En el interior de Nieve en Marte, premio Minotauro 2017, pugnan entre sí dos novelas. Una de ellas, la más breve y a la postre la más alejada del centro del argumento, se focaliza sobre una pareja de dramas en un planeta Tierra al borde del colapso y en trámite de ser abandonado por unos millones de afortunados, futuros colonos de Marte. Estos relatos de pelea contra la adversidad, de luchas física y psicológica en un escenario que invita a la rendición, funcionan mucho mejor que la otra novela anidada en Nieve en Marte; la más extensa y sobre la cual prioriza sus esfuerzos Pablo Tébar. El descubrimiento en el planeta rojo de un muro con un texto en una lengua similar a las primeras civilizaciones mesopotámicas y la búsqueda en la Tierra de un asesino en serie, El Enterrador, embarcado en una cruzada para exterminar a los nombres más significados con la colonización. Este cúmulo de tramas ligeramente interrelacionadas, más tendentes al guirigay que al patrón armónico, se desarrollan en paralelo mediante el habitual narrador omnisciente de los thrillers. El recurso que empuja el libro con escasas concesiones a nada que escape a su tiranía.
En su primera novela, Tébar marca el ritmo a base de que todo el rato estén pasando cosas. La teniente Lora Walters persigue al Enterrador por varios continentes. El narcotraficante Félix y la joven zombie/emigrante-ilegal Nunú huyen por medio orbe terrestre en pos de una salida a su desesperada situación. El pobre traductor León Miranda tanto investiga la verdad oculta en los textos del muro como revuelve entre los trapos sucios de su patrón, Edgar Edgar, y lo sucedido con el anterior traductor, desaparecido años atrás. Entre el impulso desabrido de este batiburrillo, apenas las fugaces miradas al día a día de la familia de Miranda y su hundimiento en el preapocalipsis planetario, además de pequeños oasis en la relación de Félix y Nunú, imprimen un poco de calma, crean espacio para que surja un poco de intimidad y calen unas gotas de amargura. En su incansable agitación, el resto de relatos traquetean como un tren desbocado y una narración que debiera estar engrasada, trastablilla sin rubor… salvo cuando se abunda en detalles innecesarios en un ejercicio donde predomina el contar sobre el mostrar.
No es raro encontrar párrafos como el siguiente:
Si nunca te han escaneado el cerebro en Obtención de Información, es difícil de explicar. No es un proceso ni mucho menos doloroso, apenas es molesto. Es como leer una novela cuando no puedes concentrarte. Enhebras un párrafo con otro sin enterarte realmente de lo que lees mientras sigues pensando en el trabajo, tu pareja, tus miserias. Cuando te escanean el cerebro tus pensamientos se dividen. Mientras tú oyes música en el salón, notas cómo varias personas están desordenando tu dormitorio y probándose tu ropa. Ellos asegurar por contrato que sólo…
(y así durante una página). Como si decir Obtención de Información no fuera suficiente para asimiliar el tema. Como si esa descripción extra sirviera para algo que no fuera a verse posteriormente. Pocas veces se sugiere desde los acontecimientos, casi siempre la afirmación llega desde el narrador y, alguna vez, desde los diálogos. Tampoco es que estos ladrillos ofrezcan nada que un lector con mínimos conocimientos de ciencia ficción audiovisual no haya visto en alguna película de los últimos años. El novum en Nieve en Marte resulta tan manido que las aclaraciones son superfluas. Lo mismo se puede decir del bagaje de los personajes, introducido en base a estas observaciones adosadas al discurso de un narrador sin garra. De nuevo, solo en los capítulos protagonizados por Félix y Nunú se aprecia un cambio de tono hacia un registro chulesco, ideal para sus características y sus movimientos por los bajos fondos de la Tierra.
No son los únicos detalles que exhiben el escaso cuidado detrás de la edición del libro. Existen justificaciones argumentales poco meditadas (una especie alienígena que tiene miedo de unos animales grandes y es capaz de aguantar 60 millones de años para observar el resultado de algo que han puesto en marcha); detalles científicos cuestionables (esas naves espaciales lanzándose desde situaciones muy muy alejadas del ecuador, cuando no hay impedimentos para hacerlo desde emplazamientos más próximos); absurdeces que se podrían haber corregido con una mínima “dirección” (civilizaciones que han existido durante billones, trillones de años (sic); Júpiter y Saturno como vergeles destruidos por acciones realizadas sobre su superficie (sic sic)); un aroma magufo en la justificación del muro a traducir, hija del ridículo de Cuarto Milenio.
Realizo esta enumeración con pena. Entre el desastre Pablo Tébar enhebra alguna secuencia notable (la macrotormenta en el sur de España), y acierta en la diana con la dramatización de una idea que merecía un marco más cuidado: una civilización alienígena con una forma de comportarse aterradora, muy evocadora en su base alegórica, que pugna por hacerse un hueco en un entorno que la devora por completo.
Llevaba doce años sin terminar un premio Minotauro. Son ya demasiadas novelas las que he dejado pasar, o escaparon bajo mi umbral de percepción, y quizás no sea la persona más indicada para escribir lo siguiente. Pero tal y como nos ha llegado, Nieve en Marte queda más cerca de Gothika que cualquiera de los ganadores o finalistas de sus primeros años. ’nuff said
Nieve en Marte (Minotauro, 2017)
Tapa dura. 380pp. 19,50 €
Ficha en La tercera fundación