Sobre la ciencia en la ciencia ficción

Cuando Alice se subió a la mesaSe puede decir así, si queremos: la ciencia ficción no tiene nada que ver con la ciencia. Hay historias que la incluyen más, otras que menos, pero su presencia, en los surcos de un cuento o novela, está al servicio de la imagen, de la potencia semántica de la imagen, y no del análisis físico, químico o biológico del mundo. La ciencia forma parte de un contexto del que, bien tejido, surge el novum creíble, y no tiene por qué plegarse a las conclusiones de la así llamada realidad porque la ciencia, en la ficción, está al servicio de la imaginación y de la poesía. Representa lo pensado y sentido y no el desmenuzamiento científico del mundo, de los mecanismos internos, físicos, químicos o biológicos que realmente componen este mundo. Los objetivos de la ciencia en la ciencia ficción no son los mismos que en el laboratorio.

La ciencia en la ciencia ficción es un imaginario utilizado para espolear el sentido de la maravilla y hacer que despliegue todo el fulgor que lleva dentro y del que es capaz. Es un corpus explicativo y racional, orquestado para apuntalar un sentimiento, un pensamiento, una idea. Y la ciencia es, en sí misma, imaginario. Que haya fallos o incongruencias científicas en una novela de ciencia ficción es irrelevante. Sí, cierto, soy consciente de que puede chirriar hasta el punto que nos expulse de la lectura, pero en ese caso nos estará expulsando un elemento extraliterario, como si leyésemos un libro plagado de faltas de ortografía, de erratas y desajustes en la maquetación. Comprensible el rechazo, pero por motivos que nada tienen que ver con el texto. Esa novela o ese cuento reajustan las leyes físicas, químicas, biológicas y etcétera, y las resignifican en el nuevo contexto que las gesta a su manera, permitiéndose el lujo de ignorar o violentar determinadas certezas contrastadas.

Hay que adentrarse en la ficción poetizada, que es como decir aumentada, que nos propone todo texto cienciaficcionesco, sin los asideros de nuestra racionalidad cotidiana. “La función de la ciencia en la literatura de ciencia ficción es poética”, leemos en la Teoría de la literatura de ciencia ficción, de Fernando Ángel Moreno, así que todo este texto no es más que una simple nota al pie de esa frase.

AmericanPsychoPondré un ejemplo paralelo. La ciencia en la ciencia ficción juega un papel parecido al que juega la moda en American Psycho –obra maestra total de los años noventa–. Que esté presente y que, de hecho, sea hasta cierto punto definitoria de algunos aspectos del libro, no significa que tenga algo que ver, realmente que ver, con la moda. El sentido de esas referencias a la cosa de lujo no es la exactitud total de las menciones, esos fragmentos de la novela no quieren ser un catálogo actualizado de fantasías exclusivas: el sentido de esas referencias es crear imaginario, es el poder semántico de ese imaginario entretejido en un entorno social de alta alcurnia. Así, trascienden el mero acierto porque no son datos, son significado (que trasciende la referencialidad). Forman parte de una recreación verbal del mundo, y esto no depende de las mismas leyes que el mundo físico. ¿Que los fanáticos adoradores de la revista Forbes le encuentran incongruencias a la novela? ¿Que se menciona un reloj menos prestigioso en el (perverso) podio de la riqueza? Y qué. No es esa la exactitud que se persigue, sino el significado, y eso nos llega igual porque el tejido narrativo resignifica la referencia y la alumbra de nuevo.

Lo mismo pasa con la presencia de la ciencia, de la inquietud científica, en la literatura de ciencia ficción. Que esté presente y, por decir algo, las fórmulas sean correctas, significa sólo que las fórmulas son correctas. Ese libro de ciencia ficción dura seguirá siendo literatura, alimentada en alguno de sus aspectos por la ciencia, pero su poder semántico no dependerá de la certeza de sus silogismos ni de la exactitud de sus datos sino del papel que cumplan en el tejido narrativo, de su condición de creatura imaginada y a su vez evocadora de imágenes y significados, por suerte polisémicos, puestos al servicio de una historia deformada. Si constreñimos la imaginación tan sólo a lo analizable en probetas y Erlenmeyers, a lo mensurable con escuadra y cartabón, a los datos empíricos de la bata blanca, ¿qué nos queda? Hay que dejar ir esas conclusiones. Abrir un libro debería ser un desasimiento de nuestra propia realidad.

En un ensayo titulado, simplemente, Science Fiction, Adam Roberts dijo que “la ciencia ficción es un discurso metafórico”, y que no es “la ‘verdad’ de la ciencia lo que importa en la ciencia ficción, sino el método científico, el discurso lógico construido a partir de una premisa determinada”. Yendo para atrás en ese mismo ensayo aparece otra idea, expresada así en palabras sencillas y directas: la ciencia ficción es un género “de la imaginación más que de la realidad observada”. Si le añadimos la conocida expresión de Coleridge del ‘suspenso de la incredulidad’, tendremos las coordenadas más recomendables, para mí, desde las que leer y adentrarse en el género.

ExhalaciónNo tiene ninguna importancia (ni creo que tenga interés alguno) pero prefiero decirlo igual, ¿por qué no?: me gusta más la ciencia ficción blanda que la otra. La veo más libre, menos esclava del rigor a que se debe quien quiera ser preciso en sus datos. De la misma manera que prefiero el verso libre al tintineo mnemotécnico de la rima en el verso convencional, prefiero el gesto de quien, capaz de crear un mundo coherente y plausible, ignora las limitaciones de la exactitud matemática, del sedicente calco exacto de la realidad. Esto es sólo una preferencia, nada más, y no quita que, pese a la intimidante frialdad de los cuentos de Ted Chiang, por poner un ejemplo, me encante lo que escribe, como, en general, todas las literaturas de ciencia ficción dura. Lo único que creo es que, dependiendo de cómo se quiera entender, la ciencia puede ser un lastre en (y para) la ciencia ficción.

Huelga decir que ahora tocaría escribir la apasionada defensa de la ciencia ficción dura.

Un buen punto de partida para conocer mejor sus logros es el libro colectivo La ciencia en la ciencia ficción, coescrito por Peter Nicholls, Brian Stableford y David Langford. Del rigor de la ciencia en la literatura que la incorpora, yo, personalmente, no tengo nada que decir. Porque nada sé. Mientras imaginativamente funcione, mientras quede resignificada y renazca en las páginas de un cuento o novela con otros propósitos y tenga coherencia según los mandatos del texto, bien: ya estoy contento. Se descubrirán nuevas posibilidades semánticas, de esa fractura con la ciencia real. Por eso no convengo con lo que dice Nicholls, en el prólogo, sobre el género: “¿se hallan basadas esas imágenes del futuro en auténtica ciencia?”. Esa pregunta para mí, como lector, es irrelevante. Irrelevante en el sentido de que esas imágenes cumplen otro propósito y en el de que no tienen por qué estar apuntaladas por esa ‘auténtica ciencia’.  Lo que en castellano se llamó el “condensador de fluzo” en Regreso al futuro no tiene validez científica ninguna (que yo sepa). ¿Y qué hacemos? ¿Rechazamos la película? No. Aceptamos la propuesta por muy acientífica que sea porque la ciencia en esa película es prima hermana de la ciencia de nuestro mundo y por tanto recorre otros derroteros y llega a otras conclusiones y las aceptamos porque están en una película y nos apetece entenderlo así.

La ciencia puede ser el andamiaje que dé validez a ciertas ideas, a ciertas imágenes. Y sí: pero no tiene por qué ni hay que desautorizar un texto que reformule o cuestione nuestros apriorismos. Sé que, por mal que duerma, nadie se despertará convertido en una cucaracha, y sin embargo así lo leemos en La metamorfosis y así nos lo creemos. Lo que puede ocurrir, por otra parte, es que el prurito cientificista entorpezca las posibilidades imaginativas de un texto. O que, por el bien de la corrección y la exactitud, se fragüe un texto farragoso, inexpresivo y lastrado.

Pretende simular veracidad, el que favorece la exactitud de las ecuaciones sobre el resto.

CienciaencfDavid Langford, en el capítulo cuatro del libro colectivo, dice: “si no se nos permite disponer de máquinas del tiempo, ¿cómo vamos a visitar el pasado o el futuro?”. Es decir: es consciente de las libertades que se toma quien imagina una historia. Hay que quebrar las normas para llegar a significados desconocidos. Pero un poco más adelante dice algo con lo que ya no puedo estar de acuerdo. Nada de acuerdo: “un escritor de ciencia ficción es perfectamente libre de imaginar una “nueva” física, pero no (…) de desechar la vieja”. ¿Por qué no? La puede incorporar, modificada en función de sus propios intereses. Puede hacer lo que le dé la gana. Su valor estético y su carga semántica no están subordinadas al rigor de la ciencia. Que en el universo no haya sonido es un dato que significa que en el universo no hay sonido. Por eso, en los viajes de la Enterprise en Star Trek puede haber sonido, atronadores aullidos interestelares, y cuantos más mejor, claro que sí: porque no es el universo. Es una serie. Es literatura.

También dice Langford, siempre en el mismo libro: “las enormes batallas de La guerra de las galaxias no son convincentes para el científico”. Pues muy mal. Ese científico es responsable de su interpretación de la película, de cómo escoge leer una pieza. Con las gafas científicas normal que no convenzan; con las gafas cinéfilas, seguramente sí (o no, pero por otros motivos). Yo creo que Philip K. Dick, que no mete mucha ciencia en su obra, ha descrito la naturaleza humana, el pensamiento cambiante y nuestra percepción de la realidad mucho mejor que muchos autores que sí se esfuerzan por conseguir plausibilidad narrativa con la acumulación de datos empíricos.

Langford argumenta también que los autores y autoras que elaboran con más detalle el componente científico de sus historias son “más propensos al error ocasional”. Bueno, y qué, si funcionan como literatura no tienen por qué funcionar como ciencia. Algo que el mismo autor dice más adelante: los mejores “alteran deliberadamente las reglas lo suficiente para hacer que la historia funcione”. Supongo que, en el fondo, las posturas están menos enfrentadas de lo que parece a primera vista.

Entiendo la división entre ciencia ficción dura y ciencia ficción blanda. Es útil para orientarse entre lecturas desconocidas. Lo malo de estas dicotomías, de todos modos, aparte de lo reduccionistas que son, es que generan una rivalidad, un enfrentamiento (o la ilusión de uno), que acaba siendo contraproducente. El amplio ecosistema de la ciencia ficción lo incluye todo, y hay espacio para todo. Nos corresponde a nosotros desligar unas conclusiones de otras, entender que operan de distinta manera y que sus logros, e intenciones, son otros.

Se parece, todo este debate, al de los reproches a los autores que no han sabido predecir o anticiparse a los adelantos científicos, a las invenciones y a los descubrimientos que hoy, inconscientes, damos por sentados. ¿Qué tendrá que ver la arbitraria casualidad de una predicción acertada con el talento? Esas coincidencias se dan por el estudio más o menos profundo de una rama determinada del conocimiento humano y la conjetura posterior que hacen en el límite del conocimiento. Puede coincidir con lo que pase después, o no. Reprocharle a X autor o autora que no supiera prever el alcance tentacular de internet o que creyese que en las primeras décadas del siglo XXI estaríamos viviendo todos bajo cúpulas transparentes en la luna es un reproche absurdo. Son consideraciones ajenas al texto que le imponemos al texto. Así, el rigor de la ciencia en la ciencia ficción. Algunos elementos tienen que funcionar entre cubierta y contracubierta, página a página, y nada más.

7 comentarios en “Sobre la ciencia en la ciencia ficción

  1. Buen texto. Enhorabuena.

    Solo añadiría que la importancia que se dé a la verosimilitud de la ciencia a menudo tiene que ver solo con el margen que un lector concreto le dé al pacto de ficción. Por lo demás, de acuerdo con todo.

    Muchas gracias por la cita. 🙂

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  3. Me ha interesado mucho tu artículo. Qué parte hay de ciencia y qué parte de ficción. Es un asunto sobre el que había reflexionado. Pero basándome en la peculiar traducción del término al castellano, que no sigue, a mi modesto entender, la norma habitual.
    La traducción del término inglés “science fiction” es “ficção científica” al portugués. Al italiano: “fantascienza”.
    Ellos hacen lo habitual cuando se traduce del inglés: invertir la posición de adjetivo y sustantivo. Ponen primero el nombre (sustantivo) y luego el adjetivo –el tipo de cosa que es-.
    En castellano eso también es lo habitual. Por ejemplo, “green book”. Lo traduciríamos como “libro verde”. “Libro” (el sustantivo) y seguidamente “verde” (el adjetivo, las características). Por eses orden. No al revés. No “Verde-Libro”. ¿Qué significa “Verde-Libro”?
    Si se hiciera como portugueses e italianos, “science fiction” en castellano sería “ficción científica”.
    Por ejemplo, para la expresión inglesa de género literario “crime fiction”, en este caso sí que normalmente se traduce en castellano de la forma habitual, invirtiendo el orden: “ficción criminal”. Una traducción equivalente a “ciencia-ficción” sería “crimen-ficción”. Pero creo que no es habitual. Por lo menos yo no lo he visto así traducido. Entonces, ¿por qué se hace así en el caso de “ciencia-ficción”?
    Otro ejemplo: la “ficción histórica”. Tampoco en este caso la llamamos “historia –ficción”. ¿Qué sería la “historia-ficción”? ¿Una mezcla de historia y ficción? ¿No es una incongruencia? ¿Si es historia, como podría ser ficción? Dudas lógicas si se usara el término “historia-ficción”, pero que no ocurren pues normalmente se usa el término “ficción histórica”. Ficción basada en hechos históricos. Queda claro que estamos hablando de ficción. El sujeto es ficción. ¿De qué tipo? Basada en hechos históricos.
    Opino que el término “ciencia-ficción” genera dudas al ser un sustantivo doble. ¿Cuál de los dos sustantivos prevalece? Y, al haber eliminado el adjetivo, desaparece la información de las características del sujeto.
    Si a la “ciencia-ficción” la llamamos “ficción científica”, opino que recobra el sentido. Sustantivo: “Ficción.” Eso lo primero. Es ficción. El sujeto es ficción. El nombre es ficción. Estamos hablando de ficción. Ya no tenemos dudas acerca de lo que es. Punto y seguido. ¿De qué tipo? ¿Cuál es el adjetivo? “Científica” El tipo de ficción es “científica”. Ficción inspirada en la ciencia. Ficción basada en la ciencia.
    No soy para nada experto. Ni mucho menos. Es una simple opinión. Bastante prosaica. Un argumento de Perogrullo. Pero he decidido publicarlo por si algo de relevancia puede tener.
    Saludos.

    • Hola, Carles. Ante todo: gracias por leer y por tu comentario. Creo que tienes toda la razón en que el término “ciencia ficción”, calcado del inglés, es equívoco. Y que, como tú dices, “Si a la “ciencia-ficción” la llamamos “ficción científica”, opino que recobra el sentido”, su carácter de ficción.

      ¡Gracias de nuevo por pasarte!
      Un saludo

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