Fracasando por placer (XLIII): El estrecho de Bering, de Emmanuel Carrère

El estrecho de Bering

Sería muy oportuno darme de baja ahora cuando Emmanuel Carrère amenaza con convertirse en un referente convencional: premio Príncesa de Asturias (oh, ¡tan prestigioso, tan importante a nivel mundial!), máxima figura de la ahora muy de moda novela de no ficción, cronista literario de grandes eventos en medios internacionales, director de cine, a veces señoro rijoso y a veces digno caballero enternecedor. Pero no puedo olvidar el hecho de que uno de sus libros, El adversario, se cuenta entre los más impresionantes que he leído en mi vida, y considero obras maestras sin paliativos al menos otros dos suyos, Limónov y El reino.

Pero como ocurre muchas veces con la gente que surge de la condición de artista de culto para emerger a figura reconocida, Carrère se está volviendo un poco cansino, porque lo que era original puede convertirse en repetitivo cuando el creador o su entorno intuyen que es la razón de su éxito y lo explotan, exprimen y estrujan. Porque hay que decir que el germen de su cansinismo estaba ya presente en su obra, sólo que al no reírsele antes todas las gracias, quedaba un tanto subsumido. También a esa sensación de fatiga que va produciendo Carrère contribuye el hecho de que, al ser un autor que vende, se están recuperando las notas que tomó en el retrete un miércoles de abril en que iba mal de vientre y se entretuvo más tiempo del habitual. Es el caso de este librito.

Lo traigo aquí, de todas formas, porque resulta que es un ensayo sobre ucronías. De los cinco párrafos de los que consta la contraportada, este detalle sólo se menciona en uno, no vaya a ser que algún lector de Anagrama pueda pensar que este libro va de siensiafisión o algo así raro. Tampoco se comenta que el origen del texto es la tesina de Carrère, y que se escribió hace unos cuarenta años. Es decir, que es un trabajo acerca de un género que se ha multiplicado, pero escrito muchos años antes de que se multiplicara.

Me hace especial gracia esta costumbre editorial de publicar material que habla sobre algo que no publica. Un caso paradigmático es el de la biografía de Alice Sheldon que sacó Circe. Queda tan fenomenal acoger la historia de esa pionera, una mujer de vida interesante, que descolló en un género como la cf en el que no era tan habitual como hoy la presencia femenina. Pero de lo de publicar cosas suyas, de eso ni hablamos. Cuando esa biografía salió, no había ni un solo libro de Tiptree en los catálogos de las editoriales españolas.

Aquí tenemos un poco lo mismo. Anagrama saca un ensayo que va de ucronías, así escondidillo, pero en realidad no publicaría ucronías, al menos no bajo tal nombre, lo disfrazaría con las habituales perífrasis que ha empleado en otras ocasiones para evitar terminología que haría desconfiar a sus lectores. Pero este ensayo es de un autor notable, claro, y hay que darle otro cuartelillo. Desafortunadamente, también, es una obra primeriza, muy anticuada y, la verdad, bastante aburrida cosa que raramente se puede decir de los escritos de Carrère.

El estrecho de BeringBásicamente, se centra en explicar en primer lugar que lo de pensar «¿qué habría pasado si…?» es una costumbre tan humana como estéril, para luego ir haciendo un resumen de una serie de ucronías francesas muy anticuadas y muy olvidadas (al menos para el lector español): que si Napoleón hubiera ganado, que si el cristianismo no hubiera prosperado. Los títulos que centran su interés, por si alguien tiene curiosidad, son Napoleón apócrifo. Historia de la conquista del mundo y de la monarquía universal, de Louis-Napoleón Geoffroy-Château (1832), Ucronía. Esbozo apócrifo del desarrollo de la civilización europea, no tal como ha sido, sino tal como habría podido ser, de Charles Renouvier (1876) y Poncio Pilatos, de Roger Callois (1961). De este último la edición más reciente que he encontrado es la de Edhasa de 1994; del primero, no me consta traducción. De Ucronía hay una versión de Akal de hace un par de años, con la que no he tenido el disgusto de castigarme.

Si el resumen de esas novelas por parte de Carrère, que como digo es un escritor ameno, es ya aburrido, no quiero pensar cómo serán los libros en sí; él mismo reconoce que no son muy legibles. Además, y eso es algo en lo que él mismo incide, la ucronía es una puerta a la monserga doctrinaria (ay, si Bonaparte hubiera ganado habría puesto orden en el mundo, y todas las personas hablarían francés, como hacemos la gente de bien; ay, si no hubiera cristianismo, la ciencia habría triunfado mucho antes en el entorno grecorromano), y estas novelas francesas tienen el denominador común de serlo. Quien haya leído «Cuatro siglos de buen gobierno» de Nilo María Fabra ya conoce una versión española de este tipo de rollos, solo que en este caso al menos se trata de un cuento de unas decenas de páginas.

Carrère menciona de pasada a Sarban, Keith Roberts y Philip K. Dick, de este último viene a admitir que El hombre en el castillo es superior a las que detalla, pero poco más. Ni aparecen Ward Moore, Norman Spinrad o Murray Constantine, por decir otras ucronías destacadas producidas por el género cuando este ensayito vio originalmente la luz. En resumen, es una obra académicamente superficial, carente de interés narrativo y poco útil como material de información.

Quede aquí el aviso a navegantes sobre el texto, que encima se cierra con una moraleja absolutamente demodé con el consejo de no soñar, no fantasear. El libro lo cierro con la tristeza por saber que, si alguien documentado fuera con un ensayo sobre la ucronía en su conjunto, no conseguiría verlo publicado en ninguna editorial relevante, mientras este librito anda ahí en las librerías. Bueno, es lo mismo que ha pasado con la biografía de Carrère sobre Dick, que es la única encontrable en castellano y ya ha pasado por dos editoriales, cuando es uno de los peores libros que se han escrito sobre el californiano, una reinterpretación muy personal a ocho mil kilómetros de distancia de hechos recogidos de oídas o leídas.

De todos los fracasos en que han terminado las ambiciones de desarrollar la literatura de cf entre los de mi generación, vivo como uno de los más dolorosos el de su extraña presencia en los catálogos de las grandes editoriales. Hay cf, no me importa que no se le llame cf, como es sabido yo mismo soy poco partidario de la etiqueta. Pero se mantiene el desprecio de fondo hacia los que estuvieron al pie del cañón, quienes soñaron contra viento y marea. Una vez más, repito lo mismo: esa sensación que quieren transmitir de que la actitud hacia el género se ha cambiado ahora porque de repente es bueno, no porque antes se estuviera cometiendo una injusticia. Hay mil ensayos, diez mil, que aportarían más a los lectores generales que éste, y cien mil obras más interesantes que las que Carrère disecciona aquí. Pero seguimos en ese punto.

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