Lonesome Dove, de Larry McMurtry

Lonesome Dove

A menudo el punto de partida de las grandes historias es un pequeño detalle que pasa desapercibido en un contexto mayor. Más o menos como Ícaro cayendo al mar en el conocido cuadro de Brueghel. Y algo parecido ocurre en las (mejores) biografías, y es normal que así sea: las primeras apariciones relevantes del biografiado o la biografiada suelen darse muchas páginas libro adentro, cuando el contexto en el que aparecen abuelas y abuelos, madres y padres, ciudad o pueblo, ya está descrito, erigido, y el foco principal de la historia se libera de esas primeras ataduras y deja claro que ese marco era sólo un punto de partida que iba a llevar, cientos de páginas después, a una historia mayor de implicaciones cruzadas, de escenarios cambiantes. Así lo vemos en Dune; en Al Este del Edén; en Los hechos del rey Arturo; en esta Lonesome Dove de Larry McMurtry que tuve la suerte de encontrarme, en inglés y en buen estado, tirada por ahí en un banco de madera en la ciudad.

Son cosas que a veces pasan.

Hay un humor suavizado en la novela, suavizado pero constante, que es impropio del western. No es que los personajes tengan salidas graciosas o inesperados arranques de humor, y tampoco es la autoconsciencia semiparódica que vemos en el spaghetti western ni la ocasional caída del borrachín del pueblo que veíamos en el western clásico. Lo que nos hace reír aquí es que el narrador mismo (en tercera persona) –con sus ironías– te desarma por dos: por la ironía en sí y por no esperártela en el marco de esta historia de vaqueros itinerantes.

Lonesome DoveEl hilo de Twitter que fue publicando Nacho este verano a medida que iba leyendo la novela ha sido lo que me ha animado a leerla. Qué arranque tiene: el grupo de personajes descrito en las primeras páginas te deja ver qué tipo de vida han tenido, qué tipo de vida tienen, y qué tipo de vida quiere para sí la juventud que vive entre los representantes de ese pasado, como el joven Newt, al que, a medida que pasas las páginas en tu lectura, ves que irá cogiendo protagonismo y que será un personaje marcado por el tiempo (el que hereda y el que acabará proyectando en el futuro). Y el secarral en el que se cuecen todos y la pereza resultante también se constituyen como determinantes condiciones de vida, como rasgos idiosincrásicos de un tiempo. El prostíbulo, o en este caso Lorena, la prostituta solitaria, tan solicitada, son parte capital de esa sociedad primeriza (como también se veía en Al este del edén). No puede faltar nunca la presencia del prostíbulo en el oeste que funda sus ciudades, su personalidad social. Del prostíbulo y del whisky.

El calor y el polvo y la sed, como digo, son parte de este primer paisaje, de esta reseca soledad que es el pueblo de Lonesome Dove donde conviven las encarnaciones simbólicas del tiempo pasado, presente y futuro. Newt sueña con el pasado que han vivido sus vecinos; todo es leyenda en sus oídos de chico que no ha salido nunca de casa, y cada visita es un estímulo más en su imaginación. Se mezclan el amor y las ganas de vivir. ¡Cómo no se iban a emulsionar, a exacerbar, en esa nada donde vive!

Aunque las dos sean westerns, aunque se publicasen en el mismo año, Meridiano de sangre y Lonesome Dove no tienen realmente mucho que ver. Ese sutil humor no aparece nunca en Meridiano, y lo cruenta que es Meridiano es demasiado para la novela de McMurtry. Pero las dos te ayudan a entender de dónde viene parte de Estados Unidos, el crisol del que surge lo que conocemos hoy. La violencia de una, la soledad de la otra. (Aunque también hay una inconsolable soledad en Meridiano, y una violencia estructural profunda en Lonesome).

En Lonesome Dove vemos la violencia del colono que está en su tierra colonizada y no se pregunta si eso es justo, si es lícito o moralmente aceptable ni se pregunta nunca nada porque para qué. Es la violencia asumida que se da por sentada porque ya no se ve. La que viaja por entre las vigas maestras de la Historia y no se cuestiona. Pero los protagonistas son esos mismos colonos blancos (menos el negro analfabeto, liberto de milagro), que están solos en el vasto panorama que es la nación, en esas llanuras, por decirlo con un guiño fácil, de horizontes lejanos. Esa extensión hacia el oeste que creo que se entiende mejor si leemos a McCarthy de la mano de Chomsky se ve también en Lonesome Dove pero quizá como reflejo involuntario: McMurtry cuenta una historia en la que ese arrasamiento ha sucedido hace mucho y por tanto el contexto histórico, al describirlo, ya reflejará esa violencia estructural, lo quiera así el autor o no.

La historia poco a poco va cogiendo forma, en un narrar moroso. No es, en este sentido, una novela río digresiva. Se van desarrollando los hechos como desplegándose, con pliegues lentos pero emocionantes, como ese mismo paisaje, y sí que hay digresiones y expansiones del relato, pero todo guiado por el viaje hacia el norte, todo acaba volviendo siempre a esa necesidad de moverse y de lo que implica enfrentarse a tus miedos, a todo lo que pierdes cuando te mueves. Son digresiones de un mismo viaje, de un mismo impulso de moverse.

Lonesome DoveRetrata McMurtry la parte incómoda de la humanidad o, como mínimo, una parte de nosotros que no siempre es fácil de entender. Como cuando Augustus se acerca a Lorena para pedirle sus servicios y le insiste pese a que ella no quiere porque está, o cree que está, comprometida con Jake, y sin embargo acaba cediendo ante su insistencia sin que, para su sorpresa, le remuerda luego la conciencia. Aquí vemos cómo funciona la presión mental, el asedio de alguien amable, cercano, que no ejerce violencia física pero acaba siendo coercitivo e impositivo igual. Alguien cercano moldea tu cerebro y tus emociones con sus palabras afectuosas para conseguir lo que quiere (que es exactamente lo contrario de lo que quieres tú). Y sin embargo eso, que en la mayoría de los casos acabaría en que la persona se sintiera mal o culpable, muta en algo más complejo. Claro que la actitud de Augustus es impositiva. Pero la reacción de Lorena nos dice algo más de la humanidad. Empieza sintiéndose como todos nos sentiríamos, pero termina conformándose. Qué miedo. McMurtry lo retrata en un episodio precioso por humano y certero. Precioso por lo bien que se muestra ese pliegue de la humanidad, por lo bien que vemos lo plástica que es la mente humana.

La pena omnipresente (pero superable) del enamoramiento no correspondido: eso también se ve en la novela. Ese letargo emocional en el que te deja ese mal menor –creo que podríamos llamarlo así, mal menor– flota entre los personajes. Y todo esto cuaja en un cruce de emociones que son prólogo, son el punto de partida de esas ganas de romper con todo que tienen algunos de los que viven en el pueblo como Newt o Lorena o el propio Call. La palabra anhelo y la palabra querencia me gustan muy poco porque las veo cursis y afectadas, pero esas pasiones son las que cruzan las mentes de los personajes. Las ganas de vivir y de aventura que hay en todos los inicios, siempre tan prometedores, es el motivo de sus insatisfacciones permanentes. Como Jim Hawkins en La isla del tesoro. Como Ismael en Moby Dick. Crea un caldo de cultivo que hace que salir de ahí, de la decrépita Lonesome Dove, sea necesario, y lo vemos no en el discurso de los personajes sino en sus sentimientos y en sus, sí, anhelos y querencias.

El movimiento de salir, de lanzarse nuevamente a los caminos, es el comprensible resultado de esa amalgama de atrofias (por decirlo así). Y qué bien hay que escribir para hacer eso. No ya la prosa, que eso mira, puede que guste más o menos pero dependerá siempre (yo diría) de quien lee, pero cuánto hay que conocer la personalidad humana para entenderla y describirla así. Qué dominio de la narrativa. Qué mirada y qué inteligencia.

La dureza de la aventura y el precio que se paga por querer vivir un poco esta vida que ya sabemos. Ese precio, esa rasgadura, se ve en los mayores que han vivido en los caminos, y en los jóvenes que los ven por primera vez y ven que no era todo tan sencillo.

La amistad es otra de las pasiones fundamentales del libro. Una amistad llena de riñas, de pullas. Una amistad antigua que sabe que puede aguantar ese zarandeo. Y, junto con eso, la sensación del viaje. Sentadito ahí en la butaca o buscando el equilibrio en el metro (de camino a tu trabajo de mierda), la sensación que te envuelve cuando lees es la de compartir viaje. Cada vez que abres el libro reanudas tu viaje con el grupo hacia Montana.

Lonesome DoveEn punto a prosa, compararla con la escritura casi embrujada de McCarthy es hacerle un flaco favor, pero en realidad no creo que se trate de una inhabilidad, sino de que a McMurtry, simplemente, no le interesa recrearse ni quiere gustarse como se gusta (ese viejo cowboy crepuscular que es) Cormac. Las frases son fáciles de seguir, cristalinas y cortas. El léxico es asequible (apunto esto cuando voy por la página 389 de 824), y no recuerdo haber necesitado el diccionario salvo en un par de ocasiones (cuando lo normal es necesitarlo bastante más a menudo). Y qué bien se lee, qué fácil y agradable la lectura y lo difícil que es conseguir eso. Es como si la prosa fuese una larga superficie de madera lijada, casi afelpada aunque un poco porosa al tacto, sobre la que irse de viaje hacia el norte con los vaqueros asilvestrados de la aventura. Nada se interpone entre el viaje y tu lectura; ni siquiera el asombro del lenguaje. Es todo viaje y vida vivida a fondo.

No he mencionado los episodios de la novela, tan bien descritos, ni la cantidad de personajes que se van añadiendo a la historia. Todo acaba formando un tapiz: el del propio fluir del tiempo. El pasado visto a través de los recuerdos de Call y de Augustus, el terror de las mujeres en un mundo masculino y violento, las ganas de vivir de la juventud, las durísimas condiciones de vida, el alcohol y los prostíbulos y las armas como fundacionales piedras de la sociedad futura. El amor también tiene su lugar en esta historia, claro, como vemos con el rastro de enamoradizos desatendidos que deja Lorena, pero, sobre todo, con Clara y Augustus, en uno de los mejores tramos de la novela en los que este amor antiguo se reencuentra por fin.

Cuando te encariñas con los personajes, cuando los sientes tan cercanos que te alegra volver a verlos cuando tienes un momento, es señal de estar ante un buen libro, yo creo (o creo que creemos todos). Lonesome Dove nos da un amplio repertorio, tanto que no sé muy bien con quién quedarme. Quizá con el triste sheriff July Johnson.

Lo mejor, para salir de dudas, será releer la novela y volver al solitario pueblo de Lonesome Dove, acompañarles en el viaje hasta Montana, con la alegría casi física de volver a verles de nuevo.

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