Son infinitas las historias que exploran la supervivencia de uno o varios personajes en un entorno aislado, enfrentados a condiciones climatológicas extremas, paisajes indómitos y/o animales que poco entienden de sus necesidades. Sin embargo su atractivo ha variado bastante con el paso del tiempo. Del retrato del mundo natural y la exaltación del hombre como su dominador a la descripción de cómo se ve afectado el paisaje interior de los personajes. La manera en que sus relaciones y emociones son amplificadas por unas condiciones ante las cuales cualquier estabilidad resulta una quimera. Es en este sentido donde Sukkwan Island se reivindica como una de las lecturas más asfixiantes y revulsivas que he leído. Un relato que transporta a territorios límite a partir de unos elementos cuya sencillez potencia el horror insondable ante el cual te sitúan.
El narrador omnisciente que relata la historia sigue a Roy mientras acompaña a su padre a una cabaña aislada de Alaska con un propósito lúgubre: sublimar toda una serie de fantasías masturbatorias alrededor del modus vivendi en la frontera y las relaciones paternofiliales a lo televisión años 50. Sin embargo, a medida que pasan los días y los acontecimientos se alejan de la estimulante aventura que había planificado, el personaje del padre queda definido en todo su esplendor. Su insatisfactoria relación con las mujeres, sus sucesivas frustraciones vitales, su profunda soledad golpean a un Roy sin escapatoria, obligado a soportar cargas impropias para alguien de su edad.
Ese proceso de nudismo emocional del padre y de crecimiento de Roy marca el desarrollo de la primera mitad de Sukkwan Island. Desde la imprecisión inicial, ese silencio admonitorio que advierte que algo no funciona en ese personaje, hasta la gradual exposición de sus demonios, un poco a la manera de Hemingway. Aunque aquí la elusión se transforma en evidencia cuando se acumulan las certezas que transportan la narración hasta un inexorable punto de no retorno. El giro del que todo el mundo habla, un atrevimiento que trasciende la vuelta de tuerca argumental y lleva la novela a un terreno narrativo nuevo. Una experiencia genuina a la que ninguna lista de adjetivos (abracadabrante, atroz, enfermiza…) puede hacer justicia.
Es ese vacío en el que terminan los personajes, y ante el que resulta imposible apartar la mirada a pesar de la incomodidad que produce, lo que mejor define la lectura de Sukkwan Island. Una novela insana que, en su agonía, me ha recordado al tramo final de La chica de al lado o las partes más implacables de Meridiano de sangre. Un viaje irreversible a los más profundas simas en las que puede caer el alma humana.
Sukkwand Island (Alfabia, 2010)
Sukkwan Island (2008)
Traducción: Daniel Gascón
Rústica. 210pp. 18 €
Ficha en la web de la editorial