 A pesar de lo que me gustó El libro del día del juicio final, de Connie Willis soy más fan de las novelas cortas y relatos que de las novelas. De ahí mi fe en que Los sueños de Lincoln, su primera novela publicada en solitario en 1987, con menos de 300 páginas, tuviera algo, mucho, de sus mejores historias breves. Esa suma de ingenio, reflexión ligera y humor sin caer en la autocomplacencia y el caos; un riesgo para el drama o la comedia cuando las tramas se extienden y se dispersan.
A pesar de lo que me gustó El libro del día del juicio final, de Connie Willis soy más fan de las novelas cortas y relatos que de las novelas. De ahí mi fe en que Los sueños de Lincoln, su primera novela publicada en solitario en 1987, con menos de 300 páginas, tuviera algo, mucho, de sus mejores historias breves. Esa suma de ingenio, reflexión ligera y humor sin caer en la autocomplacencia y el caos; un riesgo para el drama o la comedia cuando las tramas se extienden y se dispersan.
Los sueños de Lincoln toca varios palos. Primero, es una novela que especula sobre la naturaleza de los sueños. Annie, una joven, parece conectarse mientras duerme con los sueños que tuvo el general Lee en plena Guerra de Secesión. Es atendida por un psiquiatra con una praxis más que cuestionable, Richard, y con el cual mantiene una relación. Richard pide ayuda a un antiguo compañero de universidad, Jeff, que trabaja como investigador de Broun, un escritor especializado en la Guerra de Secesión, en trámite de terminar una novela alrededor de la batalla de Antietam. Jeff se huele que algo sucede con Annie y se escapa con ella en dirección a Fredericksburg para iniciar una investigación sobre la figura de Lincoln y sus sueños, un tanteo de lo que Broun pretende sea su siguiente libro. Su llegada a la ciudad, en pleno corazón de las diferentes campañas que Lee dirigió en Virginia, realimenta la condición de Annie, atormentada por nuevos sueños que alientan las preguntas de Jeff y las interpretaciones para descubrir qué puede haber detrás.
Esta breve sinopsis es un amago de trama; el marco donde Willis toca una serie de palos y termina perdiéndose sin ofrecer un asidero de historia con entidad que logre reinvindicarse a la altura de las ideas que trata. Porque aparte de su búsqueda de significado a los sueños, Los sueños de Lincoln es una investigación histórica a través de la ficción, un relato romántico, un texto sobre los abusos hacia las mujeres/pacientes en una situación de indefensión y una narración de carretera, sin conseguir que una de estas facetas tenga un peso decisivo. La novela es tan tormenta de ideas que termina en una indefinición que probablemente haga mella a su recepción.
 Este totum revolutum viene con sus aspectos positivos. Las interpretaciones del origen de los sueños, en su sencillez, me han parecido estimulantes. Con orden y concierto, su posible condición como manifestación sintomática de cuadros de enfermedad ocultos (sueños prodrómicos), su emergencia del inconsciente colectivo o su posible recuperación de vestigios de memorias perdidas, se intercalan con otras respuestas más fantasiosas en un carrusel bien conectado con lo que se sabe de los personajes, presentes y pasados. La ligereza soslaya los ladrillacos explicativos y permite tomar contacto con cada noción sin sacrificar la frescura de una novela con un ritmo alegre.
Este totum revolutum viene con sus aspectos positivos. Las interpretaciones del origen de los sueños, en su sencillez, me han parecido estimulantes. Con orden y concierto, su posible condición como manifestación sintomática de cuadros de enfermedad ocultos (sueños prodrómicos), su emergencia del inconsciente colectivo o su posible recuperación de vestigios de memorias perdidas, se intercalan con otras respuestas más fantasiosas en un carrusel bien conectado con lo que se sabe de los personajes, presentes y pasados. La ligereza soslaya los ladrillacos explicativos y permite tomar contacto con cada noción sin sacrificar la frescura de una novela con un ritmo alegre.
Además, Los sueños de Lincoln explora lo histórico desde lo que queda y lo que se olvida. Es sintomático que se sepa más de una gallina que acompañó al general Lee durante un tiempo que de los cientos de miles de muertos en la contienda o los desaparecidos que aprovecharon para iniciar una nueva vida en otro lugar. Aquí Willis, a través de los fragmentos de la novela de Broun que plasma en el texto, defiende el poder de la ficción para traer de vuelta a los olvidados, empatizar con sus experiencias y establecer un recuerdo perdurable, con la cercanía y el punto de emoción justos que ayuden a conectar con el lector.
Estas elecciones no evitan cuestiones problemáticas. El mayor, cómo el argumento reduce un conflicto que, en parte, iba sobre la esclavitud a gente blanca a la que les pasan cosas, con un proceso de “humanización” del general Lee sin darle una vuelta a detalles históricos como que él mismo tuvo personas en propiedad y los castigó severamente cuando algunos intentaron escapar. Que se hable de su caballo, su gallina y su gato mientras sus “negros” quedan fuera da que pensar porque no parece un subtexto autoconsciente; la manifestación de cómo se vive la mayor parte de la historia, una cuestión de lo que hacen y padecen hombres blancos, mientras quienes están a su alrededor se quedan en los márgenes. Algo hasta cierto punto comprensible en muchas narraciones, pero no en una que, al menos, tenía una oportunidad de haber extendido su argumento al racismo que existía a mediados del siglo XIX y todavía se observa en gran parte de la sociedad de EE.UU.
Los sueños de Lincoln (Ediciones B, col. Nova Ciencia Ficción nº130, 2000)
Lincoln’s Dreams (1987)
Traducción: Rafael Marín
Rústica. 277pp.
Ficha en la web de La tercera fundación
