Es en las distancias cortas donde la fragancia de un hombre se la juega. Así rezaba el eslogan publicitario de una famosa colonia masculina, un lema perfectamente aplicable a una colección de relatos. Un escritor puede tener cierto éxito con sus cuentos si son un poco originales y tienen un estilo propio característico, dentro de una revista o una antología de varios autores. Pero es en una colección donde se verá si sus relatos son sólidos, tiene una variedad de registros e, incluso, si su «voz» es realmente propia o es tan sólo una pose; si repite esquema, tono y artificios literarios una y otra vez, se pondrá rápidamente de manifiesto.
En la literatura fantástica actual hay pocos escritores como Ted Chiang o Zoran Zivkovic que rayen a gran altura. En el caso que nos ocupa, viendo el palmarés de premios que tienen sus relatos, podríamos intuir que Mike Resnick también estaría entre ellos. Cuando el lector se sumerja en esta antología verá que su intuición era correcta; pese a que algunos de ellos son más bien discretos la mayoría resultan notables y unos pocos realmente extraordinarios. Lo primero que llama la atención es la versatilidad temática y la gran facilidad que demuestra Resnick a la hora de mezclar géneros literarios. Pero, sobre todo, sus cuentos son una disección de las relaciones humanas y una reivindicación de otra forma de vida distinta a la occidental.
En “El corredor del olvido” analiza el sentimiento de impotencia que surge al ver cómo un ser querido se va deteriorando irremediablemente por la enfermedad, en este caso el Alzeimer, y cómo se va convirtiendo en un ser extraño al cual quieres pero no reconoces. Sobre el cuidado de enfermos terminales, la elongación de la vida independientemente de su calidad y sobre el derecho a morir dignamente, la eutanasia y su problemática social, también tratan “Flores de estufa” y “Los robots no lloran”, aunque este último se enlaza con un análisis de las relaciones de dependencia física y emocional. En “Una princesa en Marte” además de hacer un homenaje al escritor Edgar Rice Burroghs, realiza una perfecta radiografía de la sensación de soledad y de vacío cuando tu pareja fallece y cómo sólo los que consiguen crearse una esperanza, ya sea por medio de la religión o de la fantasía como en este caso, son los que pueden sobrellevar dicha pérdida.
Sobre la trascendencia después de la muerte, en particular la de los escritores por medio de sus obras, versa “Viaje con mis gatos”. E incluso por medio de una space opera como “Prendas” nos plantea la relación sentimental que tenemos con algunos objetos, de poca cuantía económica la mayoría, pero de un gran valor emocional, y cómo su pérdida nos provoca un gran desconsuelo. También analiza la humanidad en su conjunto, tanto su historia de guerras continuas y destrucción en “Los elefantes de Neptuno”, como cuál sería precio moral que estaríamos dispuestos a pagar por erradicar un problema global como es el hambre, en el cuento “MacDonald tenía una granja”.
Además en Sueños nuevos por viejos nos encontraremos en varios relatos con una de las pasiones de Resnick, el continente africano. En “El Dios pálido y delgado” vemos cómo el Dios cristiano se ve sometido a juicio por los dioses africanos. En la distopía africana “Pues he tocado el cielo” hace un alegato del derecho de la libertad y del acceso libre al conocimiento, aunque ello suponga romper el falso estado del bienestar. El orgullo de los pueblos y la lucha contra el sometimiento son desglosados en la ucronía “Mwalimu en el cuadrilátero”, donde el anciano presidente de Tanzania Nyerere luchará por su pueblo en un combate de boxeo contra el ex-campeón de los pesos pesados de Uganda y general enemigo Amín. Tema que también desarrolla “La lanza ardiente en el crepúsculo”, en el que analiza el uso de la información y la opinión pública en la guerra mediante una ucronía sobre la rebelión de Mau-Mau, donde los kikuyus de Kenia se enfrentaron al ejército británico. Mientras en el futurista “Las cuarenta y tres dinastías de Antares” aborda el orgullo de los pueblos, la memoria histórica y la ignorancia de los pueblos ricos.
Pero no sólo tiene relatos de análisis social y humano, sino que también escribe historias más desenfadadas como el correcto space opera con tintes de novela negra “El ángel de la guarda”, en el que pese a usar los tópicos de ambos géneros saca adelante una historia original y fresca. Cosa que no se puede decir cuando carga las tintas humorísticas, el punto más débil de la colección de relatos, donde se desliza con suma facilidad del humor al histrionismo tanto en “La escoba enamorada”, un relato ambientado en el mundo del investigador John Justin Mallory, un Manhattan fantástico habitado por elfos, trolls y demonios, como en el “El buhonero chino”, que comparte el mismo escenario. Al igual le ocurre en “El Kemosabee” o el disparatado ensayo “Peligroso a cualquier velocidad” donde analiza los problemas que acarrearía el hecho que Superman existiera realmente. Sin embargo sale mejor parado en cuentos más arriesgados, como puede ser “Su relato de ciencia ficción premiado”, un ejercicio de metalenguaje bastante correcto, y en la vuelta de tuerca a la película Casablanca en “Esta vez me quedo con la chica”.
Por último, comentar que en la antología al final de cada relato viene un comentario del autor sobre como surgió dicho relato y los premios que obtuvo según el caso.