Ocho quilates I: 1983-1986, de Jaume Esteve Gutiérrez

Ocho QuilatesLa fiebre nostálgica en la que nos refozilamos los que andamos sobre los 40 parece inagotable. Una generación criada alrededor de la marca “los 80”, un punto de encuentro tan reivindicable o bochornoso como cualquier otra década, cuya cultura popular se exhibe a través de Papel y plástico, la fiebre Yo fui a la EGB… Entre tanto cine, juguete, canción pop, gloria sepulcral y serie de televisión, hay un producto que tiende a pasar desapercibido aun cuando fue una de sus manifestaciones más idiosincrásicas. De hecho su aparición vino de la mano de un tótem ahora tan arraigado como la informática del hogar. Me refiero a los videojuegos, un sector tecnológico que en España despegó en parte gracias a un limitado número de compañías nacionales durante los años 80. A pequeña escala y con sus propias características, un deformado reflejo de los orígenes de las grandes marcas de hardware y software estadounidenses.

Si se hace una comparación al detalle, el símil yerra por seis o siete órdenes de magnitud. Sin embargo, algo hay del empresario hecho a sí mismo en aquellos grupos de chavales trabajando en el salón de sus casas o en una oficina puesta por el emprendedor de turno. Jóvenes en la Universidad o, incluso, el Instituto, con un Spectrum regalado por un tío con posibilidades, programando de manera casi autodidacta y progresando juego a juego mientras creaban una industria y descubrían a golpes conceptos como logística, distribución o requisitos legales y sufrían en sus carnes los primeros desengaños. Ocho quilates es un tributo a aquellos años. Una década que, desde una perspectiva actual, parece una deliciosa anomalía anacrónica.

Este primer volumen cuenta los eventos más relevantes ocurridos entre 1983 y 1986 para los programadores detrás de Dinamic, Opera y Made In Spain, y los gestores de dos distribuidoras: Indescomp y Erbe. A través de entrevistas con los programadores y empresarios, Jaume Esteve Gutiérrez aborda La Crónica del nacimiento del mundo profesional de los 8 bits en España. Detrás de su relato hay un sólido trabajo de documentación, con múltiples citas a las escasas revistas de la época y abundante material gráfico. Todo ello ayuda a dar relieve a los hechos y, por ejemplo, permite apreciar mejor el paso de un entorno amateur a uno completamente profesional, o suplir lagunas en la memoria de los entrevistados caso de algunos proyectos aparcados durante la fase de desarrollo. Es desde esta perspectiva desde la cual Ocho Quilates postula su relevancia. Conocía blogs, páginas y artículos en prensa que reivindicaban estos iconos de nuestra cultura popular, pero esta es la primera obra que sistematiza toda esa información alrededor de una historia, con su planteamiento, su desarrollo, sus clímax y, supongo en el siguiente volumen, su etapa crepuscular. Por este motivo me duele su factura tremendamente amateur.

La introducción de Juan Carlos Caballero ya da una idea del perfil de Ocho quilates, al nivel de un blog personal, autoconsciente y sin voluntad de ser otra cosa. Estilo coloquial, frases hechas de lo más vulgares, ideas fluyendo sin demasiado control… Pero nada comparable al pequeño desastre en la estructura de cada capítulo. Supongo que por mantenerse fiel a las múltiples entrevistas, la voz del relato la llevan las declaraciones de los protagonistas. Así, los primeros capítulos repiten el esquema a seguir en todo el libro. Jaume Esteve Gutiérrez comenta cómo se encuentra con cada uno, los describe someramente y utiliza la cita como vehículo para hacer fluir la información. Un planteamiento que podría haber funcionado si no fuera por su mediocre ejecución.

El autor se hace demasiado visible en su relato y tampoco ha corregido las expresiones de los entrevistados. En demasiadas ocasiones se reiteran las mismas ideas repetidas una y otra vez, bien por los protagonistas durante sus parlamentos, bien por él a la hora de esclarecer ciertos detalles. Cuando ocurre al comienzo de un capítulo es hasta comprensible (a ratos Ocho quilates parece un blog reconvertido en libro). Cuando sucede entre dos párrafos casi consecutivos a mitad de un capítulo, carga.

Volvemos a estar ante un ejemplo de la escasa importancia dada a las labores del editor o del corrector, un defecto no solo achacable al entorno aficionado. Si eres Tom Wolfe, Bruce Sterling o Javier Cercas, supongo que esta figura no es del todo necesaria. Pero si no lo eres, quizás necesites alguien con criterio, a ser posible fuera del círculo de colegas, que eche una mano con el andamiaje o a repasar sus taras más allá de poner unas simples tildes o comprobar la concordancia entre el sujeto y el verbo. Ocho quilates necesitaba una reescritura importante para llegar a ser recomendable a los legos en la materia. Tal y como se encuentra ahora mismo a la venta, me temo solo es aceptable por los forofos de los 8 bits; antiguos consumidores de aquellos programas con ganas de saber más sobre su procedencia. Una pena porque, por el momento, pasa por ser el único testimonio impreso de un aspecto cultural determinante de la historia reciente de nuestro país, en creciente peligro de terminar inexplorado.

Ocho quilates (Star-T Magazine Books, 2012)
ebook. 251 pp. 3 €
Ficha en La web de la editorial

Nota: A falta de leer la conclusión, echo en falta algún detalle más de las zonas oscuras de la historia. Pero es una ausencia que tampoco molesta en este ejercicio de la más esencial mitomanía.

4 comentarios en “Ocho quilates I: 1983-1986, de Jaume Esteve Gutiérrez

  1. Pues totalmente de acuerdo, la historia de como nació una industria desde los dormitorios de unos chavales es muy interesante, pero está muy mal contada. Yo, por supuesto, me lo pasé bien pero por lo que dices, porque YO LO VIVÍ. Pero en el fondo da rabia porque estás todo el rato pensando en la oportunidad perdida.

    El segundo volumen mejora muchísimo en este aspecto, no dejes de leerlo. Yo espero que algún día Esteve publique una edición actualizada y corregida de ambos y quede como la historia definitiva de aquella época. De momento hay que conformarse con material disperso, los artículos sobre el tema de la excelente edición española de la revista Retrogamer y los miles de sitios de internet dedicados al retrogaming. Y algún podcast, como las entrevistas de Mundo del Spectrum a famosos programadores y gente del negocio, tanto extranjeros como españoles.

    • Pues si está mejor, también habrá que leerlo. Tengo grandes recuerdos de aquella etapa crepuscular, con los 8 bits resistiendo en España cuando en el resto de Europa los 16 bits se los habían llevado por delante. Aunque en mi caso, como poseedor de un MSX, mis mejores recuerdos son de aquellos cartuchos de Konami importados por diferentes distribuidores, pagados a precios exagerados para la época (después, hasta por debajo del estándar de las consolas), que realmente sacaban todo el partido a la máquina. Némesis I, II y III, Maze of Galious, F1 Spirit, Goonies… Lástima que no fuera un MSX 2. Me quedé con ganas de echar unas partidas al Castlevania o al primer Metal Gear.

      Siento curiosidad por cómo será Obsequium, el libro coordinado por Esteve sobre La Abadía del Crimen. Un juego del que fui incapaz de pasar la quinta noche (maldito laberinto), y que me mantuvo fascinado hasta el año 92 o 93, cuando el ordenata pasó a mejor vida. Supongo que haber sido fan total también de El nombre de la rosa tuvo lo suyo.

  2. Yo a la zona crepuscular no llegué, creo que me bajé sobre el 87-88, en el que las hormonas y las chicas me cegaron completamente, así que me perdí los mejores juegos, jajaja, precisamente uno de los últimos a los que jugué fue La abadía del crimen (seguro que cae el libro). Tuve el cacharro desde el 83 u 84, me emperré con el Spectrum por las mismas razones que triunfó el VHS, era el más barato y lo tenía todo el mundo, los ingleses flipaban con su éxito en España. Los primeros juegos a los que jugué los picaba en BASIC en aquellas teclas de goma horribles, copiándolos de las revistas, poco sabía entonces que me iba a hartar de grabar datos durante mi vida.

    Luego regresé con el Amiga 500, que tenía unos juegos maravillosos y finalmente pasé al PC, yo no llegué a las consolas hasta muy tarde, me pillé una PS2 al final casi de su vida porque me flipé muchísimo con el Guitar Hero, que me permitía una de mis frustraciones; poder simular tocar un instrumento sin esas paridas absurdas del esfuerzo y la constancia. Y con la tontería he acabado con unas cuantas consolas por casa.

    Me acuerdo perfectamente de MSX, primero porque eran unos maquinones que hacían palidecer al pobre Spectrum, recuerdo un Sony con minijoystick que me parecía como del futuro. Y luego por eso que dices, que teníais a Konami, que era una compañía que me obsesionaba desde que rondaba los billares de cani. Mis máquinas favoritas eran las de la compañía japonesa (con perdón de Capcom); Time Pilot, Track and Field, Hypersports, el Green Beret, o mi favorito, el Yie Ar Kung Fu. Menos mal que en Spectrum las adaptaciones de Konami las hacía Imagine, que se las encargaba a quienes ahora son leyendas del Speccy como David Thorpe o Jonathan Smith.

    Lo de los precios es para hablar durante horas, en Spectrum, antes de la famosa bajada, soltabas dos mil quinientas pesetas, recuerdo al principio del PC que el precio solía irse desde las siete mil hasta las diez mil o doce mil pesetas. El otro día me pillé cinco juegos en la Humble Store por veinte euros. Por otro lado, el precio de la energía, la vivienda o la comida se han incrementado miles de gritones por ciento.

    Uf, como se me van los dedos con éste tema, sorry. Ahora que caigo, tú eres un hombre Microsoft en videojuegos; MSX, la primera Xbox…, sólo te falta una Dreamcast, porque Xbox360 seguro que tienes.

    • Pedazo profile sobre mi estás haciendo :S No había caído en esa relación. Tiemblo de pensar las conclusiones a las que habrá llegado la NSA…

      Sin desmerecer lo que se hizo después del 88, gráficamente sacando todo el partido a unas máquinas que ya no guardaban secretos, hay una serie de juegos aparecidos entre los años 85 y 88 que llevaron la programación a su cenit (La abadía del crimen aparte). Personalmente, fui muy fan de juegos “isométricos” como Knight Lore o Batman, hasta el punto de que en el 91 o 92 todavía jugaba con ellos. Por aquella época tenía dos costumbres cuando terminaba el curso: leerme una vez más ESDLA y dedicar una mañana a terminar el Head over Heels. Una vez hecho, le daba bastante al Maze of Galious, pero como ese tenía códigos para guardar la partida, no requería tanta dedicación.

      Antes de cumplir lo 18, entré en la uni y convencí a mis padres de que necesitaba un nuevo ordenador, esta vez para trabajar. Me pillaron un 286 y, bueno, descubrí el Civilization. Sobra decir que no le saqué el partido que le sacó Iain Banks.

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