La ciudad y las estrellas, de Arthur C. Clarke

La ciudad y las estrellasAún conservo un papelito lleno de dobleces con un puñado de títulos extraídos de las listas de Barceló y Pringle para peinar las librerías. Entre ellos estaba La ciudad y las estrellas, novela que no pude conseguir hasta los tiempos de Cyberdark (2002 o 2003). El ejemplar de Nebulae Segunda Época acumuló polvo en la estantería esperando su oportunidad… una década. Un día me puse a leerlo y con la conjunción de mi exquisitez y mi creciente presbicia ya no estaba para tal esfuerzo. Lo reemplacé por la entonces reciente edición de Alamut, con una nueva traducción y un breve estudio de Julián Díez, y ahí se quedó hasta hace unas semanas, cuando el confinamiento me ha empujado hacia un puñado de clásicos. No tantos como me hubiera gustado. La coyuntura tampoco ha supuesto más tiempo de lectura por todo lo asociado al nuevo purgatorio del profesorado: sacar adelante un alumnado y unas familias entrenados en modelos presenciales. Pero ese es otro asunto.

Desde luego, llegar a este libro con 45 tacos y bastantes imaginarias a las espaldas no parecen las mejores condiciones. Más cuando me cuesta apreciar al Clarke novelista: son sus peores textos los que prevalecen en mi recuerdo. Tampoco puedo decir que las primeras páginas de La ciudad y las estrellas me hayan ablandado la mirada. En las correrías del joven Alvin por las calles y edificios de Diaspar no podía dejar de ver una versión juvenil de Titus Groan pasada por un rotoscopio con prisas. Donde en Peake observo un trazo detallado, barroco, repleto de personajes matizados, en Clarke veo un despertar a la realidad menos sugerente, en un entorno y con unos personajes más acartonados.

En sus primeros recodos, ese bibelot encapsulado para albergar una humanidad inmutable hasta el fin de los tiempos no ha despertado mi interés. Apenas la presencia de Khedron, el simpático agente del caos que acompaña a Alvin en su búsqueda de una puerta al exterior de la ciudad, me ha atraído lo suficiente para porfiar. Parece un personaje extraído de Nocturnos de Viriconium, un mínimo portavoz de la entropía en el reino del orden, poniendo zancadillas a la preservación de la información y el estado “normal” de las cosas.

The City and The Stars

Y en eso se vislumbra ese mundo más allá de los muros de Diaspar. El momento cuando la maquinaria de la evocación inicia el trote en un sentido que lleva después al galope, en un progreso ya irreversible. Una secuencia que no entra en el éxtasis poético de Hacedor de estrellas, para mi las grandes ligas (del recuerdo). Pero en el camino propuesto por Clarke encuentro la sabiduría de quien acierta a abrir la complejidad de ese futuro a mil millones de años vista con la paciencia de un consumado contador de historias.

La ciudad y las estrellas estimula la imaginación y te asoma a un abismo con un vértigo y una contundencia incomparables respecto a las de El fin de la infancia, la otra gran obra de Clarke de los 50. Una sensación construida sobre la acreción de nuevos elementos que, de una manera no trivial, dan forma a un panorama cuya vastedad comienza a intuirse cuando Alvin llega a la ciudad de Lys y se traza la dualidad con Diaspar. Mucho más rica de lo que en un primer momento sugiere y que comienza a alimentar la caldera del relato con todo tipo de cuestiones históricas, tecnológicas, religiosas o de planificación social. Como enfatiza Julián Díez, la inteligencia de Clarke se evidencia en la realimentación de esas ideas, la apertura de preguntas que no ofrecen respuestas triviales y mantienen su relevancia seis décadas después de su escritura.

Mientras que una parte sustancial de las obras publicadas en la época han quedado superadas, La ciudad y las estrellas conserva una vigencia vinculada a la perspicacia de su autor. Clarke acertó a escrutar su presente para construir un futuro que contiene la ciencia ficción de su época y la que se escribió posteriormente (imperios galácticos, la singularidad, poderes mentales…). Y establece un provechoso diálogo con obras coetáneas, como la primera trilogía de la Fundación, además de otras que sin duda se han inspirado en ella como La isla de Bowen, de César Mallorquí. Ese hálito fresco me lleva a recomendar en este 2020 este libro que ha conseguido mantener sus cualidades ante la inflexible mirada del tiempo.

La ciudad y las estrellas (Alamut Ediciones, 2013)
The City and The Stars (1956)
Traducción: Julián Díez
Rústica. 239pp. 19,95€
Ficha en La tercera fundación

Un comentario en «La ciudad y las estrellas, de Arthur C. Clarke»

  1. He comentado ya alguna vez que he leído este libro dos veces: una, de joven, cuando me fascinó y otra más mayorcito, cuando no entendí qué le vi de maravilloso al libro cuando fui joven. Y no es que el libro haya envejecido mal, es que quizá soy yo que ha envejecido demasiado…

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