La transformación de los barrios tradicionales en comunidades dormitorio, con esa edificación más horizontal que vertical, y los procesos de gentrificación de grandes áreas urbanas son dos de las cuestiones esenciales para entender el sentimiento de pertenencia a la llamada clase media. Esa entelequia donde, desde los discursos periodístico y político, casarían tanto los que rondan los 20000 euros brutos al año como los que ingresan más de 60000. Su auge ha sido terreno abonado a cambios sociales e individuales cuyo interés para los escritores de ciencia ficción en España suele aparecer mitigado por las elecciones a la hora de ficcionalizar las pulsiones de nuestros presente. A diferencia de los autores de terror, que sí han explorado este paisaje desde sus recursos estéticos (David Jasso, Santiago Eximeno), el influjo de lo apocalíptico ha sido tan decisivo que el “deseo” de ver arder el mundo ha eclipsado cualquier otra consideración. Aun así se puede encontrar ejemplos incisivos como la recomendable Un minuto antes de la oscuridad, el atractivo espejo donde Ismael Martínez Biurrun capturaba algunos de los colapsos cotidianos de la perpetua crisis social, económica y personal de la última década. O esa distopía de la renuncia que es Mañana cruzaremos el Ganges, de Ekaitz Ortega.
¿Y qué se puede decir de ese futuro de los próximos cinco minutos? Hace un par de años escribía aquí sobre Factbook en la que Diego Sánchez Aguilar desentrañaba las tensiones de esta España post 15M con un vigor digno de una narración más atractiva. Unos meses más tarde nos llegaba este Revolución, de Juan Francisco Ferré, cuyo uso de elementos prospectivos en gran parte de su extensión es tan exiguo como alguna de las últimas novelas de J. G. Ballard. Su novum quedaría básicamente reducido a la creación de una Universidad y todas las infraestructuras necesarias para su funcionamiento alejada de las grandes urbes, en medio de la España vaciada. Un aislamiento para facilitar a los profesores sus labores investigadora y docente, además de otras cuestiones.
El narrador, Gabriel Espinosa, es un profesor de filosofía quemado. Mientras su mujer y sus hijos andan en sus aburridos quehaceres, se embarca en un estudio de campo desquiciado: acecha a mujeres en lugares públicos, las aborda y, a cambio de una generosa cantidad de dinero, las lleva a una habitación de hotel para interesarse por sus fantasías sexuales. En paro por decisión propia, Espinosa rehúsa los intentos de contratarlo de la Universidad Paneuropea de Millares. Una organización que hace años le publicara un rudimentario artículo donde abogaba por abortar cualquier intento de alcanzar la inteligencia artificial. Mientras, en el hogar vive un día a día relativamente ordenado entre rituales, una relación con su mujer fundamentada en una atracción física que tiene que lidiar con la erosión y el tedio, su tiempo para el porno bizarro…
Esta institución familiar es la argamasa desde la que Ferré comienza a trazar la neurosis que aqueja a Espinosa, cuyo testimonio deviene en un acto de exhibicionismo aparentemente sincero que no ahorra en detalles: su rol de padre especialmente preocupado por su hijo adoptado Aníbal; la atormentada relación con Adriana, su mujer; su demencial investigación, por su propósito y su éxito… En la descripción de todo ello se aprecian una serie de fisuras acrecentadas cuando Espinosa da el paso y participa en un absurdo proceso de selección que le abre las puertas de la Universidad y al suburbio adosado a ella. El cincel y el martillo que revuelven, extienden y amplifican lo descrito en las primeras 80 páginas.
En una primera vuelta Millares se revela como un heteropatriarcado embelesado por cuestiones ridículas, detalles casi siempre minúsculos en saberes tan particulares que apenas tienen interés para cualquiera que no sean los profesores. Estos toman parte de un representación de normalidad con sus familias mientras, por debajo, varios mantienen una existencia paralela no del todo privada. Los tradicionales líos con subalternas y alumnas se ven aderezados con otras cuestiones, desde servicios de prostitución de lujo a una sociedad secreta con sus rituales y orgías, pasando por la pleitesía a la IA que controla Millares: Madre, también identificada como Abraxas, que no dejará tranquilo a Espinosa hasta que satisfaga su tanatomanía.
Mientras los Espinosa son agasajados, empujados, relajados, vapuleados por una docena de personajes, y entre ellos mismos, da la sensación de que Ferré está escribiendo Revolución en la intersección entre Eyes Wide Shut y el Ballard de Milenio negro. Explora un territorio vasto en el cuál un matrimonio en crisis ve zarandeado su simulacro perfeccionado tras una rutina de años por un entorno demencial. Millares les proporciona triunfos y tragedias, éxitos y fracasos, les saca de punto y les expone a nuevos sufrimientos que amplifican los que les han llevado hasta allí. Y, finalmente, induce una metamorfosis que les arroja muy cerca del comienzo, sin espacio para desandar el camino transitado.
En ese viaje el microcosmos de Millares se revela como un constructo donde subyace la hipernormalidad en el sentido expuesto por Adam Curtis en su conocido documental. Una puesta en escena donde se mantienen unos usos y costumbres insensibles a un entorno en colapso. Sin perder lo absurdo y ridículo de una comedia macabra, alentada por el maelstrom de personajes pintorescos y el frenesí de los temas que tocan.
Este logrado sinsentido tiene como contraprestación (o es una consecuencia de) una ficción frustrante. Un relato con un exceso de tensiones, conversaciones y soliloquios cuya conexión con las angustias de nuestro tiempo tienen absoluta prioridad sobre lo narrativo. La vida en pareja y la relación con los hijos, las amenazas para la inocencia y la inmadurez, los intereses ocultos detrás de los compañeros de trabajo, la fascinación de lo nuevo, el miedo y la atracción por el futuro, Thoreau como método de supervivencia, las instituciones como religión y tantas otras cuestiones abruman al lector con una sobreexposición de elementos que, no por estimulantes, enmascaran las debilidades de este circo de tres pistas con todos los números actuando a la vez en el mismo exiguo espacio.
Revolución apuesta por una narración multifocal, exitosa al transmitir la neurosis de sus protagonistas, la locura a la que son arrastrados y capturar el caos de estos tiempos esquizoides, pero con la contraprestación de la carencia de un foco nítido que lastra su lectura. Se puede disfrutar con las cuestiones despertadas por la ficción, pero mantener la atención es otro asunto. Su lectura muchas veces se transforma en algo semejante a repasar el timeline de una red social, saltando de persona en persona, y cuestión en cuestión, sin tiempo para asimilar mucho más que una superficie y, lo que es más preocupante, con discurso estético que dificulta la inmersión.
Una pena.
Revolución (Anagrama, Colección Narrativas hispánicas nº628, 2019)
Rústica. 368 pp. 19.90 €
Ficha en La web de la editorial