La lista de películas que sólo he visto una vez a pesar de haberme encantado es larga. Guardo un recuerdo tan definido y positivo que prefiero quedarme con él antes de arriesgarme a perderlo, ajado por el cambio en la mirada. El tiempo del lobo, La mitad del cielo, Big Fish… Los ejemplos me llueven a patadas. El corazón del ángel figura entre ellos desde que la viera a comienzos de los 90. Su atmósfera pegajosa, las grandes revelaciones sobre las cuales se sustenta su argumento, Lisa Bonet… Es fútil resistirse ante tantos directos en la ternura de la adolescencia. El ángel caído es la novela de William Hjortsberg a partir de la cual Alan Parker escribió el guión de su película y en la eterna discusión sobre los originales y las adaptaciones, en esta ocasión me quedo de todas todas con mi recuerdo. Entre la memoria y la invención, desde la fidelidad al texto de Hjortsberg, Parker consiguió aportarle un incuestionable valor añadido para convertir la narración en un efectivo ejercicio de género criminal y terror psicológico. Componente ésta casi inexistente en El ángel caído.
Como es más o menos conocido, a finales de los 50 del siglo pasado Harry Angel recibe el encargo de encontrar a Johnny Favorite. Un crooner muy popular a comienzos de la década anterior, llamado a filas cuando EE.UU. se involucró en la Segunda Guerra Mundial y herido de gravedad en la campaña del Norte de África. Se sabe que retornó para ser ingresado en una clínica. Sin embargo fue sacado de ella y parece haberse esfumado. Para encontrar su rastro, Angel indaga en su carrera musical y las personas con las que se relacionó casi dos décadas antes; compañeros de banda, su representante, su prometida… Sus pesquisas le ponen en contacto con el mundo de la santería y el ocultismo, ritos a los cuales el tipo era adepto.
Hjortsberg sostiene el andamiaje de El ángel caído sobre una trama detectivesca extremadamente convencional y el esperado desarrollo orientado a preparar el final; esa apoteosis que, prevista o no, ejercía de tremebundo aldabonazo al desenlace de la adaptación. Mientras que el primer sostén palidece frente al canon Chandler y se hace anodino, en parte debido a una voz en primera persona de escasa mordiente, el segundo juguetea con el lector mediante todo tipo de referencias, símbolos, dobles sentidos… desplegados capítulo sí y capítulo también. Acumulados, contribuyen a afianzar los destinos de Johnny Favorite y Harry Angel.
Los mejores capítulos explotan la faceta esotérica, eventos en los que el detective acentúa su faceta de observador. Particularmente los espectáculos de Louis Cyphre ante su público, y la misa negra en las entrañas del metro de Nueva York, evocan la atmósfera de perdición tan efectiva de la película. Sin embargo esa oscuridad apenas se vislumbra en el resto del texto. Hjortsberg se deja arrastrar tanto por el encadenamiento de evidencias que su narración aqueja una liviandad difícil de casar con las revelaciones encerradas en su relato. El lugar narrativo, una Nueva York ligeramente turbia en la hipócrita sociedad de la presidencia de Eisenhower, carece del aire de perdición y las gotas de sordidez necesarias para acrecentar el drama que encierra. Es fácil reconocer el acierto de Parker al llevarse parte de la historia a Nueva Orleans, en un movimiento que ayuda a oscurecer y acrecentar el infortunio detrás de los personajes. Especialmente en el caso de la relación entre Angel y Epiphany Proudfoot. La conclusión de la novela es de una liviandad impropia del peso de los hechos desplegados.
Recomendaría El ángel caído a quiénes sientan curiosidad por ahondar en el origen del film. Al resto, por todo lo comentado, con ver exclusivamente la adaptación de Parker salen ganando. En atmósfera, sentido del relato, tiempo… y dinero.
El ángel caído, de William Hjortsberg (Valdemar, col. Gótica nº73, 2009)
Traducción: Eduardo Goligorsky (1980)
Tapa dura. 310pp. 23,40 €
Ficha en La tercera fundación