El fraude en el etiquetado de la distopía

SelecciónEn alguna ocasión comparé a un crítico o un reseñador con el maitre de un restaurante de lujo. Bien, se trata de una metáfora con bastantes grietas, pero me permite hacer hincapié en varios puntos. Que el chef, el creador, el escritor, es la verdadera estrella; que el maitre sólo es un transmisor y nada más que puede dar cuenta de lo que hacen los verdaderos talentos; y que por tanto su misión es informar al cliente de lo que hay. Parece desaconsejable que un maitre diga que un plato está bueno o no; pero sí debe informar, si se le solicita, de datos como sus ingredientes (por si alguno puede producir una alergia), el modo de preparación, el tipo de sabor… En suma, si el cliente está interesado por el plato y duda de si puede gustarle o no, el maitre debe proporcionarle la información necesaria, con sinceridad, que le permita decidirse. Y también puede darle cuenta de platos que le hayan pasado inadvertidos y se ajusten más a sus gustos, o especialidades del día que no figuren en la carta.

El hecho de que al maitre le guste ese plato o no es relativamente secundario; lo importante es que sepa explicarle a su cliente cómo es para que tome su decisión. Trasladado a nuestro terreno, si comprar y leer o no el libro.

Todo esto es muy periodístico, lo sé; soy periodista y tengo una manera de ver las cosas tan anticuada que ya ni siquiera se estila en el periodismo de ahora, el de enviar las irrelevancias que pueden contarse en 140 caracteres para crearse una “marca personal”. Más allá de esta visión por mi parte de las críticas o reseñas se encuentra el análisis literario, en un terreno totalmente distinto. Es incluso más valioso, pero creo que hay que reservarlo para platos de verdadera entidad y debe hacerse con otro tiempo, con otras aspiraciones.

La cuestión es que el maitre necesita para su explicación utilizar ciertas generalidades. Si el plato es de verduras, de pescado o de carne; si va frito, cocido, asado o la plancha; si es especialmente dulce o picante. Por supuesto, la cocina evoluciona precisamente en la dirección de ofrecer combinaciones sofisticadas; pero siempre existen datos básicos. Si alguien quiere comer pescado, es fácil determinar si un plato es en esencia de pescado o no para ofrecerlo.

Lo que quiero comentar se relaciona con este último punto. Los reseñadores necesitamos etiquetas como medio de informar a nuestros lectores de la condición del libro sobre el que queremos escribir. Las vueltas y revueltas sobre qué es o no ciencia ficción, que en realidad no tienen mayor importancia, son para mí relevantes porque quiero poder explicar con precisión si un libro pertenece a ese género o no, y puedo presentarlo como tal a mis clientes, a quienes confíen en mi criterio.

Se da la circunstancia en los últimos tiempos de que hay una etiqueta dentro de la ciencia ficción que se ha puesto de moda: la de distopía. Ya que estamos entre amigos, me permitirán que me cuelgue una medallita: hace tiempo que dije que esto podía pasar. A mi juicio, el problema de la ciencia ficción es que se empeñó en resultar cada vez menos pertinente para el lector común, centrándose en hechos como la novedad en los temas, que obliga necesariamente a un alambicamiento metarreferencial. La distopía, en cambio, supone una interpretación de nuestra realidad, una proyección de tendencias que observamos hoy en un futuro cercano y plausible.

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Sobre el limitadísimo efecto de la crítica especializada en las ventas

Los tejedores de cabellos

Los tejedores de cabellos

En las segundas jornadas de ciencia ficción de Valdeavellano de Tera tuve el privilegio de participar en una mesa redonda sobre crítica especializada y ciencia ficción junto a Fernando Ángel Moreno, Juanma Santiago y Álex Vidal. Es una pena que nadie grabara la charla o cualquiera de las otras que tuvieron lugar allí en los tres años que se celebraron las jornadas (entre los años 2006 y 2008). Eso fuerza a tirar de memoria o, lo que es peor, de nostalgia. En aquel diálogo ameno y bastante menos autocomplaciente de lo que suele ser norma, Luis G. Prado (entre el público) comentó algo que pocas veces se dice en “abierto”. Quizá porque nadie quiere pisar callos, propios o ajenos, o porque quienes debieran hacerlo son los más reacios a aceptarlo: el limitadísimo efecto de la crítica especializada (repito, ESPECIALIZADA) a la hora de impulsar las ventas de un libro. Su argumento se puede resumir en lo ocurrido con Los tejedores de cabellos, la obra de Andreas Eschbach que publicó en Bibliópolis en el año 2004.

El libro tuvo una distribución pésima que lastró sus resultados. Sin embargo pocas novedades soy capaz de recordar que reunieran tal unanimidad entre sus lectores (con excepciones como la de Santi Moreno, especial que es), con múltiples (y cuando digo múltiples digo innumerables) comentarios positivos en los foros de la época (realmente cYbErDaRk.NeT, El Foro. Interplanetaria como que tenía menos público) y en las reseñas que se escribían desde las webs y las revistas especializadas del momento. Al final, Los tejedores de cabellos no fue un desastre nivel Thomas M. Disch o M. John “Viriconium” Harrison pero sus ventas totales no fueron, ni por asomo, las que por acogida podrían haber indicado.

Dentro de los títulos más de género, concitar una respuesta tan positiva por parte de los lectores más dicharacheros es más condición necesaria que suficiente para cubrir un mínimo de ventas.

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