrellas se comprenden en parte las razones que llevaron a que Lem se enfrentara a la ciencia ficción estadounidense y la calificara de pueril. El retorno del astronauta Bregg a la Tierra, plagado de insatisfacciones y temores, es toda una contraposición a la imaginería gloriosa, triunfalista, con la que cualquier artesano medio de la ciencia ficción americana hubiera afrontado ese tema. Ojo: por supuesto, no podemos incluir en esa categoría a Thomas M: Disch, pongamos por caso. Pero es que Los genocidas sería al tema de la invasión espacial lo que Retorno de las estrellas al de la vuelta del astronauta: un cruel repaso a un tema trillado para ofrecer una cruda exhibición no convencional, pero bastante más creíble que la mayor parte de la morralla habitual. Sin embargo, lo cierto es que la historia de la cf “de éxito” no la están escribiendo los Lem ni los Disch. Y quizá por eso sea tan necesario reivindicarles como portavoces de la cf “de calidad”, y hacer hincapié en la necesidad de reescribir esa historia de la cf separando el valor histórico de medianías con cierta imaginación para los cachivaches del literario. Creo, además, que es el único medio para lograr la supervivencia del género.

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Fiasco, de Stanislaw Lem

Fiasco

Fiasco

El piloto Parvis aterriza a duras penas en la minúscula base del cráter Roembden de Titán para acabar enterándose de que ha sido obligado a desviarse hasta allí por error, puesto que su cargamento iba destinado a Grial, la otra base del satélite de Saturno. Debido a la deficiente planificación y peor gestión de ambas instalaciones, Parvis, en una acción que aúna el heroísmo un poco inconsciente con la resignación del currito que se ha de comer un complicado marrón laboral, se decide a recorrer la distancia que separa Roembden de Grial con un Digla, un enorme exoesqueleto que recuerda a los megarrobotazos japoneses. Así, Parvis emprende una aventura peligrosa; en ese camino ya han desaparecido seis hombres, incluido el famoso piloto Pirx.

Después de este primer capítulo a modo de prólogo, la acción se traslada un par de siglos en el futuro. Ahora nos encontramos en la nave Eurídice, donde los médicos de abordo se enfrentan al dilema de resucitar únicamente a uno de los dos cuerpos congelados y anónimos que, por una negligencia administrativa, han sido cargados en la nave por las autoridades de Titán. Una vez resuelta la decisión, la Eurídice emprende el camino hacia el planeta Quinta del sistema Zeta Harpyiae, con la misión de establecer contacto con una civilización a punto de superar la “ventana de contacto” (es decir, que comparte un nivel tecnológico semejante a la Tierra; todavía no ha llegado a los más altos niveles de evolución galáctica ni se ha autodestruido). Una vez allí, la Eurídice, cómodamente instalada en los remansos sin tiempo de un agujero negro cercano, envía a Quinta la nave de exploración Hermes que incluye a nuestro conocido resucitado de Titán, rebautizado, amnésico y un poco alienado respecto al resto de la tripulación. Todo está calculado al milímetro por los científicos de la Tierra y el Hermes dispone de una tecnología aparentemente capaz de hacerlo todo, nada puede fallar. Pero ya desde el principio los quintanos desafían todo comportamiento previsto, impermeables a los intentos de contacto de los humanos que, cada vez más desquiciados, acaban enredándose en una peligrosa espiral de consecuencias imprevisibles.

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