De las colecciones de relatos que leí en 2016, el mejor recuerdo me lo ha dejado Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez. Vale, fue de las últimas lecturas del año, ese estimable potenciador del recuerdo a la hora de elaborar cualquier “Lo mejor de…”. Pero ofrece detalles que suponen un estimable valor añadido, caso de su coherencia en la acreción de las narraciones elegidas para aparecer en él. Sin huir de la diversidad, están conectadas por una serie de enfoques, una cierta unidad estilística y un tono dentro de los cuales cada pieza individual crece y se beneficia del resto. En esa secuencia Enriquez evoca una Argentina a lo largo de los últimos 30 años azotada por la crisis económica, la desigualdad, un machismo atroz y las secuelas de la dictadura militar. Una realidad cruda donde las víctimas endurecen su mirada y se sirven de su dolor bien para golpear a sus verdugos, bien para tomar su lugar como si su padecimiento no hubiera existido. Los gestos de humanidad reciben como recompensa un castigo psicológico, antesala de un sufrimiento físico hurtado ocasionalmente por un final elíptico .
Mi relato preferido es el que lleva el titulo del libro. Abre la mirada a un presente extrañado donde grupos de mujeres, hartas de observar cómo se hacen oídos sordos a los actos de violencia machista, inician un acto de protesta incontestable durante el cual, si sobreviven, quedan desfiguradas. Tras superar la convalecencia en el hospital, salen a la calle y se exhiben en los espacios públicos como si nada hubiera ocurrido, convirtiéndose en portavoces de un cambio social a múltiples niveles. Enriquez escribe desde una narradora que parte de lo concreto (una de estas mujeres entra en el metro, se cuenta cómo va vestida, las reacciones que despierta…) para llegar a lo general, con una aproximación distante quebrada después de su transformación. La solución como una válvula de escape se describe desde una racionalidad aterradora.
Esta narración en primera persona es una de las marcas más evidentes de la colección. Enriquez la utiliza para ofrecer una mirada costumbrista interna o externa a situaciones enquistadas tocadas de alguna manera por lo fantástico.
“Tela de araña”, se construye a partir de una mujer que viaja con su esposo a visitar a sus tíos en Corrientes, en las proximidades de la frontera entre Brasil y Paraguay. En ese ambiente ajeno, en convivencia con otro modo de vida, las insatisfacciones en su relación con su marido estallan en un viaje por carretera. Frente a una mayoría de escenarios más o menos urbanos, destaca el contraste con uno rural, puerta abierta a otra realidad menos encorsetada, más primaria, en la cual la liberación resulta más factible. Mientras en “El niño sucio”, tras el encuentro de una mujer con un niño abandonado por su madre en un entorno marginal, se sugiere la existencia de un culto religioso al que se hacen sacrificios aberrantes. Este elemento, lejos de ser gratuito, potencia la sensación de descomposición por al hundimiento económico y se nutre de un final abierto donde se deja al lector ante una duda: ¿tiene el miedo una base real o es una elaboración surgida del pánico ante la crisis y sus víctimas?
Este gusto por los desenlaces no cerrados es otra constante de Las cosas que perdimos en el fuego. Unas veces con efecto positivo, permitiendo al lector participar de las incertidumbres planteadas. Enriquez va más allá de las conclusiones simples y multiplica la ganancia de la historia. Otras me temo que deja al cuento en un limbo un tanto gratuito.
Pero sin duda el relato que más me ha llegado ha sido “Bajo el agua negra”. Es fácil ganarme el corazón con una base Lovecraftiana, muy cercana al espíritu del Ligotti de “El último festejo del Arlequín” trasladado hasta las barriadas al sur de Buenos Aires. Sin embargo detrás hay mucho más. Comienza con el interrogatorio de una fiscal a unos policías para esclarecer un caso de crueldad; la muerte de otro chaval vecino de uno de los poblados más empobrecidos de la capital. Enriquez arrastra esa investigación por la desigualdad económica, la discriminación social y el impacto ecológico. Este cóctel se convierte en aterrador cuando entre las chabolas, la mugre y la miasma irrumpe el horror cósmico, retorcido para incluir una componente de lucha de clases. En esa redefinición es donde “Bajo el agua negra” abandona la categoría de simple actualización de los mitos y abre un horizonte hasta ese momento en entredicho. Magnífico.
Hay tres o cuatro cuentos que están lejos de este nivel, pero en conjunto Las cosas que perdimos en el fuego me ha parecido una gran colección de relatos. Esta misma semana Anagrama ha publicado un nuevo libro de Mariana Enriquez, Los peligros de fumar en la cama. No pienso perdérmelo.
Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, Colección Narrativas hispánicas nº559, 2016)
Rústica. 200 pp. 16.90 €
Ficha en La web de la editorial
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