En torno a Omelas

Quienes se alejan de OmelasMisteriosos son los caminos por los que progresa la cultura; investigar cómo ciertos movimientos y obras sobrenadan la corriente temporal hasta perdurar y destacar entre el resto se convierte en una labor, más que detectivesca, de rastreador profesional. Qué aleatorias parecen las causas por las que muchas veces un libro, una película o cualquier creación artística se mantienen, recobran vida y se proyectan hacia el futuro. En estos tiempos de información sin fin, fuentes ilimitadas y canales por doquier es prácticamente imposible seguir los vericuetos de la popularidad y determinar las causas del éxito de un producto cultural o el porqué de su resurrección. Les pondré un ejemplo de lo caprichosa que parece, en ocasiones, la recuperación de una obra.

En 2019, BTS, la gran boy band de los últimos años, ídolos del pop coreano y mundial, lanzan el videoclip de la canción “Spring Day”. En sus imágenes aparecen un par de referencias de ciencia ficción, ambas procedentes de dos obras distópicas. El objetivo al incluirlas en el vídeo no es profundizar en su carácter político, sino crear con ellas reflejos estéticos. De la película Snowpiercer, un pequeño éxito también coreano, se menciona el nombre en la letra de la canción. En el videoclip se puede ver a algunos miembros de la banda recorrer los pasillos de un tren que atraviesa la nieve. No es mucho, pero tras el estreno del vídeo hubo algunas alusiones en las redes a esta referencia. Si no obtuvo mayor repercusión fue debido a que la segunda acaparó casi toda la atención de los fans. En un par de planos, en grandes letras, aparecía una misteriosa palabra: Omelas.

La canción de BTS aborda la añoranza, el sentimiento de tristeza que te embarga al echar de menos a alguien querido. Las imágenes, en las que Omelas aparece dos veces como un rótulo luminoso, recurren a ese nombre propio con fines creativos, para provocar sensaciones estéticas mediante el uso de algunos elementos del trasfondo del relato al que da título. El más evidente muestra el malestar de uno de los miembros en soledad, siempre en contraste con la alegría del grupo unido. A los dos segundos del estreno, millones de adolescentes, toda una generación nueva, se interesaron por el texto que dio vida a esa palabra, el inmortal relato de Ursula K. Le Guin titulado “The Ones Who Walk Away From Omelas”. Busquen en youtube y encontrarán decenas de vídeos hechos por adolescentes tratando de explicar la fuente, el origen de esa palabra que da nombre a una ciudad y el significado del cuento que la incluye. Teorías, opiniones, análisis a mansalva más o menos certeros. Da igual que un fuerte porcentaje de este interés se corresponda, como bien sabemos, con la necesidad actual de generar contenido, de sacarlo de donde sea. Lo que cuenta es el impulso que recibió el relato de Le Guin, ese segundo aire en el presente y la seguridad de su permanencia en esas mentes en el futuro, su visibilidad para las siguientes generaciones. Algo tremendamente positivo, pues se trata, sin duda alguna, de un texto que va más allá de su valor literario, una de esas raras obras que, debido a la influencia de su discurso, no es exagerado calificar como imprescindibles.

Por dar un dato personal, se trata de uno de mis dos cuentos de ciencia ficción favoritos. Lo tengo repetido en mi biblioteca en distintas antologías, pero es un texto que, a pesar de su escasa longitud, siempre pensé que debería tener una edición propia, a su altura. Por ejemplo, como la que ha sacado Nørdicalibros hace unos meses. Se trata de una versión ilustrada, en tapa dura y papel estucado, con un formato liviano pero de lujo, en una edición que no llega a las 40 páginas pero capta tu atención al primer vistazo. La nueva traducción del título, “Quienes se marchan de Omelas”, me gusta menos que la de toda la vida, “Los que se alejan de Omelas”. Encuentro una mayor fidelidad e incluso eufonía en la segunda. Arbitrariedades aparte, el resto de la edición me parece maravilloso. Lo es por la presentación, pero, principalmente, porque las ilustraciones de Eva Vázquez complementan de manera perfecta la obra maestra que acompañan. Las tonalidades ocres, que van oscureciéndose hasta el gris según progresa el relato; las geometrías esféricas y sinuosas; los cambios de siluetas repletos de significado; el maravilloso simbolismo que secuencializa todas las ilustraciones, ese rojo festivo de los farolillos y los fuegos artificiales que es metáfora también de los ciudadanos y que, finalmente, se transmuta en un río de sangre. Todo en el ámbito gráfico me ha parecido una delicia, tanto a nivel artístico como en el plano intelectual, por su gran capacidad para amoldarse al espíritu del relato. El cual, por supuesto, me ha vuelto a cautivar con su vigencia inmutable.

El cuento de Le Guin condensa la forma en que la autora entendía la ciencia ficción, un género literario que, como ella siempre defendió, no busca el futuro, sino el presente; no la adivinación, sino la metáfora. Por mucho extraterrestre o extraña criatura que pueblen las páginas de los libros, el centro de la ficción en realidad somos nosotros, los seres humanos. En la ciudad futura de Omelas no hay entes extraños, solo hay humanos y un dilema moral atemporal, que se revela más importante cuanto mayor es nuestro progreso. Podría empezar aludiendo a ilustres nombres rusos o mencionando problemas irresolubles de vida o muerte, pero prefiero citarlo antes de otro modo, en términos más afines a los lectores de C.

¿Recuerdan el diálogo entre Spock y Kirk a ambos lados del cristal, la explicación que da el frío vulcano de su sacrificio en La ira de Khan?

– La lógica dicta que el bien de la mayoría…

– …supera el bien de la minoría.

– O de uno solo.

Quienes se alejan de Omelas

Hay una enorme carga emotiva en esa escena. En ella se suman varios factores, algunos menos evidentes que otros. Muere un personaje querido, dando su vida por los demás, y se alude a la amistad en su significado más noble, entre individuos de distintas especies, un canto a la diversidad que se adelanta al de nuestro tiempo. Pero hay un asunto que es más intelectual, deducible en ese diálogo y en las posteriores palabras de Kirk, pronunciadas antes de que el féretro de su amigo sea lanzado a las estrellas: “De todas las almas que encontré en mis viajes, la suya fue la más… humana”.

Lo cierto es que la humanidad de Spock se hace patente al apartar la emoción y hacer una lectura racional de ese diálogo. No son sólo sus actos de sacrificio y amistad los que lo acercan a la humanidad, sino también algo más trivial. Para consolar a su amigo, el frío y lógico Spock hace algo muy nuestro: miente. Su decisión no pertenece al terreno de la lógica, pues estamos, en realidad, ante una cuestión ética. Elegir salvar la vida de un número mayor de personas sobre otro menor es un acto en el que la lógica es una mera herramienta al servicio de la moralidad. La elección moral es una cuestión, mal que nos pese a veces, volitiva, y es este dilema, precisamente, el que centra el relato escrito por Ursula K. Le Guin. Pero la escritora lo aborda de una manera más sofisticada y con implicaciones más complejas que el visceral asunto de quiénes viven o mueren. El relato de Le Guin no va de elecciones de supervivencia amparadas en el número. Es, dentro de su circunscripción moral, netamente político.

El dilema del tranvía o la balsa de la Medusa, que antes eludí nombrar, son variaciones del mismo problema, la toma de una decisión moral en la que se da por sentado –quizás demasiado rápido– que la diferencia en el número de vidas a salvar o condenar es el elemento crucial, pero el carácter extremo de lo que plantean es indagatorio. Miran dentro de nosotros para saber qué mueve nuestras decisiones y nuestros valores internos, a qué le damos importancia moral. El dilema planteado por Le Guin es bastante más sutil y pragmático, de una utilidad mayor, pues no busca el conocimiento interior, sino progreso, la mejora del ser humano. No nos sitúa ante decisiones de vida o muerte, algo al fin y al cabo extraordinario, sino que propone algo más cotidiano, el maltrato de uno solo como motor de la felicidad y bienestar del resto.

Un individuo no decide todos los días (ni siquiera en toda su vida) si han de morir una persona o trece, pero sí, y continuamente, cuánto padecimiento ajeno está dispuesto a tolerar a cambio de la felicidad propia. De hecho, el trasfondo del cuento está presente en muchas de las decisiones diarias que tomamos, sean grandes o pequeñas, especialmente cuando sopesamos el coste personal de ayudar a los que padecen. Pueden encontrarse ejemplos en nuestro día a día, pero también en los grandes asuntos generales, esos que alimentan los noticiarios. Llevarte tus impuestos a otro país incrementando tu fortuna con un dinero que iría a beneficios sociales; recuperar tu diversión nocturna, aburrido del confinamiento, a cambio de la vida de unos cuantos ancianos más; votar pensando exclusivamente en tu beneficio personal. Todo eso es Omelas.

Le Guin describe una sociedad utópica cuyos habitantes viven en un estado de bienestar, belleza, abundancia y felicidad. Lo hace posible el maltrato a un niño, encerrado en un sótano en un estado miserable. Delgado, desnudo, lleno de pústulas y sentado sobre sus excrementos, es pateado e insultado a diario por sus guardianes. La descripción no concede atenuantes, el relato está diseñado con mano de hierro, evitando cualquier equívoco, y eso tiene un motivo. El uso de la figura infantil apela directamente a la humanidad del lector, conmueve y alborota las conciencias. De ser la víctima un adulto, la historia no habría logrado alcanzar la misma intensidad, el mismo efecto. Sin esa devastadora impresión inicial, sin ese paso previo de comprensión y aceptación, el siguiente nivel de lectura, el realmente importante, tendría un menor calado. Miles de personas en un estado de felicidad absoluto a cambio del padecimiento de un niño. El bienestar de la mayoría supera… ¿supera en qué modo y a qué minoría? No se trata de una cuestión de vida o muerte, aquí el lector no se puede amparar en la salvadora lógica del número, pues a ambos lados de la proposición no descansan términos semejantes. No se trata de una vida o trece, sino de conceptos inmensurables. ¿Es mi felicidad, la de toda una sociedad, un fin que justifique el sufrimiento de un niño? ¿Cómo medimos el peso real de ambos extremos, la felicidad de muchos y el sufrimiento de uno solo? Y finalmente, ¿es moral planteárselo?

Quienes se alejan de OmelasQuienes se marchan de Omelas propone un dilema ético, pero no se limita a enunciarlo. Se moja y es firme en su conclusión, y esto es posible, como señalé antes, porque la construcción no da alternativas, marca los pasos para que se llegue a una conclusión antes de poder acceder a otras. Porque la ciencia ficción es en su mayor parte metafórica, y eso, inevitablemente, va a provocar múltiples interpretaciones según cada lector, que es quien, al fin y al cabo, decide el sentido de la lectura. Les pondré un par de ejemplos. Vivimos el auge de la subjetividad, malos tiempos para delimitar el concepto de sufrimiento. Por otra parte, también es la época de las cancelaciones, del odio al pensamiento opuesto, de la nazificación del otro. Así que permítanme jugar un poco y poner a prueba las implicaciones del relato trastocando un solo parámetro. Todos entienden la moraleja, el espíritu. Es obvio que lo que sucede en la sociedad de Omelas está mal. ¿Pero qué ocurre si saltamos directamente al segundo nivel y eliminamos al niño? ¿Si lo cambiamos por un criminal o, simplemente, por alguien a quien se odia? ¿Si ponemos a un asesino de masas, a un miembro de la Manada, a un nazi o incluso, sí, a esa persona a la que no puede ni ver en las redes sociales? ¿Si torturamos a “ese”? ¿Sigue haciendo la misma lectura moral? ¿La felicidad de todos a cambio del padecimiento de ese tipejo?

Bien, sin niño aún, hagamos una interpretación con la perspectiva desde el otro lado. El relato nos sorprende porque invierte la pirámide de poder y sugiere que las dictaduras no dependen del número, que pueden darse también en sentido contrario, que un Estado en el que una sola persona es oprimida por el bien de miles también es una dictadura. Puede ser leído, por lo tanto, como una distopía atípica, inversa, en la que es el Estado, aunque de consenso y elegido por mayoría, el que oprime a un individuo determinado, y entonces convalidar las teorías randianas. La utopía de la mayoría es la distopía de uno solo, la preciada libertad individual es sometida por lo que han decidido los demás. ¿Por qué demonios he de pagar impuestos? ¿Por qué he de mermar mi capital para el bienestar del resto? ¿Por qué he de obedecer las castrantes medidas del Gobierno para mi libertad? Toda lectura es válida si respeta los parámetros de la historia, recuerden. Por eso la autora los propone tan férreos, tan claros. La utilización de un niño como sujeto central no es baladí; es, de hecho, el quid de la cuestión, la forma en la que la autora intenta que el relato no se salga del camino, acotarlo para que conduzca a una conclusión y no a otra, que la vista no se desvíe del asunto con falsos aliviaderos ideológicos, que no nos despiste la víctima, el según quién. La utopía de muchos es posible gracias al sufrimiento de un niño. Si concluimos que eso es una barbaridad, todos ya de acuerdo, podremos dar el paso siguiente y sustituir al niño.

Es difícil no compartir interiormente la propuesta del maravilloso final, que, en el extremo opuesto de un giro al uso, es el refrendo de la conclusión a la que el lector ha tenido que llegar bastante antes, una salida y una lección moral: esto está mal y hay que rechazarlo. El diálogo con el cuento, las reflexiones alternativas, son inevitables, pero si nos atenemos a la historia tal como está relatada, el mensaje de Quienes se marchan de Omelas es obvio: que el bienestar de unos provenga del sufrimiento de otros, o de uno solo, es inmoral. No se trata de felicidad por infelicidad, o de comparar tipos de bienestar, conceptos, en la era de las redes sociales, más subjetivos que nunca. Es bienestar por sufrimiento, utopía del resto por condiciones infrahumanas de uno solo. Por eso decía al principio que el relato no puede ser más político. Sí, moralidad al fin y al cabo, pero una vez determinado el problema y transmutada la metáfora a nuestra realidad, lo que muestra su feo rostro desde ese sótano tiene nombre y apellidos. Aceptar el sufrimiento de unos pocos por el beneficio de la mayoría, que al fin y al cabo es de lo que trata el cuento, alude al capitalismo y más directamente a su corriente neoliberal. Mi bienestar, mi beneficio, justifican tu sufrimiento.

En cierto modo, vivimos en Omelas, y no es una forma de hablar. No es agradable, pero llegó el momento de refrescarles la memoria, de recordar esas fábricas textiles del sur de Asia en las que elaboran nuestras prendas. O mejor, más certero aún, el terrible asunto del coltán y el cobalto. La República Democrática del Congo es el mayor productor mundial de coltán. En las minas del Congo trabajan, desde los 5 años de edad, miles de niños (40.000 decía UNICEF hace un tiempo) en condiciones infrahumanas. Sus pequeños cuerpos les permiten acceder a las vetas arrastrándose a través de estrechos túneles en los que un adulto no cabría. Llamarlo obra de mano barata no haría justicia a la realidad de la situación. Malnutridos, sucios, heridos y en una situación similar a la esclavitud. Muchos de esos niños mueren, por el polvo inhalado, por su exposición a la radiación, por los derrumbes o por el esfuerzo de las 16 horas diarias de trabajo. Occidente ladea la vista y adquiere ese coltán ya blanqueado por la vecina Ruanda, país que carece de producción. El coltán, compuesto de columbita y tantalita, es fundamental para la fabricación y funcionamiento de nuestros teléfonos móviles, tabletas, ordenadores portátiles, televisores y un sinfín de electrodomésticos. Sin él, nuestro paraíso tecnológico de globalización, información y comunicación instantánea, gran parte de lo que se ha convertido en la fuente de nuestro ocio y nuestro bienestar diario, esta pequeña utopía digital, no sería posible tal como la conocemos. Pueden acceder a este artículo de Xataka para saber por qué. Y complementar su lectura con la de este otro de El Independiente para tener una visión más completa. Aviso de que contiene preguntas incómodas.

No quisiera pasarme de desagradable, pero lo cierto es que no es necesario estirar el sentido metafórico del relato de Ursula K. Le Guin, ni buscar otro tipo de interpretaciones alternativas, porque, a un año de cumplirse el cincuentenario de su escritura, su contenido sintoniza casi literalmente con nuestra realidad. El magnífico final de Quienes se marchan de Omelas es una propuesta, un llamamiento a la decencia, la invitación a tomar ese camino. En una realidad como la del cuento escrito por Ursula K. Le Guin, un día cualquiera una persona podría apagar el televisor y otra volver a escribir en un papel. Quizás, otras comenzarían a renunciar a sus smartphones y volverían a compartir comidas y cenas con sus amigos y familiares, mirándose a los ojos, sin ser interrumpidos por ningún cacharro. Quizás esa actitud se convertiría en algo a seguir, en una marea creciente. Puede que en realidad la utopía sea esa, al fin y al cabo. No Omelas, sino la actitud de renunciar a ella. Quizás, en una realidad como la del cuento, algún día todo Omelas se daría cuenta. Quizás…

Me pregunto si los niños del coltán sabrán quiénes son BTS.

Quienes se marchan de Omelas, de Ursula K. Le Guin. Ilustrada por Eva Vázquez (The Ones Who Walk Away From Omelas, 1973)
Nørdicalibros, 2022.
Traducción de Maite Fernández
40 pp. Tapa dura con sobrecubierta. 16,50€
Ficha en la web de la editorial

7 comentarios en “En torno a Omelas

  1. Pues por muy cuidada que sea la edición, falla en lo que han fallado todas: el nombre de la ciudad no se pronuncia /o.’me.las/, sino /’o.me.las/ (no lo digo yo, lo dijo Le Guin), así que sigo esperando que alguien lo traduzca por Ómelas…

  2. Ignoro si hay obligación de transcribir el nombre. Quiero decir, que eso sería si castellanizamos el original Omelas. Lo digo pensando en, no sé, Portland o Silicon Valley, que aquí no tildamos nunca.

    • Ómelas es un nombre inventado, obviamente. Creo que lo lógico es transcribirlo para que se parezca al original. Si la palabra “omelas” tuviese algún significado…

      En todo caso, aquí no tildamos Portland o Silicon Valley porque lo pronunciamos en inglés (no creo que digas “silicón valléy”, además con elle), o en la versión castiza de inglés.

      Y, al final, es tan simple como que la ciudad se llama /’o.me.las/, y los lectores dicen /o.’me.las/ porque creen que se llama así. Supongo que tampoco tienes quejas a que la gente diga “zeleborn” o “zirdan de los puertos” 😉

  3. No, si no digo que sea de una manera o de otra, ahí sabes tú más que yo. Me lo estaba preguntando precisamente por eso, porque pensamos y decimos Sílicon, pero escribimos en el original, Silicon. Esto, a mi ver, podría pasar por algo semejante. No descarto que pudiera ser más lógico, como dices, pero no sé si obligatorio.
    Por cierto, ¿me lo parece a mí o esta misma conversación la hemos tenido sobre cuestiones de normas de lenguaje, en extremos opuestos, hablando del DRAE y sus “obligatoriedades”?

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  5. Hola.

    ¿Alguien por estos lares ha tenido ocasión de leer “The Ones Who Know Where They Are Going” de Sarah Pinsker?

    Por lo que he visto parece un comentario/réplica al Ómelas de LeGuin.

    ¿Y este otro: “The Ones Who Walk Away from the Ones Who Walk Away” de David Gerrold?

    También una “variación” del Ómelas original, provocada/reactivada, creo, por el relato de Pinsker.

  6. Buenas.
    No conocía ninguno de los dos cuentos, así que gracias por la información. Además, veo que están edificados sobre premisas interesantes. El primero propone a una víctima voluntaria, que lo acepta por el bien del resto, lo cual aporta lecturas estupendas, por ejemplo para los “perjudicados” por el gasto social, y, de manera un tanto lateral, en cuanto al autosacrificio por los demás, con temas religiosos. El segundo critica el acto de alejarse de Omelas por insuficiente, una visión aún más radical y de activismo político.
    Pues voy a ver si me puedo hacer con ellos de algún modo.
    Un saludo.

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