Autonomous hierve de propuestas sugerentes. Su planteamiento inicial es brillante: la creación de un fármaco que provoca adicción al trabajo como herramienta definitiva al servicio de empresarios sin escrúpulos… o solución al tedio de los empleados con ocupaciones monótonas. El personaje de Paladín —ese robot atormentado por la imposibilidad de diferenciar los verdaderos sentimientos de la programación preinstalada en su sistema— es fascinante. El libre albedrío, los peligros del capitalismo salvaje o la manera en la que los prejuicios relacionados con el género pueden afectar a nuestra forma de relacionarnos con los demás son algunas de las cuestiones con las que la autora —la debutante Annalee Newitz— bombardea constantemente al lector, obligándole a reflexionar.
Creo que la novela cuenta con ingredientes suficientes como para convertirse en un libro de referencia dentro del género (“Autonomous es a la biotecnología y la IA lo que Neuromante fue para Internet”, reza un blurb de Neal Stephenson, ni más ni menos, en la contraportada de esta edición de Minotauro) y que, sin embargo, se queda a medio camino de conseguirlo. A pesar de sus virtudes incontestables, la novela tiene un talón de Aquiles en el que se apelotonan un estilo narrativo tibio —la lectura me resultó, en líneas generales, agradable, pero nunca adictiva ni deslumbrante—, un ritmo lastrado por la abundancia de flashbacks que no aportan demasiado a la historia, y una protagonista —Jack— muy bondadosa y con un elevado sentido de la justicia, pero sin aristas ni matices. No obstante, ante todo y sobre todo, me resulta frustrante lo poco que la autora profundiza en algunas de las cuestiones más apasionantes que plantea. Como muestra, un botón: la acción se desarrolla en una sociedad donde fármacos como la Zacuidad (la droga que activa los centros de placer de los trabajadores cuando realizan sus tareas) son legales, pero la narración se centra más en los efectos secundarios nocivos que tiene esta sustancia —y en el hecho que la multinacional que la fabrica, cual productora de carne mechada con listeriosis, centre todos sus esfuerzos en ocultarlos en lugar de en garantizar la seguridad del producto que comercializa— que en explorar las implicaciones éticas de la existencia de una droga así. Por exigencias del guión, la narración se mueve principalmente en escenarios marginales —los bajos fondos de las ciudades, los reductos donde se reúnen los activistas antisistema…—, y esto impide que el lector pueda tener una perspectiva más global de la sociedad concebida por Newitz, en la que la frontera entre trabajo y esclavitud —debido a la existencia de “servicontratos”, otro interesantísimo concepto presente en la novela— es en ocasiones borrosa. Por entendernos, y recurriendo a una comparación un tanto tosca, tengo la sensación de que Newitz hubiera podido escribir algo en la línea de Un mundo feliz y, en lugar de eso, confeccionó una novela más parecida a Las bóvedas de acero.
Ambientada en un futuro no demasiado lejano (2144), Autonomous sigue dos arcos narrativos diferentes. Por un lado describe las andanzas de Jack (una científica fuera de la ley que se dedica a fabricar fármacos para venderlos a quienes no pueden permitirse pagar el elevado precio de los productos oficiales) cuando descubre que una de las sustancias que ha estado distribuyendo, la Zacuidad, es peligrosa para sus usuarios. Por otro, las del robot Paladín y su compañero humano Eliasz, dos policías a los que se encarga la misión de atrapar a Jack y que comienzan a sentir una mutua atracción.
La parte destinada a los investigadores concentra, en mi opinión, los momentos más interesantes. La acción se narra desde el punto de vista de Paladín, y la autora es habilidosa a la hora de incorporar a las descripciones aspectos de los personajes que sólo una máquina sería capaz de detectar (presión sanguínea, pulsaciones, grado de tensión muscular…) y de presentar a su compañero humano como una criatura ajena y fascinante. Su rol de villanos (aparte de que su misión consiste en detener a la heroína de la historia, no tienen el menor reparo en recurrir a la fuerza bruta para conseguirlo), en combinación con la forma en la que se nos muestra su vulnerabilidad, les aporta una doble dimensión muy interesante.
Sin embargo, me resulta difícil empatizar con Jack, tan extravagante en la superficie (una Robin Hood del siglo XXII, un as en el laboratorio, una forajida que recorre el mundo a bordo de su propio submarino) como carente de interés en el fondo. Y me cuesta comprender el objetivo de los flashbacks en los que se van desgranando historias de su pasado, porque ni aportan dinamismo a la historia ni profundidad al personaje (sospecho que uno de los episodios, en el que se narra su romance con una compañera de laboratorio, está insertado con el único objetivo de equilibrar la espinosa cuestión de la relación entre Eliasz y Paladín —el humano es un homófobo que adjudica al robot el género masculino y se siente, por tanto, atormentado por los sentimientos que le despierta la máquina—, no fuera alguien a agarrar el rábano por las hojas y confundir el sesgo retrógrado de Eliasz con la moraleja de la novela).
Pese a la sensación de haberme quedado un poco con la miel en los labios y a que no todos los aspectos de Autonomous me han resultado convincentes, el balance es positivo. Me quedo con los pensamientos de Paladín acerca del libre albedrío (¿hasta qué punto no estamos los humanos tan condicionados como los robots de la historia, aunque en nuestro caso sean la genética, la bioquímica y los condicionamientos externos los que rigen nuestro comportamiento?), el delicado equilibrio entre trabajo y libertad, los peligros del capitalismo desbocado y otro puñado de cuestiones estimulantes que salpican el libro. Cuando Newitz vuelva a la carga con una segunda novela, la leeré.
Autonomous, de Annalee Newitz (Minotauro, 2019)
Autonomous (2017)
Traducción: Alexander Páez
Rústica. 320pp. 18€
Ficha en La tercera fundación
No lo he leído, odio hasta los más mínimos destripes, pero solo con la lista de entradas relacionadas ya me basta para decir: COMPRO.
“Es un pequeño paso para la ciencia ficción, pero un gran paso para Minotauro”. (?)