El Man Booker Prize es el premio literario más importante concedido en Gran Bretaña. En 2008, con motivo de su cuarenta aniversario, se realizó una votación popular para elegir la mejor novela galardonada hasta entonces. La elegida fue Hijos de la medianoche. Supongo que aparte de por su calidad, ayudó la guillotina que se cierne en forma de fatwa sobre Salman Rushdie. Mi habitual pereza ante los tochacos me han mantenido a una distancia prudencial de ella. Sin embargo, a finales del año pasado Rushdie publicó Dos años, ocho meses y veintiocho noches, una novela de una extensión más moderada en la cual retoma sus temas habituales. Tras leerla me queda la sensación de que debería haber respetado el canon en vez de dar una oportunidad a una obra que no pasará a formar parte de él. Ni por aproximación.
Dos años, ocho meses y veintiocho noches (las proverbiales 1001 noches) es en su envoltorio una puesta al día de los mitos árabes. Rushdie los utiliza para modelar una muy personal mitología superheroica, a partir de un grupo de inadaptados que padecen encuentros con lo insólito: un jardinero cuyos pies dejan de tocar un suelo que, milímetro a milímetro, día a día se aleja de él; un tipo condenado a enamorarse de toda mujer con la que se cruza; un dibujante de cómic amedrentado por uno de sus personajes; un bebé con la capacidad de hacer visible todo tipo de corrupción… Un puñado de relatos personales más o menos interconectados construidos desde el mestizaje cultural y social; narraciones enredadas y un tanto desnortadas que ponen sobre la palestra pequeños dramas cotidianos, historias de amor y desamor, belleza y miseria, con un atractivo punto de extrañeza del cual carecen las secuencias netamente mitológicas.
Esa otra mitad de Dos años, ochos meses y veintiocho noches atañe a los yinn; genios de naturaleza caprichosa cuyos mayores exponentes se fijan en nuestro mundo 800 años más tarde de que uno de ellos, la yinnia Dunia, viviera una idilio con Abū l-Walīd Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd; el filósofo conocido en nuestra tradición como Averroes. 1001 días de los cuales surgió una descendencia condenada a sufrir los enemigos de su madre en una contienda que se apodera de la narración. Es esta parte, centrada sobre todo en Peristán, el mundo de los sueños, sus usos, costumbres y la interacción con nuestra realidad, lo más cargante de un texto excesivamente pueril y, para más INRI, un soberano peñazo. Un sumidero que además engulle el elocuente subtexto de la novela.
En general, estamos ante una alegoría de las grandes cuestiones que afectan al mundo occidental. Una sociedad mestiza constituida por una miríada de gentes de cuyas desigualdades y flaquezas se aprovecha la sinrazón del fanatismo. Seres confusos atrapados en el fuego cruzado entre unas entidades estúpidas, insensibles al sufrimiento que causan, y otra para la cual terminan siendo meras herramientas para lograr sus fines.
Sin duda abre el libro el mejor capítulo, “Los hijos de Ibn Rush”, una historia polisémica caracterizada por el enfrentamiento entre las ideas de Al-Ghazali y Averroes. La batalla entre los defensores de una lectura al pie de la letra de los textos sagrados y los que acercan a la belleza del mundo mediante la filosofía o las artes; la diatriba entre el miedo como herramienta de control y la tolerancia y el libre albedrío, el eje vertebrador tanto de Dos años, ochos meses y veintiocho noches como el estandarte de Rushdie desde hace más de un cuarto de siglo.
De ahí mi fastidio tras la falta de interés de Rushdie a la hora de imponerse una estructura más férrea. A medida que se suceden las páginas, la novela se revela como una secuencia de sucesos sin apenas mordiente que, lejos de realimentarse, se devoran entre sí. Una fantasía insulsa que aun estando escrita con un lenguaje hermoso, repleto de dobles sentidos y una cadencia muy especial, donde se aprecia la excelente labor de su traductor Javier Calvo, jamás llega a despegar. Sobre temas muy parecidos, y con la misma profundidad, funciona mejor El señor de la luz de Roger Zelazny. Otra historia de superhéroes construida a partir de la mitología hindú, menos virtuosa en su redacción pero mucho menos infantil en su concepción y con una estructura bastante más sólida. No hay color.
Dos años, ocho meses y veintiocho días, de Salman Rushdie (Seix Barral, Col. Biblioteca Formentor, 2015)
Two Years, Eight Months and Twenty-Eight Nights (2015)
Trad. Javier Calvo
400 pp. Tapa Blanda. 21,50€