Paul Park ha escrito en Una princesa de Roumania una novela fantástica de corte clásico, en el sentido que en algún momento nos vamos a encontrar con cada uno de los elementos utilizados en este tipo de obras. En los primeros capítulos se nos presenta a la protagonista, Miranda Popescu, una jovencita que lleva una vida normal en un pueblecillo de Massachussets. Sustituye el granjero de la campiña inglesa por una quinceañera en la época actual y ya tenemos el primer elemento clásico. Además Miranda es huérfana y se siente como si debiese aspirar a más, como si le esperase un destino distinto. Resulta que es una princesa de Roumania, oculta mediante artes mágicas en un mundo inventado –nuestro mundo real– y destinada a salvar su país de una fuerza opresora. Todos los elementos comunes a este tipo de obras aparecen en algún momento a lo largo de la trama: el elegido, los compañeros, la búsqueda, el mentor y el objeto de poder.
Lo que hace diferente Una princesa de Roumania de otras novelas similares es, por un lado, el tratamiento y evolución de los personajes, y, por otro, la estructura interna utilizada para hacer avanzar la trama. Paul Park desarrolla muy bien la personalidad de los personajes, especialmente la de los dos protagonistas: Miranda Popescu y la baronesa Nicola Causescu. Miranda se nos muestra como la adolescente típica: soñadora, introvertida, que siente envidia y al mismo tiempo admiración por su amiga Andrómeda, la habitual chica popular de instituto. Esta personalidad se irá desarrollando sobre todo cuando comience la etapa de búsqueda y vaya adaptándose cada vez más a su papel de héroe. Los personajes actúan de manera creíble durante toda la trama, algo esencial en una novela guiada por personajes como ésta. Es refrescante comprobar cómo Miranda y el resto de sus compañeros, todos trasladados al mundo paralelo desde el mundo real, dudan en todo momento de su papel de salvadores o de las pruebas que han de ir superando a lo largo de su viaje, no viéndoles un sentido lógico y tratándolas simplemente de irracionales –para una persona que vive en el mundo real–.
El personaje de la baronesa es seguramente el mejor desarrollado de todos. Se nos presenta como una poderosa hechicera dispuesta a localizar a Miranda usando todos los medios a su alcance y llevarla de vuelta a su mundo; al inicio la baronesa y Miranda ocupan claramente las figuras de la bruja malvada y la princesa en apuros. Será cuando Miranda se traslade al mundo paralelo donde existe Roumania cuando comenzaremos a conocer su motivación y su personalidad, descubriremos que es mucho más ambigua de lo que parece y que, aunque algunas de sus acciones son malvadas, no podemos descartar en ningún momento que se traten de errores impulsivos más que de actos malvados «porque sí», o, incluso, que actúe movida por fuerzas del destino que no puede controlar.
En la novela, aunque narrada en tercera persona, no aparece la figura omnisciente del narrador. El relato va ajustándose al punto de vista de cada uno de los personajes y avanzando a través de los diálogos y el discurso interior de los protagonistas. Es casi como una narración en primera persona en la que el testigo va pasando de un personaje a otro, el lector tiene que ir descubriendo mediante las acciones y los diálogos todo el trasfondo histórico así como lo que va sucediendo en la trama. Es el ejemplo muy claro y detallado de la técnica muéstralo, no lo cuentes –Show dont tell–. Por ejemplo, el autor utiliza esta técnica perfectamente para mostrarnos la personalidad de los personajes. Se nos dice casi al comienzo de la trama –mediante diálogos– que la baronesa fue una antigua y famosísima actriz de teatro. Este elemento no se queda en un simple comentario sino que sirve para enriquecer su personalidad cuando el lector asiste durante toda la obra a su forma de comportarse, de moverse, de disfrazarse para evitar ser reconocida cuando sale a la calle y un sinfín de detalles más.
En una novela donde se utilice esta técnica y se use el narrador omnisciente podría caerse en el error de cargar la narración con un exceso de descripciones que permitan al lector hacerse una idea sobre el personaje y su entorno. En Una princesa de Roumania el narrador es el personaje que en ese momento se utilice de punto de vista, el entorno se nos va a mostrar siempre de una manera muy limitada, como dando a entender al lector que está familiarizado con los acontecimientos o el trasfondo donde se desarrolla la acción, y, por lo tanto, resulta fundamental estar atento a los diálogos o a lo que sucede cuando se realizan cambios de escena. Por ejemplo; en un pasaje la baronesa crea mediante un hechizo una réplica de ella misma para asistir a una recepción a la que ha sido invitada al mismo tiempo que puede actuar con libertad en otra parte de la ciudad. Durante el desarrollo de la acción la baronesa entra de vez en cuando en la mente de la réplica para comprobar de primera mano lo que sucede en la fiesta, pero a todos los efectos constituyen dos personajes distintos; la baronesa no sabe lo que le sucede a la réplica cuando no está ocupando su mente. Este truco narrativo sirve para desarrollar una de las tramas más interesantes y para mostrar con mayor claridad la maestría con la que Park se desenvuelve con los puntos de vista.
Mención aparte requieren los elementos mágicos y el desarrollo del mundo. El autor sitúa la historia en una época aparentemente decimonónica, aunque en ningún momento se dice con claridad. La forma de actuar y de vestir de la gente y los acontecimientos descritos dan a entender que la acción se desarrolla en la Europa del siglo XIX o una versión de la misma donde la historia ha seguido un camino distinto. Park despliega dos líneas argumentales paralelas aunque ligeramente conectadas en sendos lugares del mundo. La que concierne a Miranda Popescu tiene lugar en una América alternativa poblada de hombre salvajes, que en un principio pasan por nativos americanos, y de seres fantásticos o milenarios como los Wendigos o los Mamuts. La segunda línea, mucho más conseguida, se desenvuelve en Roumania y sigue a la baronesa Causescu. Se sitúa en una especie de Europa alternativa donde conviven las religiones clásicas y la cristiana, existen capillas dedicadas a Venus o a una Cleopatra deificada pero también se menciona de pasada al rey Jesús. Paul Park trata de dejar muy claro, desde el momento en el que la trama se traslada al universo alternativo, el carácter distinto y extraño del nuevo mundo, como queriendo dejar claro que ya no nos encontramos en el mundo real y que a partir de ese momento van a empezar a aparecer situaciones cada vez más extraordinarias.
A su vez la forma de abordar la magia es utilizando una concepción romántica de la misma; romántica en el sentido de que el elemento mágico no queda explicado sino que se trata como un componente misterioso que juega un papel importante. La solución elegida, aparte de facilitar el trabajo del autor al no tener que estructurarla dando al elemento fantástico una explicación «lógica», también le permite crear el efecto de misterio, de irrealidad y de sentido de la maravilla que la narración requiere; el lector no se preocupa de cómo funcionan las cosas y se deja llevar por la historia.
Para concluir, estamos ante una novela notable que aún utilizando un lenguaje sencillo y elegante resulta compleja por lo elaborado de su estructura narrativa. No es una historia accesible para todo el mundo por lo que los que se acerquen a ella quedan avisados de que, aunque en principio pueda parecer clásica, no es en absoluto convencional.