Extraterrestre, de Nacho Vigalondo

La desproporción hecha blurb

La desproporción hecha blurb

Tremenda decepción me llevé el sábado con Extraterrestre, la película de Nacho Vigalondo estrenada hace una semana. No es sólo que disfrutase mucho más con Los cronocrímenes, un film que apostaba sin ambages por el género como mecanismo para contar historias… Venía empujada con mucho viento limpio: (cierto) éxito en varios festivales, una promoción bastante inteligente, opiniones muy positivas el día del estreno… Pero me resulta difícil compartir ese entusiasmo que ha despertado.

Parto de la base que percibo en Extaterrestre un déficit, bien de dirección de actores, bien de casting, que neutraliza o impide la química que debiera existir entre la pareja protagonista. Además Michelle Jenner tiene todavía mucho que aprender sobre el arte de la actuación, al menos en el campo de la comedia. Sosa, a ratos rozando lo hierático (eso sí, abriendo los ojos y la boca cuando se tercia), no trasmite emociones, como si se hubiera quedado atorada en la primera fase que atraviesa su personaje, Julia, incómoda ante la presencia en su piso del “extraterrestre” del título: Julio (Julián Villagrán). Bastante más entonado como el intruso torpe, pasmado y liante que, un domingo a media tarde, despierta fuera de lugar para descubrir que Madrid ha sido evacuada tras la llegada de una gigantesca alienígena. Obviamente, se hace complicado entender la atracción que surge entre ambos, más allá de lo que haya ocurrido la noche anterior (y que ninguno de los dos aparentemente recuerda), lo que lastra la parte de comedia romántica que pretender ser Extraterrestre.

Extraterrestre

Extraterrestre

Un poco mejor me funciona la componente de comedia de enredo alrededor del triángulo formado por Jenner, su novio (interpretado por un divertido y vitalista Raúl Cimas), y el vecino enamorado de ella, Carlos Areces; cómo se comporta ante la llegada del factor extraño, la obsesión del vecino por la chica y el uso que se hace de la invasión sutil (“hay alienígenas entre nosotros”). Cuando esta idea aparece, se enhebran los mejores pasajes de la película y la rescatan de su atonía. Aunque no por mucho tiempo.

Como ya se intuía en Los cronocrímenes, Vigalondo controla mejor las historias breves. Nos volvemos a encontrar un largometraje con problemas de ritmo, algo que en aquella se podía disculpar porque era necesario presentar los personajes, el escenario, y, sobre todo, tejer la maraña causa-efecto/efecto-causa que acompaña a una narración de viajes en el tiempo. Aquí el asunto no es tan justificable puesto que Extraterrestre carece de cualquier complejidad estructural. La película funciona a trompicones y la tensión que debiera tener el último tercio, en especial la despedida de los personajes (como la de Carlos Areces), es inexistente. Además falta chispa a los diálogos y el ingenio en la composición del personaje del novio no tiene casi respuesta en el resto.

Destaca el trabajo de producción (cómo la historia resulta verosímil a pesar de la falta de presupuesto), y el uso del humor más absurdo (y grueso), capitalizado por el momento pelota de tenis, y las emisiones del grupo resistente desde las afueras de Madrid. Puro esperpento. Aunque también es triste que, al menos en mi sesión, sean los únicos momentos en los que el público reía por encima de mi umbral de percepción (bueno, y cuando Carlos Areces dice que se va a una casa en Cantabria; ahí Vigalondo nos tenía ganados a los cántabros).

Es muy complicado escribir una buena comedia. Sus mecanismos son más peliagudos que los de un thriller, una película histórica… Requiere tocar resortes más ocultos, más dependientes del espectador. Quizás me he convertido en un Nexus y no siento estas emociones como el común de los mortales, pero me da que con Extraterrestre Vigalondo ha pinchado en hueso. Veremos en la próxima.

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