Ciertos libros se me atragantan y termino enemistado, con ellos y sus autores. En C hay muestras de ello (¡hola, Kim Stanley Robinson!), y algo así me sucedió con Connie Willis y Por no mencionar al perro. Después de disfrutar de varios cuentos, las dos novelas cortas incluidas en Remake y sufrir (en el mejor sentido de la palabra) con El día del juicio final, tropecé con el premio Hugo de 1999; una comedia muy alargada que abandoné antes de terminar. Así, otros libros suyos se quedaron en la estantería y… hasta hoy. Mi deuda más evidente con Willis era Oveja mansa. Sobre todo porque cerraba la lista de mejores novelas de ciencia ficción realizada por un grupo de críticos capitaneado por Julián Díez para La Factoría de Ideas. Supongo que veinte años más tarde ya estaba maduro para deshacerme de estas líneas rojas y apreciarla. Además Willis pone de su parte con una extensión muy ajustada a su contenido para urdir una comedia alocada a la mayor gloria de clásicos del cine como Sucedió una noche, Primera plana o La fiera de mi niña.
Oveja mansa se centra en una serie de ideas alineadas con su argumento y su estructura: concretamente la investigación en entornos dependientes de la financiación privada en dos campos a priori sin conexión: las modas, sus posibles orígenes y cómo gobiernan nuestras vidas; y la teoría del caos. Ambos ejes se convierten en parte fundamental del propio relato, algo particularmente visible en el último ámbito. Toda la trama se construye como un caso práctico de la teoría del caos. Willis convierte las relaciones humanas y sus consecuencias en un atractor narrativo; uno de los escasos ejemplos que tenemos de ciencia convertida en algo más que un elemento del argumento. Además hay una parte especulativa sobre las modas que postulan Oveja mansa como una novela de ciencia ficción.
Sandra Foster investiga para Hi-Tek las modas con el propósito de alumbrar los factores que las inician y, así, servirse de esa capacidad predictiva con fines comerciales. Su trabajo, que debería ser ordenado, sistemático, coherente, se ve entorpecido por dos factores. Los nuevos métodos de gestión de grandes grupos, visibilizados a través de una burocracia colosal que lleva a rellenar formularios inabordables para solicitar el más ínfimo material, y unas reuniones de trabajadores dominadas por dinámicas grupales cuya utilidad termina devorada por su pésima aplicación. Y Flip, la asistente a cargo de la mensajería que, mientras desempeña su labor, entre la incapacidad y la ineptitud, trastorna la existencia de sus compañeros, como cuando deja un paquete para una bióloga en manos de Foster. La primera interacción con Flip que saca la vida de Foster fuera de los raíles.
Esta actuación perturbadora no sólo se ciñe al ámbito profesional. Abarca el personal y se convierte en la evidencia más fehaciente de lo bien que Willis anida la teoría del caos en la narración. Algo que también se manifiesta en el argumento a través de Bennett O’Reilly, un especialista en este ámbito que termina atrapado junto a Foster en una marejada de incertidumbre que les llevará a juntar sus áreas de conocimiento.
El ingenio con el que se sirve de Flip no se reduce al humor detrás de sus intervenciones. Se puede ver también en la utilización de historias populares como “El flautista de Hammelin”, un icono al que Foster se refiere todo el tiempo, o su lectura de Pippa Pasa, un drama en verso del siglo XIX durante el cual una joven cambia la vida de todos los que tiene a su alrededor. No hay puntadas sin hilo en Oveja mansa y cada personaje, cada cuestión, son parte esencial de una trama en la cual reverberan y se amplifican hasta alcanzar una resonancia que funciona de una manera deliciosamente orgánica.
Las relaciones laborales; el carácter autodidacta y sujeto a modas de la educación de hijos e hijas; el éxito de determinados juguetes respecto a otros: las complicaciones para contactar con las personas que necesitas contactar en el momento necesario: el peso de los premios y los galardones en las actividades profesionales; el carácter fortuito de muchos descubrimientos científicos… Es fascinante cómo se las ingenia Willis para enhebrar todos estos asuntos conectándolos con los temas centrales de Oveja mansa, en un alarde de inteligencia, ritmo y sentido del humor, sin dejarse llevar por la necesidad de ampliar el bagaje de los personajes o sus interacciones más de lo necesario. Es una demostración de cómo, desde el equilibrio, una novela puede acoger una tonelada de elementos en completa armonía sin que parezca atestada o heterogénea.
Oveja mansa (Ediciones B, col. Nova Ciencia Ficción nº99, 1997)
Bellwether (1996)
Traducción: Rafael Marín
Rústica. 270pp.
Ficha en la web de La tercera fundación