Empecemos con una perogrullada: la Historia en las escuelas se estudia de manera secuencial. Continuemos con otra: cualquier curso académico se asemeja más a un reloj de cuerda que a uno de cuarzo. Así, los retrasos acumulados durante el año suelen terminar con el currículo podado, nueve de cada diez veces en el mismo punto: al final. El ejemplo más tradicional, y sangrante, es el de cualquier Historia de España, con su desembocadura a la altura de la Segunda República y dejando con pinzas los últimos tres cuartos de siglo. El período más importante para entender esta España que tanto nos duele hoy en día. Paralelamente, algo se trabajan los fenómenos colonizadores del último medio milenio, si se tiene suerte se mencionan los procesos descolonizadores de la segunda mitad del siglo XX, pero jamás se llegan a tratar las prácticas neocolonizadoras. Un fenómeno sin el cual es difícil comprender medio globo terráqueo en la actualidad.
Cambiemos de tercio. O no tanto. La ciencia ficción contemporánea hace ímprobos esfuerzos por parecerse a los protagonistas de The Big Bang Theory o IT Crowd. Tantas veces encerrada en sus iconos, gadgets state of the art, teorías científicas punteras y los dilemas morales derivados de todo ello. Sin embargo, cuando se habla de fenómenos colonizadores, la ciencia ficción no solo no ha vivido a sus espaldas sino que, en cierta forma, se ha nutrido de ellos para construir algunas de sus “funciones” más recordadas. Qué son si no las historias de invasiones alienígenas o, dándole la vuelta al calcetín, las narraciones en las cuales nuestros descendientes asuelan otros mundos. Ese choque entre civilizaciones para lograr recursos, de explorar sinergías y sentimientos a ambos lados del conflicto, de culpa y redención para sus protagonistas, alimenta una parte sustancial de La guerra de los mundos, El señor de la luz, Rakhat, La última misión de la compañía, Los genocidas, Hyperion... La entrega más reciente de esta secuencia es Iris, de Edmundo Paz Soldán, una formidable alegoría de todos estos procesos, pasados, presentes y futuros.
Iris es una región tóxica cuyos habitantes sufren las secuelas de los ensayos nucleares realizados sobre su superficie. Por si padecer ese pequeño infierno tóxico no fuera bastante, además se ven obligados a trabajar en minas de las que se extrae un preciado mineral y cuyas galerías causan sus propios males físicos y psicológicos. Entre otras consecuencias, la edad media de los irisinos está a la altura de la de los habitantes de Afganistán en el siglo XVIII. Una proeza del progreso.
El “cotarro” está gestionado por Saint Rei, la corporación encargada del gobierno local. Su única preocupación es mantener el flujo de la espe… materia prima y controlar cualquier desmán por parte de los nativos. Sus acciones se auditan desde la metrópoli, donde la opinión pública exige respeto para los indígenas como nosotros nos preocupamos por el sufrimiento de civiles en Afganistán, Siria o Ucrania: a golpe de telediario. En este panorama, los irisinos se encuentran en plena revuelta mientras las fuerzas de ocupación se ven ineficaces a la hora de terminar con ella.
El conflicto se presenta a través de 5 relatos largos; cada uno centrado en un personaje diferente que nos aproxima a un aspecto complementario de la contienda. Cuatro de ellos tienen además claras conexiones y siguen su pequeña progresión argumental. Son la herramienta para profundizar en cuestiones íntimamente relacionadas con los fenómenos colonizadores y neocolonizadores de los últimos cinco siglos, a los que se ha añadido un profundo extrañamiento.
El trabajo de Paz Soldán no se limita a la mera yuxtaposición de elementos ya conocidos en un nuevo escenario sino que apuesta fuerte por la heterodoxia narrativa. Toda la historia se relata con un lenguaje en el cual se mezclan el español más o menos académico, un spanglish que parece la lengua propia de Iris y los neologismos inevitables para describir la flora y fauna del lugar, sus cultos religiosos, las drogas a las que se entregan los personajes… Un mestizaje fecundo, delirante y, a la postre, el gran handicap de Iris. No es extraño afrontar párrafos luchando por aprehender frases cuyo significado se desliza sobre tu umbral de comprensión. No es una sensación persistente si te dejas llevar por ese desconcierto propio de quien camina junto a personajes que pasan el 80% del tiempo bajo la influencia de sustancias psicotrópicas. Con la ganancia de una atmósfera asfixiante y un entorno exhuberante.
Cuando se escribe sobre Iris, parece inevitable mencionar otros títulos de ciencia ficción como posible fuente de influencias. El propio Paz Soldán ha participado en ese juego, tal y como muestra esta entrevista donde afirma que su atmósfera le debe algo a la Tailandia en permanente conflicto de La chica mecánica, o a la psicodélica Zona de Pícnic Extraterrestre. En esta reciente entrevista en El País reconocía sus concomitancias con Dune, aunque su enfoque sea antagónico. Iris no está contada desde el punto de vista de los líderes sino por aquellos que padecen lo peor de sus decisiones.
Como aportación personal, encuentro múltiples elementos en común con una de las novelas más celebradas de Robert Silverberg, y a la sazón una de las piezas más recordadas de la ciencia ficción postcolonial: Regreso a Belzagor. Supongo porque ésta, a su vez, tenía una evidente deuda con El corazón de las tinieblas; la célebre novela de Joseph Conrad sobre los horrores del colonialismo. En sus cimientos se encuentran temas como los límites entre civilización y barbarie y la esencia salvaje de la naturaleza humana, pero para mi resulta todavía más interesante cómo se explora a partir de ellos otro tema esencial en la ciencia ficción: la otredad. Una otredad alejada de su vertiente más insondable y ajena, más próxima al otro cognoscible; el “extraño” que deja de serlo cuando se derrumban las barreras socioculturales.
Para protagonizar la narración, Paz Soldán se ha decantado por los soldados que persiguen a la insurgencia, padecen sus atentados, consumen sus drogas, se pierden en sus burdeles o se sienten atraídos por sus dioses; una paramédico que los acompaña y vive esas situaciones desde otra perspectiva; y una funcionaria enviada para echar un vistazo detrás del telón del Mago de Saint Rei y documentar (o no) sus excesos. Carne de cañón que afronta su alienación desde un cóctel de actitudes que van del miedo al odio pasando por la incomprensión, la negación, la manipulación, la frustración o la huida. Una progresión de lo experimentado por los protagonistas de La guerra interminable de Joe Haldeman, otro libro importante en la génesis de Iris desde el momento que una cita suya abre la novela. Son varios los momentos en los que los personajes recuerdan, desprovistos de cualquier connotación heroica, a la base utilizada por Haldeman para su ópera prima: sus compañeros de armas en la guerra de Vietnam. Sin embargo hay otra razón para haberse decantado por estos protagonistas; desde su vulnerabilidad, son terreno aborando para la empatía con los nativos de Iris.
Como ocurría en la citada novela de Silverberg, en la cual los pecados del antiguo administrador planetario se expiaban gracias a su comunión con los nativos del planeta, aquí la paz llega con la apertura al otro y el mestizaje. Pero un mestizaje más minucioso y delirante, que acude a facetas más variadas que abarcan de lo material a lo espiritual, esquivando el hipismo extremo del desenlace de Regreso a Belzagor. Quizás por eso el relato más insatisfactorio del quinteto sea el del único nativo, Orlowen, el líder de la revuelta. Una concesión al otro bando del conflicto, necesario para sellar algunas de las cuestiones abiertas pero prácticamente fuera de la continuidad de las otras historias.
Estamos, pues, ante una elaborada propuesta de literatura prospectiva. Una novela densa y profundamente militante que lleva al lector hasta límites incómodos y exige cierta complicidad para soslayar sus facetas más excesivas. Además, nos llega con una envoltura atractiva que no trata de enmascarar su corazón de ciencia ficción. Todo un acierto por parte de Alfaguara.
Iris (Alfaguara, 2014)
Rústica. 376 pp. 18.50 €
Ficha en La web de la editorial
Muy buena reseña, gracias.
Muchas gracias a ti por leerla 🙂