Incluso aunque los cuentos recogidos en La primera vez que vi un fantasma pertenecieran a ese tipo de historias entretenidillas, pero familiares y trilladas, que te dejan con la sensación de haberlas oído antes en alguna parte, merecería la pena leer esta antología. Sí, así de bien escribe Solange Rodríguez Pappe (Ecuador, 1976). Su prosa tiene carácter y está dotada de una fuerza, una sutileza y una capacidad de evocación que la sitúan a medio camino entre la poesía y el puñetazo en la boca estómago. Pero, si el envase es excelente, el contenido no se queda, en este caso, atrás. Sus tramas te atrapan, juegan contigo, te mastican y te escupen para acabar dejándote, en la mayor parte de los casos, con el cuerpo del revés. O, por ir directamente al grano: La primera vez que vi un fantasma es una antología sobresaliente e inusual.
El libro está integrado por quince relatos, varios de los cuales no superan las dos páginas de extensión. Ni falta que les hace, gracias a la capacidad de su autora para hipnotizar al lector desde el primer párrafo y dotar de profundidad y voz propia a sus personajes con apenas un par de pinceladas. Aunque la mayor parte de sus historias tienen elementos que las podrían situar en el ámbito de la literatura de terror (también en el de la ciencia ficción, en el caso de un par de ellas), los cuentos de Rodríguez Pappe trascienden de alguna manera las fronteras del género, en el sentido de que no creo que el objetivo principal de sus narraciones sea causar inquietud, sino que esa sensación que provocan no es más que, por así decirlo, un efecto secundario del estilo de la autora. Salvo un par de relatos más “convencionales” (como “Un paseo de domingo”, una historia cortísima con aroma a Shirley Jackson ambientado en unos grandes almacenes, o “El atanudos”, un cuento confeccionado con escuadra y cartabón que recuerda al Stephen King de El umbral de la noche), el elemento terrorífico o perturbador es más bien atmosférico y a menudo (“Funeral doméstico”, “Conversación de los amantes”) incluso difícil de determinar con precisión.
Los relatos son completamente independientes entre sí, pero existe un leitmotiv presente en muchos de ellos: la ambigüedad de la figura del “monstruo”, a quien a menudo se nos presenta como víctima o, al menos, fruto insoslayable de sus propias circunstancias; alguien (o algo) cuyos motivos conocemos y con quien, por tanto, nos resulta posible empatizar. En otras ocasiones, sin embargo, la autora nos obliga a experimentar ese proceso a la inversa, haciendo que el lector se identifique o simpatice con un personaje aparentemente inofensivo que a la postre resulta ser grotesco o malvado. Rodríguez Pappe no solo domina la pluma, sino también el arte del birlibirloque, y en sus historias abundan las insinuaciones equívocas, las pistas falsas (que no tramposas) y las sendas que a menudo no conducen a donde uno cree. Un ejemplo arquetípico de su juguetona manera de escribir es el último relato, que da nombre a la antología y en el que el lector se pasa toda la narración esperando que suceda algo que finalmente no ocurre… o no, al menos, de la manera prevista.
El volumen arranca con el extraordinario “A tiempo para desayunar”, un cuento extraño, desazonador y angustioso sobre los inquilinos de un hotel, que funciona como excelente carta de presentación y declaración de intenciones de todo lo que viene después.
A lo largo de las escasas 140 páginas que integran este volumen (porque el menú, aunque nutritivo, es corto) encontramos surrealismos oníricos (“Pequeñas mujercitas”), pesadillas sutiles (“Paladar”), apocalipsis intimistas (“Confeti en el cielo”), venganzas catárticas (“Matadora”), visiones desoladoras sobre la sociedad actual (“Un hombre en mi cama” es, en ese sentido, brutal en su retrato de la soledad en tiempos de redes sociales, la frivolidad, la paulatina destrucción del planeta y el abotargamiento como un estado buscado y deseable para huir de todo lo anterior) e incluso un delicioso experimento metaliterario, llamado “Pistola cargada”, en el que Rodríguez Pappe rompe la cuarta pared durante la exploración de la teoría del arma de Chéjov.
Con sutileza, talento y un equilibrio perfecto entre mala leche y poesía, crueldad y compasión, Rodríguez Pappe ha confeccionado un volumen de relatos perfecto, de esos que dejan una muesca indeleble.
La primera vez que vi un fantasma, de Solange Rodríguez Pappe (Candaya, col. Candaya Narrativa nº53, 2018)
144 pp. Tapa Blanda. 15€
Ficha en la web de la editorial