Metropol, de Walter Jon Williams

Metropol

En un planeta con una superficie urbanizada por completo donde una barrera impide escapar al espacio, el plasma se ha convertido en la energía que alimenta la civilización; una sustancia con propiedades sobrenaturales que emana de las construcciones y puede ser controlada para conseguir aquello que se desee. Sin embargo su acceso está limitado por La Compañía del Plasma, una entidad que monopoliza su extracción, distribución y uso. Los intentos de quebrantar ese dominio son castigados con penas severas y, aunque hay un mercado negro, el riesgo resulta demasiado alto. Tras un incidente en el que un uso ilegal de plasma ha producido varios muertos y una considerable destrucción, una funcionaria que trabaja para la Compañía, Aiah, descubre un depósito desconocido. Ante ella se plantea el dilema de si debe notificar su posición o, por el contrario, ocultarlo y sacarle todo el partido que su vida le ha negado. Aiah pertenece a los barkazil, una minoría étnica con escasas posibilidades económicas, y no ha podido estudiar la «magia» que posibilita el manejo de plasma. Jugándose su futuro a una carta, toma la opción b) e inicia un nuevo rumbo vital que le devuelve la ilusión que había perdido.

Éste es, grosso modo, el argumento de Metropol, la segunda novela de Walter Jon Williams que se traduce, una década después de la frenética y divertidísima Hardwired. Una historia en la que enhebra un discurso sobre la alienación o la responsabilidad que deben tener los que detentan el poder y lo enlaza con un alegato liberal, manifiesto y expresivo. El planeta/ciudad, su aislamiento por medio de la barrera, el control que la Compañía hace del Plasma, la fragmentación y la discriminación social… son las piezas que conforman una metáfora sobre cómo la burocracia y el anhelo de control coartan el progreso, la libertad o la imaginación, conduciendo a un estancamiento total. Estancamiento del que Aiah, protagonista absoluta, lucha por salir a la vez que es tentada por el poder, el dinero o el sexo.

Enfrente sitúa el Emprendedor, el empresario dispuesto a sacrificarlo –casi– todo por inducir la revolución que saque a la sociedad del parón en que se halla mientras obtiene el mayor beneficio posible: el metropol Constantine. Un manipulador que ha salido indemne de todos los fregados en los que se ha metido a costa de sacrificar los peones que le han permitido auparse a su posición. Circunstancia que se acentúa con el desenlace, un apasionante tour de force que coloca a cada personaje en su lugar. Williams extiende este desarrollo argumental y de caracterización olvidándose de las convenciones genéricas. Dibuja un escenario que bebe de la mejor ciencia ficción sociológica, una trama próxima a la novela negra y un toque de fantasía que juega, sobre todo, con la ambigüedad de si los hechos sobrenaturales tienen o no una base racional.

El mayor problema de Metropol está en que carece de un acercamiento grandilocuente o efectista a lo «maravilloso». La narración es una obra de personaje que sigue a Aiah de principio a fin, sin separarse de ella. Su modus vivendi, sus dilemas, sus emociones, la obsesión con la visión de la mujer en llamas,… suponen el hilo conductor de una historia que une con elocuencia el mundo exterior y el interior y que, a la postre, resulta tan congruente como lineal o, por momentos, previsible. Previsibilidad en la que es importante un mal del que ni novela ni editor son responsables.

Como tantas otras obras que quedaron colgadas en el pasado, es necesario juzgarla en su contexto: el de hace diez años. Cierto es que ahora mismo hay novelas ya traducidas que se mueven en un terreno muy parecido –¿hace falta decir títulos?– y que han llevado este planteamiento varios pasos más allá. El propio texto de promoción de la cubierta trasera lo reconoce tácitamente cuando dice que el autor «se adelantó al movimiento new weird». Pero no conviene perder de vista que Metropol desempeña con gracia su papel de pionera ni que resulta una novela congruente, bien planificada y notablemente rematada. Depara una grata lectura.

Un comentario en «Metropol, de Walter Jon Williams»

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