En el sector turístico se suele medir la veteranía del empleado o la empleada por el número de temporadas altas que lleva trabajando. Josep Maria Nadal Suau, crítico de referencia de El Cultural (y no sólo de El Cultural, también del país entero), ha escogido este concepto, Temporada alta, como título de su segundo libro, un ensayo sobre, entre cosas, el turismo en su Palma de Mallorca natal; sobre cómo entender ese fenómeno omnívoro tan complejo, y sobre cómo entender, también, la propia ciudad. ¿Qué es una ciudad que vive del turismo? ¿En qué queda?
Suau abre el libro con una refrescante dosis de sentido común: “un barrio, un domicilio o un salario son puntos de vista”. Consciente de eso, separa esa “otra Palma” que “se extiende sobre el trazado de Palma” con “la forma de lo vacío, lo rentable y de lo segregado”. Y si vivimos, como dice, en un espacio y en un tiempo en el que “se anula el significado de cualquier icono (…) que no responda a una lógica de la productividad”, ya tenemos un caldo de cultivo perfecto para que arraigue el “monocultivo turístico” de nuestro tiempo. Hay páginas para todas esas Palmas en Temporada alta. Basten estas breves citas para ver una pequeña muestra de cuánto y cómo incide Nadal Suau en estas cosas, con ejemplos y pensamiento crítico tonificantes.
Además, se encarga de espaciar los tramos más ensayísticos de su obra para que quepa su propio punto de vista, para adentrarse en lo que ve. Escoge muestras de un paisaje real, pre-turismo, que se solapan a las de una Palma cedida a los vicios del capitalismo como prueba y contraste de este problema, el turismo masivo, de tan difícil solución, que no produce nada “salvo apariencia de imágenes y de experiencias”.
En la página 30 de Temporada alta, por otra parte, se cuestiona el autor algo que da pie a debates. La pregunta por la honradez del gesto de citar: “¿cuándo revela imaginación y cuándo pereza?”. (Luego vuelvo sobre la importancia de esta pregunta). Y el tono de la escritura a veces acaba siendo un poco sentencioso, no digo que con intención de serlo, pero algún pasaje puede estar orquestado de tal manera que la conclusión, incardinada generalmente a final de frase, queda como muy solemne y catedralicia. A veces funciona y es contundente (como, por ejemplo, “la ciudad es aquello que escapa a nuestro intento de definición”), pero a veces chirría o puede chirriar hasta el punto de expulsarte, momentáneamente, del texto: “ser isleño es una forma reconcentrada de fatalismo”. (Soy consciente de que este juicio, quizá demasiado severo, es relativo a cada lector o lectora).
En el capítulo titulado “Tejido vivo” vemos una incursión en lo más confesional, con apelaciones directas a los lectores, donde consigue algunos de los tramos más contundentes de Temporada alta: un ensayo sobre el papel del turismo en Palma (y por tanto en cualquier ciudad), tenía que incorporar la cara B del fenómeno, como puede serlo el propio Nadal Suau (o como podemos serlo también tú o yo). Describe la “belleza deslocalizada y languideciente” de las costumbres importadas, de los distintos pueblos que habitan una ciudad. Y nos acompaña en un paseo por el vecindario y el nomenclátor de la ciudad, con un memorable pasaje sobre la propia lerdez (que no lo es en absoluto, claro), de la página 94, incorporando así el lado doméstico del fenómeno. Hacerlo así es importante porque también eso es ciudad. El autor, más adelante, matiza lo que dijo sobre el citar en la página 30, y al hacerlo plasma las naturales contradicciones nuestras, como cuando contradice también lo que dijo, al principio, sobre la pareja que debiera perderse para vivir de verdad: es un loable ejemplo de autocrítica, un gesto deliberado, edificante, que amplía el radio de sus significaciones. Dice una cosa y su contraria, como cosas que se superponen, como esa Palma que se extiende sobre el trazado de esa otra Palma.
El exoesqueleto que recubre, como contraste, el tejido vivo, es esa imagen que suplanta la realidad, y es ahí donde –con ironía y buen humor– propone que los palmesanos se bloqueen los unos a los otros en todas las redes sociales de las que sean usuarios para liquidar una imagen sustitutiva de la realidad, distorsionadora de la realidad, pero que es, no obstante, también realidad. También nos pasea por una Mallorca sucia, dejada, chabolista y politoxicómana.
Con incursiones en cursiva de voces ajenas, el texto se desdobla y abarca lo mismo que la ciudad: una polifonía compleja para describirlo todo. Hay que paladear la prosa con más calma, masticarla con algo más de atención que en su reseñismo. No es que asistamos a una prosa cambiada, es que está escrita con más tiempo, y puede recrearse más, aunque, hacia el final, el autor admita que, en su momento, estuvo “tomado enfermizamente por la escritura de Temporada alta”. Los asiduos de Nadal Suau estamos acostumbrados a un periodismo cultural muy bien escrito, de mirada incisiva y llena de expresiones inesperadas, de sorprendentes lecturas muy bien argumentadas. Aquí nos pide calma y delectación. Nadal Suau, como Jordi Costa, es uno de esos críticos que, digan lo que digan sobre lo que digan, parecen siempre tener razón. Tan bien se expresan y tan bien escriben.
Tamporada alta (Sloper, 2019)
Rústica. 140 pp. 15€
Ficha en UDLibros