¿Qué tienen en común el manual de seguridad de una retroexcavadora y La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin? La argentina Samanta Schweblin utiliza extractos de ambos textos como citas introductorias a su Kentukis (Literatura Random House), y eso dice mucho acerca de las tripas de la novela. Por un lado (“Antes de encender el dispositivo, verifique que todos los hombres estén resguardados de sus partes peligrosas”) nos habla sobre el aparato bruto, desnudo. La tecnología es neutra, impersonal y fría; puede resultar útil, pero también peligrosa, dependiendo del uso que le demos. Por otro (“¿Nos contará usted de los otros mundos allá entre las estrellas, de los otros hombres, de las otras vidas?”), nos evoca la curiosidad innata del ser humano, el romanticismo, la pátina de fascinación con la que a menudo revestimos las vidas de aquellos a los que no conocemos. Y esta dualidad es precisamente el eje central de Kentukis.
Los “kentukis” del título son unos dispositivos con forma de muñeco, controlados a distancia por un usuario, que hacen furor en todo el mundo. Una persona puede escoger entre comprar un “kentuki” para tenerlo en casa a modo de animal de compañía o adquirir un código que le permitirá controlar a un “kentuki” vía online. La conexión se realiza al azar en el momento en el que un muñeco y un código son activados, por lo que ni amo ni mascota tienen posibilidad de saber de antemano a quién se encontrarán al otro lado.
La obra es una novela coral y narra la experiencia de una decena de personajes —unos manejan “kentukis”, otros los han metido en su casa— en torno a estos dispositivos. La historia de algunos de ellos (una peruana ingenua y maternal, la esposa de un artista en México, un italiano recién divorciado, un croata con ojo para los negocios y un niño guatemalteco) se irá desarrollando a lo largo de toda la novela, mientras que otros aparecen únicamente de forma fugaz, en capítulos que constituyen en sí mismos relatos cortos y autoconclusivos. Además de permitir al lector experimentar el impacto de los “kentukis” desde multitud de perspectivas diferentes, la estructura utilizada por Schweblin hace que sus personajes queden en cierto modo disueltos en las páginas de la novela, perdidos, del mismo modo que el perfil de una persona acaba diluyéndose en ese océano de identidades que son las redes sociales.
Un vistazo rápido al argumento basta para comprender que Kentukis es una metáfora bastante obvia de las nuevas formas de relacionarse que han surgido en la era Internet. Al contrario que la primera novela de la autora —esa fábula ecologista oscura, angustiosa y pegajosa, llamada Distancia de rescate—, su segunda obra larga es transparente y directa, aunque esto no la hace menos brillante que su antecesora. El mensaje de Kentukis trasciende su propio guión (las historias de amistad, amor, traición, soledad o descubrimiento que se suceden a lo largo de sus páginas) para revelarle al lector las profundas contradicciones que forman parte de la esencia del ser humano. Y aunque Instagram, Twitter o Tinder no son kentukis, los patrones de comportamiento de sus usuarios son a menudo los mismos: voyerismo y exhibicionismo, la proyección de fantasías en personas a las que apenas conocemos y en quienes volcamos nuestras esperanzas, la necesidad de conectar con los demás, nuestra tendencia a comportarnos de una u otra manera dependiendo de si tenemos o no garantizado el anonimato.
Schweblin, sin embargo, se mantiene alejada de todo dogmatismo. Ni demoniza las redes sociales ni concluye que su utilización tenga que conducir necesariamente a la deshumanización de las relaciones personales. Los “kentukis”, como la máquina retroexcavadora de la cita inicial, no son más que un instrumento que la autora utiliza para poner de manifiesto nuestra vulnerabilidad… y también nuestras fortalezas. Porque la novela está salpicada de pequeñas mezquindades, comportamientos espurios, sucedáneos y adicción; pero también de bondad, amabilidad, pulverización de barreras y altruismo. Y la misma máquina que te puede meter a un pederasta en casa, convertirte en víctima de una extorsión o amargarte la existencia puede también disipar tu soledad, salvarte la vida o permitirte experimentar la nieve por primera vez.
La autora obliga al lector a incorporarse a las masas de mirones y exhibicionistas, a embriagarse de la emoción que supone no saber quién es la persona que lo mira a través de los ojos del muñeco de plástico, a regocijarse con la sensación de impunidad que le da el anonimato. Los narradores múltiples le aportan una perspectiva global que le permite identificar la conmovedora cortedad de mira de los personajes, en la que no es difícil reconocerse: la ligereza con la que juzgan a los demás por errores que ellos mismos cometen, su inagotable capacidad de autoengaño, su necesidad de evasión, el entusiasmo con el que abrazan ese espejismo que les ofrece la red: Internet como sustituto de una vida que no les satisface.
Conmovedora, desgarradora, impactante, entretenida y absorbente, Kentukis es una de esas novelas que se te quedan dentro una vez terminada. Maravillosa.
Kentukis (Literatura Random House, 2018)
Rústica. 224 pp. 17.90 €
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