De Kant a la ciencia ficción

«Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera,
cortar tablas o distribuir el trabajo.
Evoca primero en las personas el anhelo del mar libre y ancho.»
(Antoine de Saint-Exupéry)

Historia y antología de la ciencia ficción españolaEn la introducción a la antología que trabajamos Julián Díez y yo para Cátedra, hacíamos una afirmación que varias personas me han cuestionado con mayor o menor escepticismo. La afirmación era la siguiente:

Tras Kant se había separado el conocimiento en dos grandes áreas complementarias: la cuantificable con fórmulas y números, y la que pertenece más al terreno de lo trascendente. Esta separación creó un nuevo concepto de sociedad, de ser humano, de universo. A partir de ese momento, comenzó a plantearse que la estética, la ética, la justicia, el amor… tenían una parte material y otra parte de construcción intelectual. Es decir, se certificó que muchos supuestos postulados se deben a opiniones nuestras disfrazadas de justificaciones divinas o (falsamente) universales.

Durante el siglo XIX este cisma derivó en el positivismo y en la pasión por la ciencia y la tecnología. Combinada con la revolución industrial que se producía de forma simultáneamente en esos años, introduciendo en la sociedad de manera progresiva elementos de ciencia cada vez más avanzada, constituiría así el germen del nacimiento de la ciencia ficción.

Este texto final ya contenía algunas modificaciones de Julián a mi teoría de que existe cierta vinculación entre la nuevas perspectivas de la Ilustración y lo que siglo y medio después sería conocido como «ciencia ficción». En fin, las puntualizaciones de mi querido colega me parecieron pertinentes, tanto desde un punto de vista teórico como desde lo divulgativo, especialmente en lo referido a la revolución industrial.

Considero justificadas las críticas que me han llegado desde la publicación, por el acto de fe que exijo ante una concepción de la historia del género que, hasta donde llego, nadie había defendido. Entiendo el escepticismo, que se dude de mi intención, puesto que no creo en ningún acto de fe en ciencias humanísticas. (Cuando dicho acto se le debe a un profesor de universidad, creo menos aún, si no se aportan explicaciones detalladas; conozco demasiado bien la universidad (española o no) como para confiar en los postulados de muchos investigadores.)

Por otra parte, me encantaría realizar algún día una comprobación empírica de mi teoría para satisfacer a los fanáticos irracionales de la razón. Lamentablemente, como tanto pasa en Humanidades, a menudo debemos basarnos en deducciones y justificaciones teóricas más que en comprobaciones empíricas. Eso no deslegitima a las Humanidades, sino que invita a trabajar sus afirmaciones, sincrónica y diacrónicamente, de una manera diferente que en las ciencias empíricas. Sobre esto también escribo más abajo.

Por cierto, aprovecho para defender que de ahí parte la necesidad de una imprescindible visión postmoderna de las mismas (no equivalente a un «todo vale»), visión no aplicable a las certezas empíricas de la tecnología. Esta manera de entender la cultura humana resulta fundamental para lo que pretendo exponer aquí, pero desgraciadamente su discusión merece otros espacios de debate. Espero que el propio desarrollo de mi argumentación permita prescindir por el momento de la eterna e interesante discusión sobre la postmodernidad.

En fin, todo esto me sirve para aclarar que mi afirmación se basa solo en una teoría, aunque esta parta, por supuesto, de las investigaciones y estudios que durante muchos años he realizado en torno a la ciencia ficción, la cultura popular y la filosofía y la historia del siglo XIX y principios del XX (con todas mis humildes limitaciones). Insisto: como debe hacerse siempre en Humanidades (y en cualquier tipo de estudio), mis afirmaciones habrán de ser complementadas, ratificadas, hundidas o matizadas.

Al lío…

¿Por qué Kant?

Immanuel KantKant no fue el primer empirista de la historia, ni mucho menos, pero quizás sí fue el filósofo que mejor delimitó las barreras y relaciones entre lo cuantificable y lo no cuantificable. La Ilustración, por otra parte, vivió dicho visión de la realidad humana desde una perspectiva intensa y novedosa, de la cual Kant es la figura más lúcida y destacada . No en vano, el romanticismo surgió, entre otras influencias, de la revolución de pensamiento que produjo, aunque es cierto que entendiendo a Kant de una manera peculiar. En fin, a Kant debemos gran parte de las actitudes que hoy mantenemos en occidente respecto a la realidad.

Desde este punto de vista, la realidad material, cuantificable, sería el cimiento y la argamasa sobre los que se debe construir el resto del conocimiento. Es decir, si la filosofía plantea un postulado que la realidad material niega, es la filosofía la que se equivoca y no a la inversa. Por consiguiente, el pensamiento mágico, la superstición, los prejuicios religiosos… quedan eclipsados por el conocimiento científico.

Del mismo modo, conceptos abstractos como el amor, la justicia, el deseo, el miedo, la ética y tantos otros deben sustentarse en ratificaciones materiales que redundan a la larga en los estudios neuropsicológicos, antropológicos y sociológicos más rigurosos.

Para centrarnos: lo humano depende de lo material para su ratificación y nunca hasta las críticas del alemán se habían delimitado tan bien los campos de cada epistemología.

Cabe aquí recordar que es muy pequeño el espacio que el sabio de Konisberg dedica a lo material en sus tres grandes obras (Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio) respecto al que dedica a las realidades no cuantificables. No podía ser menos, puesto que, una vez establecida la premisa de partida, el desarrollo de la investigación cuantificable salía del ámbito de la filosofía para entrar en el de las «ciencias de la naturaleza». Es decir, lo material quedaba para que lo estudiaran los «filósofos de la naturaleza» o, como hoy diríamos un poco reduccionistamente, los «científicos».

No obstante, muchos pensadores contemporáneos a Kant y posteriores temieron que la obsesión por lo cuantificable y el nuevo mundo de maravillas que esta nueva epistemología creaba derivaran a la larga en un abandono de la importancia de las realidades más propiamente humanas. Es decir, temían que no se tuviera en consideración nada que no fuera absolutamente cuantificable. Un miedo justificado, en cuanto que tristemente se ha cumplido en muchos aspectos.

Y vamos llegando al problema.

La máquina del tiempoNumerosas de las críticas que se me ha realizado empezaron por la extraña pregunta: «No me digas que H.G. Wells y Jules Verne leyeron a Kant. O Asimov. O Clarke. No me lo creo». Esta curiosa crítica solo puede venir de quien no conoce bien el funcionamiento de la filosofía y de su influencia en una cultura. Evidentemente, cabe suponer que ninguno de estos escritores leyó a Kant o, si lo hizo, no me consta que le dieran importancia, que influyera directamente en La máquina del tiempo. Me extrañaría. Sin embargo, esta duda no viene al caso: la influencia de un filósofo en la obra de un escritor no suele ser ya directa, salvo excepciones.

En realidad, ninguna influencia filosófica en una sociedad funciona siempre de manera tan inmediata, sino por multitud de mediadores, a menudo muy indirectos.

Así, sabemos que el romanticismo surge, entre otros motivos, de la preocupación por los caminos abiertos desde estos libros de Kant. Pueden leerse al respecto estudios sobre el idealismo y el romanticismo alemán como los de José Luis Villacañas o los de Lacoue-Labarthe y Nancy.

En resumen, los idealistas románticos entendieron que el nuevo mundo de la razón que se abría encontraría demasiadas limitaciones si se reducía sus parámetros. Con ello, muchos ciudadanos comenzarían a reducir toda la realidad humana a lo cuantificable, cuando lo cuantificable era solo una pequeña parte de dicha realidad.

Silvia, Ruth, Ozymandias y Rorschach

Imaginemos un ejemplo respecto al problema que les inquietaba a principios del siglo XIX.

Silvia ‒una chica más o menos corriente‒ sufre un desenamoramiento y eso le provoca una caída de ánimo. Podemos analizar perfectamente cómo su cerebro sufre un desequilibrio químico que le produce aún mayor malestar. Ese desequilibrio químico, medible, constituye lo cuantificable.

No obstante, a base de hablar con su amiga Ruth sobre el chico que la ha dejado, comienza a darse cuenta de que el tipo no era como imaginaba y que está mejor sin él. Bien… Podemos decir: «Ha trabajado la razón para calmar su ansiedad». Aquí ya entran factores psicológicos que afectan a lo químico desde lo no material: la elaboración de pensamientos abstractos.

Vayamos más allá. Silvia decide vengarse de su ex-chico y lo justifica ante otra amiga por el odio que siente. Ella le dice que no debe rendirse a ese impulso primario y que debe racionalizar la situación porque la venganza solo hace que te sientas peor.

Sin embargo, Silvia va a casa de su ex-novio, tiene una intuición (actividad racional fugaz) de la puerta por la que es mejor colarse, consigue entrar en la vivienda y, por fin, mata a cuchilladas a su ex-novio, a sus padres, a sus hermanos, a su perro y a su loro. A la mañana siguiente se encuentra mejor. Para celebrarlo, se va a la playa, se sienta frente al mar y le viene a la mente que no somos nada ante el infinito del Universo.

Un materialista cínico pensará que todos esos pensamientos, deseos, miedos, angustias, satisfacciones tienen una base física y, seguramente, tendrá razón. Sin embargo, los caminos por los que se ha dejado llevar no han sido en todo momento racionales e incluso aquellos que lo fueron representan una entidad abstracta que los estudios sobre el cerebro aún no pueden reproducir. De hecho, como su amiga Ruth no es neuropsiquiatra apenas puede recurrir a lo racional cuantificable para impedir la masacre.

No todo se circunscribe al ADN y, por el momento, no todo es explicado aún por la química y los impulsos eléctricos entre neuronas.

¡Cuidado! No digo que no se explique algún día (¡ojalá sí!), sino que por ahora no disponemos de la tecnología y los conocimientos necesarios para explicarlo todo.

Pero vayamos más lejos aún.

Ruth, la amiga de Silvia, es una persona enormemente inteligente y racional que actuó y habló de la manera más racional posible, desde el conocimiento de su amiga y desde su posición ética lógica y racional. Pero no consiguió evitar los asesinatos. A día de hoy, aún se pregunta en qué se equivocó y, lo que es más terrible, se da cuenta de que si en vez de haber seguido en aquel momento la razón hubiera seguido su intuición o incluso lo que le dictaba el miedo a una reacción de su amiga, habría evitado los asesinatos.

Cualquier lector cínico me dirá: «Bien, tenemos aquí una gran cantidad de errores lógicos o de, al menos, dudas intelectuales resolubles por la razón. Sabemos cómo ciertos pensamientos racionales provocan la segregación de sustancias que calman las obsesiones». Y podríamos responderle: «Sí, a posteriori». Es decir, la cantidad de variables que manejaban Ruth y Silvia para impedir la segregación de esas sustancias superaban por mucho sus respectivas capacidades racionales. Es decir, solo desde las emociones y las intuiciones podrían haber encontrado soluciones alternativas menos trágicas. ¿Qué era más sencilla: la intuición emocional o un mayor desarrollo racional de Silvia? Aquí llegamos a un punto de conflicto difícilmente irresoluble en las prácticas cotidianas, pues dependen de numerosos problemas de ruido informativo.

Dicho de otro modo, en su intento de abarcar con la razón todas las posibilidades, no lo consiguieron pese a que se construyeron la ilusión de que lo conseguían. Al final, el problema no reside en que algo sea racional o no, sino en que durante nuestra cotidianeidad, dentro de nuestras limitaciones temporales y espaciales, no somos capaces de valernos solo con la razón. Hacen falta el cariño, la empatía, la intuición y tantas otras herramientas. Que finalmente todas ellas sean reducibles a la razón favorece la explicación posterior, pero no ayuda demasiado ante los cadáveres de la familia, el perro y el loro.

Ayudarán algún día, sin duda. No por ahora.

A pesar de que hoy somos mucho más cínicos (y más materialistas, en el mejor sentido) que los románticos, podemos compartir con ellos esta certeza de que el pensamiento lógico-racional no es el único que puede (e incluso a menudo debe) seguir todo individuo ante cualquier situación.

El calamar de OzymandiasPondré otro ejemplo, ahora estético. Numerosas personas me han dicho que entendían perfectamente la acción de Ozymandias en Watchmen, al preferir la muerte de un par de millones de personas sobre la de mil millones en un complejo e «infalible» ejercicio lógico. Es decir, despreciamos ciertos principios éticos en favor de otros.

  1. Dos millones de muertos.
  2. Mil millones de muertos.

Parece que compensa, ¿no? Si lo reducimos a lo cuantificable.

Siempre me ha sorprendido la defensa de esta acción de Ozymandias, porque el propio cómic niega la validez ética e incluso física de este hecho al negar el alcance de la razón humana: Rorschach es un electrón libre que escapa a los cálculos de Ozy.

Por eso el plan se va a la mierda.

Como buenos materialistas radicales, en sus últimos intentos de justificar a este horrible «superhéroe» neoliberal, los defensores del plan de Ozymandias contraatacan diciendo: «Bueno, la teoría era válida y habría funcionado. Su fallo no se debió a que fuera incorrecta, sino a Rorschach».

Y un romántico respondería: «Siempre, en todo ejercicio de la razón, hay un Rorschach».

Quod erat demostrandum.

Somos demasiado limitados intelectualmente. No controlamos todas las variables. ¿Qué le vamos a hacer?

No se equivoca Hölderlin al escribir: «El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona» en clara respuesta a la obsesión por la Diosa Razón ilustrada.

Sin embargo, nos encontramos con un montón de ciudadanos burgueses que a lo largo del siglo XIX van a reducir el Universo y, lo que es más grave, SU universo (la realidad social) a juegos lógicos aparentemente irrefutables. Resultan útiles en el laboratorio y para futuros desarrollos, pero peligrosos si se aplican directamente en la sociedad.

Como ya había advertido Kant, usemos la razón para entender el mundo no cuantificable, pero recordemos que este no queda fácilmente reducido a las cuentas de nuestra limitada mente. Y por otro lado, y más acorde con la visión científica y racional (que, por cierto, prefiero), cuando realicemos un análisis racional no nos basemos solo en lo cuantificable, medible, material… Sino que debemos plantearnos problemas filosóficos, éticos, sociales… Que no siempre podemos medir, aunque sí los podamos razonar.

Es decir, no defiendo que debamos dejarnos arrastrar por nuestra histeria.

Ni tanto ni tan calvo.

Hay realidades humanas que disfrutamos enormemente y que comprendemos a otros niveles, desde ejercicios que nada tienen que ver con la razón inmediata, como la pintura, la música, la literatura y, en general, todas las artes. Resulta absolutamente imposible reducir el placer de leer La voz a ti debida, de Pedro Salinas, a análisis rítmicos, semánticos, sintácticos, temáticos… Y lo que se quiera. Partimos de ellos (como Kant sugiere) porque enriquecerán ulteriores lecturas y ampliarán los límite de lo no cuantificable, pero es imposible abarcar toda la experiencia estética de su mejor poema con cualquier método de análisis de textos que se nos ocurra. Estudiamos teoría de la literatura para profundizar en las obras, para disfrutarlas más y encontrar conexiones con nuestra realidad, no porque podamos agotar las obras literarias. Y usamos para ello la razón, pero no podemos depender aún del compás y la escuadra.

El idealismo romántico, lo gótico y nuestro apreciado Howard Phillips

Los románticos tenían la idea (bien fundada platónicamente) de que los elementos con los que tanto nuestra razón como nuestros sentimientos trabajan no son más que meros fragmentos de una red mucho más complicada (material y conceptualmente) que es la realidad de todo lo que existe. Lo que Carl Sagan llamaría, de manera tan hermosa, el Cosmos.

En este sentido, un salero para mi mente no es solo un salero, sino el fruto de mis experiencias con la sal, con la comida en abstracto, con (potencialmente) todos los saleros del mundo, con el que usaba cuando era niño, con la comida concreta que tengo delante, con lo que estudié en el cole sobre la sal, con mis preocupaciones sobre mi salud, con la enfermedad cardiaca de cierto pariente… El salero es solo un fragmento de un entramado mucho mayor. Iuri Lotman ‒un teórico de la literatura que desarrolló interesantes propuestas semióticas en la Universidad de Tartu (Estonia)‒ lo denominó «semiosfera» o red de significados con una estructura dinámica y en perpetuo cambio que puede contener a su vez otras semiosferas o que puede formar parte de semiosferas mayores. Es decir, todo sistema simbólico está constituido por otros sistemas y forma parte de otros sistemas.

Lo que les obsesionaba a los románticos eran las relaciones entre estos fragmentos que conocíamos a través de nuestras experiencias, así como la influencia en nuestras vidas y en nuestro ánimo de toda la red implicada en dicha influencia. Es decir, les interesaban las relaciones entre los objetos materiales y los conceptos, los significados, las connotaciones que van más allá de nuestra experiencia sensible y que todos vivimos, por muy materialistas que nos pongamos.

Bueno… Es lo que le interesa, a la larga, a cualquier estudioso de la mente humana: la relación entre lo finito (lo material) y lo infinito (lo abstracto), entre el objeto (finito) y el sujeto (más allá de conceptos como «finito» e «infinito»).

Memento MoriPara trabajar estas ideas, los románticos emplearon todo tipo de símbolos, como por ejemplo las ruinas. Las ruinas son el fragmento que nos queda de la riqueza y la complejidad del pasado.

Por ejemplo, las ruinas de la catedral de Tartu no sugieren solo la bóveda que falta, sino que remiten a todas las personas que pasaron por allí, a sus sueños, a sus miedos, a sus estratos sociales, a sus ritos, a sus creencias… Esas personas, esos lugares perdidos, esa sociedad… son las ideas de la historia. Y no son materiales porque ya no existen. Existieron. Su influencia sobre nosotros no es cuantificable, pero remite a lo que fue cuantificable.

Miremos otros símbolos románticos.

Del mismo modo, la noche simboliza lo que nos falta por entender, lo que se nos escapa por la falta de luz.

Y la muerte simboliza lo más inabarcable de todo a partir de lo más material, por cuanto que su existencia nos lleva a prácticamente todos los desarrollos éticos, culturales, sociales… Con esa ética, esa cultura, esa sociedad combatimos contra la programación impresa en nuestro ADN, programación que a menudo conseguimos vencer. Por ejemplo, a pesar de que nuestro ADN nos impulse a violar a una mujer fértil o a asesinar a quien nos hace daño, nuestra victoria cultural sobre la naturaleza nos permite resistirnos a tales acciones para poder vivir en sociedad. Y llegamos por la lógica (desde abstracciones) hasta lo social.

Por lo pronto, los hombres (especie en la que me incluyo) controlamos mediante la razón nuestra agresividad, nuestra tendencia animal a la procreación y al asesinato, o simplemente nuestro vértigo al subir a un lugar demasiado alto. Pero no solo la razón nos ayuda, sino también ciertos sentimientos y emociones, que nos ayudan a enfocar nuestra razón en un sentido o en otro, sin sustituirla ni despreciarla ni superarla.

¿Y la obsesión de los románticos por los fantasmas? Los fantasmas tienen que ver precisamente con aquello que escapa de nuestras previsiones, con aquello más inabarcable, con el infinito… Vencer lo más cierto y verdadero que existe, lo más material: la muerte. Heidegger entendió bien cualquier sueño, cualquier desarrollo cultural, cualquier emoción no pueden nada contra la inexorabilidad material de nuestra propia muerte.

Muchos autores impregnados de romanticismo van a llevar estos símbolos ‒las ruinas, la noche, los fantasmas, la muerte y tantos otros‒ a la cultura popular del momento, recibiendo el apelativo de «lo gótico».

Es decir, la literatura gótica surge como una manera de expresar la irrupción de lo no racional en el mundo controlado y prepotente de la razón ilustrada.

Los misterios de UdolfoUna de las maneras que muchos escritores románticos encontraron para expresar lo peligroso de creer que podemos calcular y prever como individuos cualquier contingencia fue la literatura gótica, con sus fantasmas, sus noches y sus ruinas. Era la manera de atacar los excesos cotidianos de racionalidad.

¿Fue el único medio? En absoluto. Un principio similar movió la escritura de algunas novelas realistas como Madame Bovary. Un buen amigo, Antonio Sánchez Domínguez, ha demostrado que Madame Bovary, Anna Karenina, Fortunata y Jacinta o La regenta, entre otras, manifestaban la lucha de la insatisfacción latente contra lo lógico, lo racional, lo calculado, lo anti-emocional.

En fin, la literatura gótica disfrutó de un grandísimo éxito. Su influencia, por mil vericuetos, llegará al siglo XX a través de muchos autores. Uno de ellos fue, por ejemplo, el genial H.P. Lovecraft. Basta con leer el interesante ensayo de Michel Houellebecq sobre el escritor de Providence o el análisis de Molina Foix en su imprescindible introducción a En las montañas de la locura (en su edición de Cátedra) para entender que sentía inquietudes muy similares a las que movieron a los escritores góticos.

No obstante, ya en Lovecraft podemos encontrar una mentalidad ligeramente distinta a la de los góticos. Lovecraft no aceptaba lo sobrenatural del mismo modo que los idealistas literarios del XIX o que muchos escritores de literatura fantástica del siglo XX. Lovecraft entendía que todo era reducible, sí, a lo material, sin lugar a dudas. Pero, en su opinión, nuestra mente no lo abarcaba. Su concepto de lo sobrenatural es muy interesante y, como tantas veces puede verse en tantos escritores, él mismo no supo expresar el alcance de esta visión en su propia obra. Houellebecq así lo hace notar recordándonos que en el famoso ensayo de H.P., anterior a sus «grandes relatos», no acertaba a abarcase a sí mismo.

No he estudiado la influencia de Lovecraft en la cf posterior, aunque presumo que no debe de ser demasiada, ni siquiera indirectamente. Parece que ha tenido más influencia en la línea del fantástico de Cortázar, Borges, Bioy Casares… No menciono aquí a H.P. porque me parezca el autor del cambio, sino como exponente de una mentalidad que había cambiado.

Como bien expone Molina Foix, Lovecraft estaba obsesionado con el conocimiento científico y creía en él sin reparos. Sin embargo, comprendió que su alcance era muy limitado, especialmente en unos años en los que no se habían alcanzado los conocimientos de la segunda mitad del siglo XX. Su obsesión por «aquello que la ciencia aún no conoce», por criaturas que piensan de modos diferentes a los nuestros, más allá de nuestra limitada ética, que son más conscientes que nosotros de los tiempos y espacios cósmicos, no puede entenderse como «algo meramente mágico», sino como un conflicto entre la pasión por lo cuantificable y el horror debido a lo no cuantificable.

En las montañas de la locuraPor ello suele costar encasillar la obra de Lovecraft en la cf. La búsqueda del efecto fantástico, del terror, de lo inquietante a través de «lo ominoso, lo inabarcable por la mente» no parecen muy cercanos al hard, a la cf de los cincuenta, a la New Wave, mucho menos a la cf de los ochenta. No obstante, compartían ese fondo de obsesión de todo escritor de cf por no traicionar lo material, la explicación lógica, el asentamiento en la tierra. Sus arquitecturas no euclidianas no hablan de un paraíso o un infierno sobre las que naturaleza no tenga nada que decir. Habla de otras posibilidades de construcción dentro del mismo universo.

Con los relatos de Howard Phillips Lovecraft nos encontramos ante un eslabón que une lo gótico con la ciencia ficción. No fue el único.

La revolución industrial y las puertas al pulp

El tiempo de la revolución industrial representó el triunfo de las teorías de Kant en cuanto a que el control de lo material redundó en la satisfacción de lo no cuantificable, es decir, los avances tecnológicos favorecieron las condiciones de vida de muchos ciudadanos (aunque sus condiciones sociales empeoraran las de otros). Por ejemplo, disponer de luz eléctrica por la noche para ahuyentar a las tinieblas aumentó de numerosas maneras el desarrollo de los individuos y de la sociedad.

Es cierto que trajo numerosos problemas humanísticos, pero en muchos ámbitos fue visto y se contempla aún hoy como un magnífico milagro para la humanidad.

Como explica contundentemente Roger Luckhurst en su monografía Science Fiction, a finales del XIX numerosos jóvenes empezaron a tomar como modelos a los héroes del nuevo pensamiento científico, fuera meramente positivista, fuera desde la más estricta tecnología. Charles Darwin (desde el pasado no muy remoto), Thomas Edison, Nikola Tesla… se convirtieron en símbolos del progreso y en benefactores de la humanidad.

Cuenta Luckhurst que durante aquellos años Edison se convirtió en un héroe para muchos adolescentes americanos. Esto inspiró numerosos relatos sobre jóvenes científicos que salvaban a la Humanidad. Estas historias sobre avances científicos florecieron en los EE.UU. y en Inglaterra. Luckhurst recuerda que H.G. Wells representó la cumbre de esta nueva mentalidad literaria, pero ni fue el primero ni el único.

Cuando este tipo de historias entraron en los hogares de Anglosajonia no entraba solo un nuevo género literario ni simplemente una consecuencia literaria de la revolución industrial. Entraba una mentalidad gestada en la Ilustración y cuyas bases filosóficas había sabido expresar Kant como nadie antes y que combatía en el Olimpo de los escritores populares con la herencia del gótico. Entraba lo que unos pocos filósofos y escritores habían discutido a finales del siglo XVIII y a principios del XIX. A diferencia de aquellas elevadas conversaciones, tanto lo gótico como estos nuevos relatos de fantasías científicas apuntaban a lo popular. Ambas líneas habían surgido de un debate nacido a partir del tsunami de la Ilustración. Y, sin embargo, parecían irreconciliables.

Pero se reconciliaron.

El pulp nació de este choque, de estos dos amores por «lo no real», de esas dos maneras de expresar nuestra duda ante los objetos desde el sujeto, entre lo cuantificable y lo no cuantificable. Y fue un precioso nacimiento, porque no nacía en ninguna universidad, ni en el estudio de un gran doctor en filosofía. Las filosofías del XVIII y del XIX habían rezumado, contaminado, empapado a escritores y lectores, ignorantes de un largo e interesante proceso que eclosionaría con fuerza a lo largo del siglo XX.

Y el pulp dominó la Tierra.

El resto es historia conocida.

Conclusiones

Beyond imaginationEstas 4.800 palabras deberían haber constituido la nota a pie de página de esos párrafos en los que Julián y yo nos referíamos al camino recorrido desde Kant. Me pareció que valía la pena exponerlo en algún sitio. ¿Para qué?

¿De qué sirve saber todo esto, en el caso de que no sea una absurda intuición reduccionista de las procelosas corrientes de la historia de la literatura?

Como casi todo en teoría e historia de la literatura, debería servir sobre todo para disfrutar un poco mejor (o, al menos, desde otros puntos de vista) (es decir, un poco mejor, porque siempre son nuevos horizontes, por contradictorios que resulten con otras teorías), disfrutar un poco más, decía, la lectura de nuestra querida ciencia ficción.

Siempre he contemplado la ciencia ficción como una manera de viajar mucho más allá de lo que la realidad me dice, pero sin perder de vista dicha realidad. Bueno… Eso defendía Kant.

Pero también he disfrutado siempre con el entendimiento de personas mucho más inteligentes que yo que decían cosas muy raras hace muchos, muchos, muchos años. En este sentido, siempre he rechazado a los idealistas alemanes del XIX, a aquellos románticos. Me encantaba su estética, pero siempre me parecieron flipaos, fanáticos religiosos (a su manera), ciegos ante la realidad material; en una palabra, inescrutables. Sabía que eran gente mucho más inteligente que lo que yo llegaré a ser nunca, y por eso me fastidiaba no entender cómo podían defender tantas y tantas afirmaciones que yo no compartía.

Llegó mi obsesión a tal punto que desde hace dos o tres años han sido el centro de mis lecturas no profesionales de ensayo y sé que lo seguirán siendo al menos uno o dos años más.

Finalmente, aún a medio camino, les entendí relacionándolos con la ciencia ficción.

A partir de lo que aquí he expuesto, entendí mejor el idealismo alemán y entendí mejor la cf. Y disfruto más de ambos.

Sin embargo, como he dicho, no estoy completamente convencido de todo esto, por lo que aún seguiré leyendo.

Termino con dos agradecimientos: el primero, a Nacho Illarregui por dejarme publicar en su blog un texto tan alejado de los blogs tradicionales. Mi segundo agradecimiento es a mis compañeros y amigos de la UCM: Antonio Sánchez Domínguez y a Germán Garrido Miñambres, por haberme proporcionado excelente bibliografía y por haberme ayudado a entender un poquito a los idealistas alemanes y, especialmente, a ese gigante de la verdad que fue Immanuel Kant, base en mi opinión de esa gran gigante de la postmodernidad que es la ciencia ficción.

12 comentarios en “De Kant a la ciencia ficción

  1. Gran artículo, muy divulgativo. En todo caso, no es lo mismo decir que el pensamiento kantiano propició un mundo abonado para el nacimiento de la ciencia ficción que decir que fue responsable del nacimiento de la ciencia ficción, algo que sí se puede decir, claramente, de la revolución industrial. Es decir, que una cosa es que la gente tuviera en la cabeza la separación entre lo cuantificable y lo etéreo (entendido como tal todo el software humano), o más bien, que esa división formara parte del zeitgeist de aquel tiempo, y otra que eso propiciara una literatura basada en la ficción científica. Vale, el concepto está ahí, y es una forma de pensar que forma un murmullo en el inconsciente y el consciente colectivo, pero no deja de ser un colchón conceptual. La Revolución Industrial, por otra parte, es patente, es definitoria en la vida concreta de los individuos del XIX. Cambia sus costumbres, sus modos de vida, con instrumentos, vehículos, categorías sociales. ¿Qué es más importante en el novum de La máquina del tiempo, la constancia de que hay dos órdenes en el mundo, hardware y software, o la máquina en sí, un aparato tecnológico que permite transformar la realidad como ocurrió con la máquina de vapor?
    Es decir, que lo veo interesante como origen remoto del sustrato en el que va a germinar la cf, pero desde luego la semilla la pone la Revolución Industrial. Y es una cuestión importante, porque si bien se puede decir entonces que la cf es, en el global de cambios propiciados por el pensamiento kantiano, un efecto colateral e indirecto más (aunque la relación que establece con el gótico, Frankenstein de por medio tal como propuso Aldiss, abre perspectivas interesantísimas), la relación con la Revolución Industrial es indudablemente directa. Vamos, que la responsabilidad de Kant en el nacimiento de la cf no me parece crucial, aunque tampoco que esté cogida por los pelos. Una influencia más, de bastante menos intensidad que la ejercida por la RI.
    Con lo de los irracionales de la razón me he partido el pecho, eso sí.

    • Muchas gracias.

      La revolución industrial aportó temas, motivos… y popularizó el pensamiento, fruto de lo cual nació la cf. Pero creo que ya es de sobra conocido que la cf no es un género de temas y motivos, sino de forma de entender la realidad y su relación con la literatura. Esa forma de entender queda instituida firmemente por Kant y provoca las corrientes estéticas críticas que finalmente redundan en la cf. Antes apenas aparece ese pensamiento y, desde luego, no de un amanera tan intensa como van a propiciar la ilustración y, muy sobresalientemente, Kant.

      De hecho, las teorías actuales de la literatura tienden a estudiar más los géneros de esta manera que temáticamente. Y estoy de acuerdo. En Soy leyenda hay vampiros, pero es cf. Las novelas de cf no tienen ni un solo elemento temático común entre todas ellas, pero sí un tipo de pensamiento. por cierto, quizás explotado por primera por Frankenstein (en competición con pocos textos más cercanos en el tiempo).

      Dicho de otro modo…

      Lo que me parece importante es el pensamiento que hay tras la cf. Una vez instituido, tanto la aparición de la revolución industrial como la de la cf son cuestión de tiempo.

  2. Me ha encantado, sobre todo la mención a Lovecraft.

    La cuestión es… Claro que los personajes de Lovecraft (y él mismo) rechazan la explicación sobrenatural, y dedican su mente científica a tratar de entender y cuantificar los fenómenos extraordinarios con los que se tropiezan. Pero lo cierto es que nunca lo consiguen; más aún, el fracaso en su intento es precisamente lo que caracteriza a estos relatos. Incluso podríamos decir que toda la obra de Lovecraft trata sobre el fracaso de la razón. Porque, ¿de qué nos sirve que exista una explicación a los Grandes Antiguos si responde a una lógica que escapa a nuestra capacidad humana? ¿De qué manera podemos relacionarnos con ellos, entonces, que no sea la mística? Incluso podríamos concluir que, dada la existencia de esas entidades inabarcables por nuestro entendimiento, la única forma racional de relacionarnos con ellas es la religiosa.
    En “La llamada de Cthulhu” (título religioso donde los haya) el narrador desprecia sin contemplaciones a los seguidores del culto a Cthulhu —“los prisioneros resultaron ser mestizos de muy baja ralea, y mentalmente débiles… en su mayor parte marineros, y había algunos negros y mulatos, procedentes casi todos de las islas de Cabo Verde, que daban un cierto matiz vudú a aquel culto heterogéneo…”—, pero la superioridad intelectual y racial del narrador termina finalmente no sirviéndole para nada. La locura (en esto Lovecraft es tan gótico como el que más) es la salida inevitable para todos los atrevidos científicos que protagonizan sus obras. El caos triunfa, siempre, mientras que la razón —literalmente— se pierde por el camino. ¿Esto es muy kantiano?
    El mismo Lovecraft (o bueno, su narrador) lo anuncia en la primera frase del relato: “No hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella… Las ciencias, que siguen sus caminos propios, no han causado mucho daño hasta ahora; pero algún día la unión de esos disociados conocimientos nos abrirá a la realidad, y a la endeble posición que en ella ocupamos, perspectivas tan terribles que enloqueceremos ante la revelación, o huiremos de esa funesta luz, refugiándonos en la seguridad y la paz de una nueva edad de las tinieblas”.

    Lo que quiero decir es… Tal como apuntas, las historias de Lovecraft muestran “un conflicto entre la pasión por lo cuantificable y el horror debido a lo no cuantificable”. Pero el triunfo por goleada del horror viene a demostrar (por la lógica interna de los relatos, al margen de las convicciones de Lovecraft) que la estrategia racional era equivocada desde el principio, y que en realidad aquellos aborígenes estúpidos eran quienes habían asumido el modo correcto de encararse con lo ominoso, preservándolo como un misterio irresoluble, alcanzable sólo a través de rituales herméticos.
    En esto creo que la literatura fantástica funciona de forma similar al pensamiento religioso (los mitos de Cthulhu son en definitiva una religión pagana): se asume que existe un Otro misterioso, daimónico, imposible pero real, con el que sólo nos podemos relacionar a través de símbolos, rituales, etc. En el momento en que la razón/ciencia es capaz de descodificar ese Otro entramos en el terreno de la ciencia ficción, desaparece la metáfora y los significantes vacíos —Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn— empiezan a llenarse de significados concretos, cuantificables. En ese instante desaparece el terror y queda, si acaso, un sentido de la maravilla de tipo racional.
    Pero yo creo que las narraciones de Lovecraft apuntan justo en la dirección contraria, hacia ese punto de no-significado del que hablaba Rosemary Jackson. Hacia el caos absoluto y el fracaso de la razón.
    Que me parecen estrictamente fantásticos, vaya. Pero si me dices que también pueden considerarse precursores de la ciencia-ficción, yo feliz.

    Genial el artículo.

    • Muchas gracias por el mensaje, Ismael.

      Sonará raro, pero estoy de acuerdo con todo y creo que sigue cuadrando.

      Acudiré de nuevo a Kant y su entendimiento de la “finalidad”. Entendía que la realidad absoluta es incognoscible. Nuestras limitaciones nos impiden alcanzarla. De hecho, somos capaces de saber cómo son las cosas más allá de lo que nos dicen nuestros sentidos y nuestra tecnología. ¿Implica eso que el mundo no está gobernado por la lógica? Nop. Significa solo que nuestra razón no llega a desentrañar la realidad. Kant decía que no llegaremos nunca a la razón última, pero que debemos tender a esa finalidad inalcanzable, porque no es lo mismo quedarse a una distancia o a otra en el camino.

      Con genial mala leche, dices: “Bien, ahí entra la religión”. Cuidado. Para muchos de nosotros, la religión queda negada por la lógica, puesto que acude a multitud de postulados que la ciencia ha demostrado falsos. Es decir, la religión no aporta soluciones, sino que s epone una venda en los ojos ante la realidad. Por consiguiente, partir del postulado de un Dios no resuelve nada, sino que complica las cosas, aparte de que sabemos perfectamente de dónde surge cada religión y que sobre todas ellas disponemos de una demostración científica que demuestra su contingencia.

      ¿La mística? ¿Cómo entendemos la mística? Si la entendemos como algo religioso, remito a lo anterior. Y, desde luego, parece que también tenemos bastante clara la falacia de la mística, explicable por medios científicos sin necesidad de acudir a invenciones divinas.

      Ahora bien… Podemos aumentar nuestros sentidos por drogas o por tecnología de unos modos que nos acercan a resultados parecidos a la mística. Evidentemente, todo eso también puede explicarse por la razón. Son “otros niveles de consciencia”, sí, pero finalmente reducibles a la lógica.

      ¿Qué nos queda? La intuición,los sentimientos y los juegos de lenguaje (especialmente mediante el arte) y; en el fondo también se explican por la razón, pero es cierto que nos hacen el apaño en lo que la razón nos ayuda.

      Es decir… Creo que esto subyace en todo Lovecraft (aunque aquí quizás no acierte, lo reconozco). En mi opinión, lo que está haciendo Lovecraft es decir que la razón no llega y no puede llegar. Punto. No hay más sistemas. A joerse. Cada vez que acude a algún otro mecanismo, yo diría que acaba metiendo o algo científico o el viaje interdimensional, pero no tengo claro que meta lo sobrenatural como lo que no sigue una lógica, sino aquello a lo que “nuestra razón humana” (subráyalo y ponlo en negrita) no puede llegar.

      Y, como no llegamos, algún día esto nos explotará en la cara. Por cierto, es lo que defienden los góticos y los románticos (con Hoffmann a la cabeza) y los escritores de literatura fantástica en la línea de Cortázar. ¿Diferencia con Lovecraft? La mayor parte de ellos creen que la realidad no existe, que las leyes de la física no son ciertas porque todo es opinable o depende de la perspectiva. Yo diría que Lovecraft no cree eso, sino que no llegamos y punto. Y justo ahí, en ese punto, se separan la literatura fantástica y la ciencia ficción, en el motivo por el que no llegaremos a saberlo todo: porque no hay nada estable que saber (literatura fantástica) o porque no llegaremos debido a nuestra insignificancia física (ciencia ficción). Prueba: los relatos de I.A.s que no son capaces de explicar a los seres humanos su entendimiento del universo, como el Golem XIV de Stanislaw Lem o las naves de la Cultura en las novelas de Banks.

      • No soy experto en Lovecraft y mucho menos en Kant, así que te lo compro todo. 😀

        Sobre todo: “Y justo ahí, en ese punto, se separan la literatura fantástica y la ciencia ficción, en el motivo por el que no llegaremos a saberlo todo: porque no hay nada estable que saber (literatura fantástica) o porque no llegaremos debido a nuestra insignificancia física (ciencia ficción).”
        Lo veo igual, con un matiz: en el relato fantástico no necesariamente está toda la realidad en cuestión, basta con que se presente una anomalía inexplicable. Y el hecho de que es inexplicable (desde una lógica científica, pero sí explicable desde una lógica psicológica o metafórica, a fin de cuentas hablamos de daimones mentales) es precisamente lo que define a lo fantástico. Digo.

  3. Un texto muy interesante, y necesario. Por esa razón no entiendo muy bien las críticas, ya que la idea central me parece bastante evidente. Incluso sospecho que muchos académicos y expertos en estas materias, con sus propios matices y variantes, estarían de acuerdo. Aunque como siempre, resulta muy complicado vencer las inercias con respecto a los tópicos dominantes bien establecidos.

    Se aprecia con bastante claridad que en la ciencia ficción hay una confrontación entre una concepción ilustrada del mundo y una romántica, pero no ya en sus orígenes, en todo momento. Pero lo difícil es resolver qué hay que de qué, y el punto de origen de esta confrontación dialéctica entre visiones del mundo tan opuestas. A mí me resulta bastante convincente la hipótesis propuesta, o quizá sea que Fernando Ángel la argumenta muy bien, Kant es un buen punto de inicio.

    Lo es porque es un autor que representa una forma muy concreta de entender la Ilustración, como movimiento filosófico y político, que es mucho más diversas de lo que se suele creer desde una visión superficial de los pensadores que incluyen en su seno. Pero si hay uno que define a lo que entendemos popularmente como Ilustración, pero sin llegar a puntos de vista radicales y con puntos ciegos por los que introducir el idealismo, es Kant.

    Por otro lado, resulta muy interesante la parte central de la argumentación, ya que ella surge lo que es una cuestión fundamental para entender la historia de las ideas desde el siglo XVIII, que es la de la asociación que surge en la Ilustración de materialismo como mecanicismo y/o reduccionismo. Aquí hay implícita una falacia importante, pues materialismo no es sinónimo de reduccionismo, pero se ha empleado este aparente isomorfismo para combatir no ya al materialismo entendido como un inmanentismo, sino incluso a la más general visión del mundo basada en la razón. Desde luego los románticos lo hicieron, pero no fueron los únicos, y a finales del XIX existe todo un movimiento antimaterialista, en el que hay presente un número ingente de físicos y matemáticos, por cierto, que intenta conciliar puntos de vista espiritualistas con la ciencia académica. Este movimiento es una fuente de buena parte de tópicos y temas que poblarán la literatura pulp y la moderna ciencia ficció. Pero para entender por qué surgen estos movimientos, y por qué han influido en la literatura de ciencia ficción, la hipótesis propuesta del origen kantiano resulta extramadamente útil y atractiva.

    Pero tengo que reconocer que tengo un sesgo cognitivo con respecto al texto. Empatizo muy bien con esa obsesión de cara a explicar por qué una estética como la romántica resulta tan atractiva, cuando su filosofía es todo lo contrario. A mí me pasa algo similar, aunque con un movimiento emparentado con el romanticismo, pero que es autónomo, el del esoterismo-ocultismo decimonónico. Una ampliación de la tesis original resolviendo los aspectos propios de la filosofía esotérica de otros más generales románticos, pues sospecho que aportaría una gran luz sobre cómo es realmente la visión del mundo que hay en la ciencia ficción.

    Sobre las reflexiones de Ismael sobre Lovecraft hay un par de cuestiones muy interesantes. Una es que hay que tener en cuenta cómo era Lovecraft. Se sabe que su principal fuente filosófica en las ideas materialistas era un autor que podría considerarse como una versión estadounidense de Karl Vogt. Con una concepción más que mecanicista de las cosas, en la cual la mente no sería sino un fluido o efluvio viscoso del cerebro, y otras de semejante talla. Es muy difícil imaginarse cómo un autor que estaba conforme con esa visión del mundo introdujese conscientemente lo sobrenatural en sus historias. Yo no lo veo claro. Pero también es cierto que era un gran conocedor del pensamiento ocultista, y precisamete Lovecraft es un ejemplo paradigmático del empleo de una estética pero si aceptación de la epistemología y ontología que hay tras ella.

    Si analizamos a sus dioses primigenios desde un punto de vista simbólico podemos interpretarlos como una metáfora precisamente un universo amoral, material y mecanicista. Un universo en el que el ser humano es irrelevante, pero eso no tiene que ver con su capacidad de comprensión de la realidad, o de la aceptación de la intromisión en el mundo de lo fantástico o sobrenatural, en realidad es resultado de la adopción de un materialismo radical. ¿De dónde surge entonces tanto horror y locura? Pues deriva del hecho de tener en cuenta también a Kant, pero en este caso sus famosas antinomias. Lo que resulta horroroso a Lovecraft no es ya ese universo mecánico y amoral, sino el carácter infinito del espacio y el tiempo que lo contienen. O la extrañeza de los conceptos matemáticos como las dimensiones no euclídeas, la mezcla de espacio y tiempo postulada por Einstein, o el extraño mundo de los cuantos.

    • José Manuel, magnífica reflexión.

      Estoy de acuerdo con que hay que profundizar en esa influencia esotérica en la construcciòn del género, pero es un mundo que desconozco casi por completo. Te toca a ti. 😉

      En canto a lo demás, deberías unir este texto al mío y co-firmar el resultado.

  4. Extraordinario artículo, felicidades. Me ha gustado tanto que no voy a poder evitar robarte una idea para una reseña que tengo entre manos, sorry!

  5. Qué artículo tan bueno, leerlo ha sido muy estimulante.
    El caso es que a mí tampoco me parece una idea tan polémica la de asociar Kant con la forma de pensar de la ciencia ficción. En los ambientes cristianos (en los que me muevo personalmente) se tiene claro que el pensamiento de Kant es la divisoria entre un mundo en que la Metafísica y el conocimiento de Dios son reales, no meras especulaciones, a un mundo en que son algo más allá de los límites de la razón, de la ciencia, que debe quedarse en lo que los sentidos pueden captar. Por ejemplo: http://infocatolica.com/blog/praeclara.php/1302090120-acerca-de-las-antinomias-kant

    Por eso la ciencia ficción, literatura propia de la forma de pensar moderna, es hija de Kant, padre de la Modernidad. De hecho se me ocurre una posible comprobación de que tu tesis funciona, mediante un contraejemplo: ¿Hubiera sido posible escribir ciencia ficción en la época de Santo Tomás, el filósofo cristiano por excelencia? Justo hoy es su fiesta, por eso no he podido dejar de pensarlo al leerte. De hecho, ese sería uno de los motivos por lo que los libros de Lewis no son auténtica ciencia ficción, ni siquiera en la trilogía de Ransom. Mira que a mí me encanta el segudno libro, el de Perelandra, pero por la teología que contiene, no por la ciencia ficción.

    Otro escritor imbuido de Santo Tomás y no de Kant: Tolkien. ¿No es verdad que su forma de escribir nunca hubiera servido para un libro de ciencia ficción? Sus mundos son reales, esencialmente existentes, no sombras de lo que nuestra mente no puede abarcar.

    Anda que dirás que a menudos jardines: uno que si la mística, otro el esoterismo y ahora yo la metafísica católica 🙂

    El caso es que habría otro contraejemplo más, y algo apuntas en tu artículo: ¿sigue siendo posible escribir CF en la posmodernidad, al menos en la parte de ella antiracional que renuncia a Kant y a la razón, sea pura, práctica o de cualquier sabor?

    Muchas gracias por tu artículo, que viva la divulgación que nos hace pensar y agrandar horizontes mentales.

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