Un prólogo a Dune de 2003

Siempre cuento que le debo a Frank Herbert dos cosas: el haberme enseñado a dejar libros por la mitad y el haberme permitido prologar un libro con decenas de miles de ejemplares de tirada. El primer hecho se produjo cuando yo tenía 20 años, porque recuerdo que compré Estrella flagelada cuando salió, en 1988, abriendo la colección que dirigió brevemente Domingo Santos para la editorial Destino. Ya había tenido malas experiencias con las dos primeras continuaciones de Dune y no había querido seguir con la cuarta (o quizá no la habían publicado aún en bolsillo), pero bueno, pensé, cosas que pasan, igual el tipo había alargado demasiado el tema. Era el momento de dar otra oportunidad si es que Santos (que en su calidad de ex director de Nueva Dimensión era para mí infalible) había confiado en esa novela para un primer número.

Pero no. La prosa de Herbert, que consigue combinar lo empalagoso de la mermelada de torrezno con la pretenciosidad de un meñique alzado tomando té, se dispuso a convertir mis vacaciones gallegas en un infierno. Empecé, literalmente, a padecer dolores de cabeza cada vez que intentaba continuar, pasada la página cien; nunca he sufrido un fenómeno de somatización similar. Pero la conclusión fue provechosa, al precipitar ese paso que todo lector debe dar en algún momento: no es necesario terminar todos los libros. Hay algunos que, simplemente, no es posible, bien por razones objetivas o subjetivas. Es indiferente: leer es una actividad solitaria y sólo cuenta una opinión para proseguirla.

He leído sin mayor provecho algún otro libro de Herbert (recuerdo alguno de los que publicó Nova como potable), pero básicamente me rendí con él. Sin embargo hete aquí, azares del destino, que en 2003 se pusieron en contacto conmigo desde El Mundo para pedirme el prólogo de una de esas ediciones populares que regalaban por entonces los periódicos. Iban a publicar Dune en dos tomos en la colección Las mejores novelas de la literatura contemporánea universal. En una serie de colecciones en las que había prólogos de Roberto Bolaño, José Hierro, José Antonio Marina, Manuel Vázquez Montalbán, Bernardo Atxaga, Soledad Puértolas, Andreu Martín o Guillermo Cabrera Infante, por limitar el namedroping sólo a gente a la que realmente he admirado, me pedían uno a mí. Para unos libros con una distribución prevista de decenas de miles de ejemplares.

Uno es honrado, pero no necesariamente puro. ¿Herbert, nada menos? ¡No tenían previsto publicar a Asimov o Clarke, no digamos Le Guin o Silverberg! En cualquier caso, lo cierto es que mi recuerdo de Dune seguía siendo bueno. No la había vuelto a leer desde que tenía catorce o quince años por esos problemillas con Herbert, pero la tenía bastante viva en la memoria. Pedí que me dejaran un par de días para contestar y empecé una relectura rápida. Me enganchó. Me volvió a funcionar. Pude hacer un trabajo de prestigio y bien compensado económicamente sin tener que echar mano de las excusas de mercenario, que como en el caso de cualquier periodista, no han faltado en alguna que otra ocasión.

Dune es para mí uno de los grandes misterios de la literatura de todos los tiempos. Todos y cada uno de los problemas de Herbert están representados en ella: la trama hiper alambicada, las reiteraciones pseudopoéticas tirando a cursis, el tono grandilocuente, los personajes esquemáticos. Pero, por alguna razón, aquí se produce la magia. Todo eso tiene sentido en esta historia en concreto.

Veo que la novela se ha reeditado y está en camino una nueva adaptación cinematográfica a cargo de Denis Villeneuve. Así que me vino a la cabeza el recuerdo de ese prólogo, que no he recuperado nunca, y supongo que a estas alturas cualquier tipo de derecho que tuviera sobre él la editorial está más que vencido. Así que permitidme compartir con vosotros mi texto sobre género que seguramente haya llegado más gente (aunque he escrito para publicaciones de mayor tirada, nunca ha sido sobre cf): unas reflexiones sinceras, en un tono muy divulgativo, sobre una novela descomunal, extraña y única que se mantiene como una excepción dentro del género a la vez que es una de sus cumbres. Y digo «llegado» y no «leído», porque el libro está publicado con la tipografía más pequeña que yo haya visto jamás en una publicación comercial. But I Digress

 


 

Frank HerbertLa construcción de un mundo que resulte alienígena y a la vez coherente es una de las tareas más complejas a las que se enfrentan los escritores de ciencia ficción, en particular de su rama más conocida a nivel mediático, el space opera, la aventura interplanetaria. No es algo que se haya conseguido en muchas ocasiones. Dune es quizá la más conocida de ellas, por el detalle con el que su autor, Frank Herbert, construyó toda la ecología y sociedad del desértico planeta Arrakis y su entorno.

Herbert, nacido en 1920 en el oeste de Estados Unidos, tuvo la típica juventud de muchos escritores estadounidenses «de género»: fue fotógrafo, pescador, y hasta instructor de supervivencia. Comenzó a escribir ciencia ficción a mediados de los cincuenta, pero ninguna de sus obras llamó la atención de forma relevante hasta la publicación por capítulos en una revista de la novela Dune World. A esta le siguió Prophet of Dune, y ambas fundidas formaron el volumen Dune (1965) como tal.

De inmediato, el impacto del libro fue formidable en el seno de la ciencia ficción, consiguiendo los dos premios mayores del género: el Nebula, concedido por los escritores, y el Hugo, votado por los lectores —ex aequo con otra obra extraordinaria pero menos conocida, Tú, el inmortal, de Roger Zelazny—. Herbert se convirtió en escritor profesional y publicó numerosas novelas además de cinco continuaciones de Dune. El autor defendió que las dos primeras, El mesías de Dune e Hijos de Dune, formaban parte del proyecto inicial, pese a que la obra de origen tiene un final cerrado satisfactorio. Una década después de estas, llegaron Dios Emperador de Dune, Herejes de Dune y Casa Capitular: Dune, cada una más barroca y excéntrica que la anterior. Porque Herbert no fue, después de todo, un buen escritor. Y eso hace aún más llamativo el éxito que supone Dune, no sólo en lo comercial —ha vendido doce millones de ejemplares en todo el mundo— sino también en lo literario.

Es Dune una obra que funciona más allá de sus propias carencias: lo que en otras ocasiones es en la obra de Herbert morosidad, rimbombancia y afectación, funciona aquí como el tono adecuado a un sueño grandioso. Porque lo que hizo Herbert en esta novela, como todos los grandes escritores de ciencia ficción en sus mejores obras, fue beber de su entorno y acrisolar esas influencias en un argumento especulativo de resonancias arquetípicas. Herbert habla de un futuro distante, oscuro y sorprendente, sí; pero lo hace en el lenguaje de los años sesenta, del despertar de la sociedad occidental a la revolución sexual, el nacimiento de la preocupación ecológica, la experimentación con las drogas, el éxito de filosofías y religiones alternativas… Todo eso se encuentra en esta historia acerca de un mesías que no quiere serlo, y que debe aceptar su condición como medio de supervivencia. Paul Atreides es un elegido que debe decidir el destino de un futuro lejano, en el que el origen de la humanidad ha sido olvidado, un universo en el que el transporte interestelar puede llevarse a cabo gracias al consumo por parte de los navegantes de una droga, la especia melange, que amplía las facultades mentales y sólo puede extraerse de las vastas arenas de Dune. Como en toda gran saga, la acción se desarrolla dándonos los más variados puntos de vista: desde el emperador interestelar hasta los humildes Fremen que malviven en las arenas del desierto bebiendo su propio sudor reciclado, pasando por los malvados aristócratas Harkonnen o las misteriosas brujas-sacerdotisas Bene Geserit.

Jodorowsky's DuneEl impacto de la novela fue más allá de lo meramente narrativo; como bien advirtió el escritor y cineasta Alejandro Jodorowsky, Dune conseguía tocar algunas pulsiones inconscientes, creaba un panteón mitológico coherente con la sensibilidad moderna. Jodorowsky lideró el primer proyecto para llevar Dune a la pantalla, a mediados de los setenta. En el sueño del chileno, la filmación se prolongaría por años, utilizando a su hijo como protagonista y siguiéndole en las fases de su crecimiento. Salvador Dalí aceptó convertirse en el emperador, sentado sobre un trono-letrina, y H.R. Giger, el diseñador de pesadillas suizo que alcanzaría la fama de la mano de Alien, preparó distintos bocetos, así como el dibujante de cómics francés Moebius.

El proyecto de Jodorowsky se vino abajo por problemas financieros, aunque parte del trabajo de Giger fue retomado en la adaptación finalmente filmada, con David Lynch tras la cámara y el productor Dino de Laurentiis como motor. Se trata de una película confusa: la necesidad de cortar el metraje rodado convierte su ambición de dar cabida a toda la trama en imposible. Sin embargo, la valoración del film ha ido creciendo con los años, en parte por los detalles «lyncheanos» y sobre todo por el brillante trabajo de imaginería concebido por el director artístico Pier Luigi Basile, que se ha asentado como una «interpretación visual oficial» de la novela. Recientemente se llevó a cabo una nueva adaptación para la televisión, en una desigual miniserie de seis horas que puede encontrarse en España en DVD.

No obstante, como icono de la ciencia ficción contemporánea, la presencia de Dune no termina ahí. Existen al menos cinco juegos de ordenador relacionados con la serie, entre ellos alguno tan popular como Dune 2000. Hay adaptación al cómic, y hasta unas «precuelas» de la novela escritas por Brian Herbert, hijo del autor original, y Kevin J. Anderson.

Las razones para todo ello están en manos del lector: es ésta una novela iniciática, filosófica, y a la vez, de aventuras. Rara vez en la literatura del siglo XX, de balance tan brillante como lúgubre, se han conjugado de forma tan sutil, tan mágica, valores como el entretenimiento y la reflexión. En efecto, Frank Herbert no fue un gran escritor, pero dejó tras de sí una gran obra inolvidable que resistirá el paso del tiempo, lo que es bastante más de lo que puede decirse de muchos autores a los que la crítica encumbrara en su día.

 


 

Dune según Toni Garcés

Es curioso porque desde la publicación de este texto hace 17 años hasta el futuro estreno de la nueva adaptación de Villeneuve, en torno a Dune ha habido bastante menos movimiento que respecto a casi cualquier otro clásico de la literatura fantástica. Su explotación en productos derivados fue pionera, pero se detuvo en seco. Los sucesivos fracasos comerciales de las adaptaciones desanimaron nuevos intentos hasta ahora. No ha habido más videojuegos ni cómics, aunque se anuncian para la futura película.

Curiosamente, Dune ha sido quizá el libro de cf que ha pasado por más editoriales en España: llegó en Acervo, esa edición convivió con la de bolsillo de Ultramar, luego se lo quedó Plaza & Janés, La Factoría retomó una edición en formato grande, y ahora está disponible en Ediciones B. También ha habido al menos otras tres ediciones de kiosco además de aquella en la que yo colaboré, y por supuesto está la de Círculo de Lectores. Creo que ni siquiera Fundación ha pasado por tantas manos distintas en español. Eso sí: en 45 años y con docenas de portadas diferentes, la traducción siempre ha sido la misma original de Domingo Santos, hasta hoy.

Brian Herbert ha seguido publicando no sólo precuelas sino también secuelas. Sinceramente, no sólo no las he leído, sino que creo que no conozco a nadie que lo haya hecho. Creo que en total van unos dieciocho libros, y varios ni siquiera han sido traducidos ya al español.

Sin duda, la novedad más interesante del universo Dune en todo este tiempo ha sido el documental Jodorowsky’s Dune (2013), en el que se detalla el demencial proyecto en el que se embarcó durante un par de años el cineasta chileno. No es nada fácil de ver por canales convencionales, pero garantizo que vale muchísimo la pena.

Villeneuve ha dicho que quiere que su Dune, que tendrá dos partes y estrenará la primera el 18 de diciembre próximo, sea «un Star Wars para adultos». Su trabajo competente en La llegada y Blade Runner 2049 le respalda, pero por todo lo dicho, la tarea me parece compleja.

2 comentarios en “Un prólogo a Dune de 2003

  1. Puede ser reiterarivo y grandielocuente. Pero creo que su mayor virtud fue el entendimiento de la psicológia humana y como ésta construye la historia. Fue un genio.

  2. Cuando le mandé este texto a Nacho, jamás podría imaginarme que apenas un mes después citaría Dune incontables veces.

    Aquello de “el miedo mata a la mente, el miedo es la pequeña muerte que nos conduce a la destrucción total…”

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