Una chispa

Entre los hábitos que mantengo en relación con la cf está el de leer revistas o antologías de forma salteada, caprichosa. Es fácil conseguir viejos ejemplares de Asimov’s, The Magazine of Fantasy & Science Fiction, Astounding o Galaxy a través de la red, si no buscas uno concreto con algún contenido mítico (la primera publicación de «Flores para Algernon», el primer cuento de «La torre oscura»…). La suscripción a las que aún siguen vivas es relativamente económica, sobre todo en formato electrónico, y aún lo es más el adquirir la interesante Clarkesworld o leerla online (gratis). Para mí, por la forma en que me introduje en el género, la verdadera esencia del placer que me produce la cf está en los formatos cortos; sumergirme en la incertidumbre de un mundo nuevo una y otra vez, ideas frescas, en ocasiones sorpresas magníficas, en la mayoría simplemente sueños adocenados pero que me remiten a unos códigos que me son familiares, hacia los que no puedo evitar cierta indulgencia. Es verdad que en los contenidos actuales abunda más el relato de fórmula, de taller literario, que en su predictibilidad y esquematismo tiende a generarme antipatía, pero tampoco faltan textos mucho mejores.

Una señal de madurez es que ya apenas buceo en el material complementario que aparece en esas revistas. En mi adolescencia, reunía de forma esforzada mi colección de Nueva Dimensión en la Cuesta de Moyano y, de vuelta a casa en el autobús, siempre leía con avidez las páginas verdes. Absorbía cada pedazo de información para saber más de los autores que me llamaban la atención, encontrar referencias a libros que no conocía o seguir con diversión las peleas del momento en la sección del correo. Leo o releo de vez en cuando también Nueva Dimensión (que sigue manteniendo un nivel aceptable en cuanto a calidad de contenidos y traducciones en comparación con otras cosas de la época), también las otras revistas españolas, pero casi nunca miro ya esas secciones. Sólo me interesan las historias, en ocasiones los ensayos.

De vez en cuando, como decía, salta la sorpresa: encuentras un relato que no recordabas y te sorprende por su estructura, por una idea original, por un instante perturbador. Algunos ya son bien conocidos y forman un bagaje histórico formidable: «El día millón» de Frederik Pohl, un cuento de diez páginas escrito hace cincuenta años por un autor ya cincuentón, es una suerte de enmienda a la totalidad al adanismo imperante en el género de hoy. Y es sólo uno de un centenar de ejemplos. Lamentablemente, nadie pondrá hoy bien en twitter este cuento, porque el pobre Pohl ya no está en condiciones de devolver el favor. Aunque sí Samuel Delany: quienes no estuvieron allí podrían informar a ese hombre que no ocultaba su bisexualidad (difícilmente tampoco el color oscuro de su piel) de que el género en su conjunto era un campo que marginaba unánimemente la gente como él en esa época, cuando ganó el Nebula de novela de forma consecutiva a los 25 y 26 años… Hace más de cincuenta.

El hecho es que abres una de esas revistas y nunca sabes dónde se va a esconder la maravilla. Entre lo común, entre lo directamente malo, entre lo simplemente ameno y profesional. Es un pasatiempo un poco estéril, lo reconozco, pero a mí me satisface por sí mismo: más incluso que leer las antologías de lo mejor del año que suponen apuestas más seguras. Quizá me conecta con mi yo joven. O quizá es que soy adicto a instantes como el que vengo a contar.

El número de septiembre de 1994 de Asimov’s (que, por cierto, puede descargarse de forma legal y gratuita) lleva como gancho en portada una novela corta del siempre solvente Michael Bishop, «Cri de Coeur», entonces en plena forma y que fue finalista del Hugo. En el resto del sumario sólo llama la atención el nombre de Brian Stableford, y por supuesto siempre hay que revisar los editoriales de Robert Silverberg, aunque en los últimos años se haya hecho al fin un poco mayor y se limite a cumplir.

No suelo mirar la sección de correo, por los motivos ya expresados. Pero esta vez lo hice, casualmente, un poco en diagonal. Y entonces llegó ese «momento atiza», la sorpresa, lo inesperado.

Estimado señor Dozois.

 

Tengo una historia que quisiera compartir con sus lectores.

 

Soy astronauta. Completé mi primera misión en el transbordador espacial este pasado verano (del 21 de junio al 1 de julio de 1993). La ciencia ficción fue lo que me atrajo inicialmente al programa espacial, desde que encontré un ejemplar de Una arruga en el tiempo en una biblioteca pública en 1966. Descubrí la Trilogía de la Fundación muy poco después, se convirtió en mi libro favorito y el doctor Asimov en mi autor preferido. Así que cuando me dieron la posibilidad de llevar al vuelo un libro, Fundación era la única elección posible.

 

Mi intención era leerlo al hacer ejercicio en la bicicleta. Sin embargo, nuestro vuelo se extendió dos días más de lo previsto por problemas meteorológicos en el lugar de aterrizaje previsto. Con el tiempo extra de que dispusimos (casi todos los experimentos a bordo se habían terminado), no pude resistirme a uno de mis hobbys favoritos: la lectura de ciencia ficción. Así que me sumergí en Fundación, acurrucada bajo una de las ventanas de la cabina de vuelo, y leí a Asimov a la luz de la Tierra.

Sinceramente, Janice E. Voss. Houston, Texas

Como casi todas las cartas del correo de los lectores de Asimov’s en esa época, no tiene respuesta ni observación alguna de Gardner Dozois o Sheilla Williams, los responsables de la revista. No he encontrado referencia alguna a esta carta en la web: pasó inadvertida en apariencia pese a la poderosa maravilla que contiene, para mí una de las imágenes más definitivas sobre el influjo de la ciencia ficción, su hechizo, su capacidad para despertar conciencias. La astronauta leyendo Fundación, feliz, flotando acurrucada a la luz de la Tierra.

Voss se refirió al hecho en una entrevista de 2006 con una publicación del MIT, añadiendo sólo una frase: «Leer ciencia ficción a la luz de la Tierra fue increíble. Sentí que se había completado el círculo».

Janice Voss -ingeniera, informática, doctora por el MIT- voló en otras cuatro misiones espaciales. Luego fue directora científica del Observatorio Kepler durante tres años. Murió en 2012, a los 55 años, de cáncer de pecho.

No hay reflexión posterior, no hay moraleja. Sólo quería compartir a mi vez ese momento, que ella compartió con nosotros en la página 12 de una revista olvidada.

2 comentarios en “Una chispa

  1. Qué grande. Y qué bonito ver que la ciencia ficción pueda marcar tanto una sensibilidad.

    Por otra parte, “la verdadera esencia del placer que me produce la cf está en los formatos cortos” es una frase que da pie a muchos posicionamientos interesantes. Yo no sabría muy bien qué decir al respecto.

    Gracias por el texto.

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