Cuando uno va a una librería especializada y pregunta por novelas canónicas de fantasía anteriores a El Señor de los Anillos, las respuestas suelen ser las mismas que muchos autores de renombre que han corrido mejor suerte y disponen de mejor salud en librerías más generales. Los más conocedores remitirán a los cuentos de Lord Dunsany, uno de los favoritos de Lovecraft. Otros, a Entrebrumas de Hope Mirrlees, novela de cabecera de Neil Gaiman. Y pocos, pero irreductibles, dirigirán su mirada a James Branch Cabell.
James Branch Cabell, quien fuera uno de los escritores favoritos de nada más y nada menos que Robert A. Heinlein, es toda una rara avis. Proveniente de una familia aristocrática, no escribió fantasía de manera circunstancial, sino que fue algo vocacional y ya antes de llagar a los veinte años mostró sus deseos de encomendarse a este género; en aquel momento un territorio inexplorado en el cual podría hacer todo tipo de experimentos literarios, algo que no desaprovechó. Gran muestra de ello es Jurgen, novela que le sobrevivió –lo cual, profetizó con mucha razón–, y la más representativa de su estilo.
Que podamos disfrutar hoy de Jurgen se lo debemos agradecer sobre todo a las asociaciones conservadoras americanas de principios de s.XX. Gracias a su tesón por intentar conseguir que EE UU sea un país sin pensamientos impuros, Jurgen fue todo un éxito de ventas. La novela fue calificada de obscena e intentaron prohibir su venta por un chiste –buenísimo, he de decir– a costa de la infalibilidad del Papa. El juicio no pudieron ganarlo y Jurgen fue un auténtico bestseller, llevando a Cabell a un estrellato efímero que se disiparía, años después, con la llegada de una literatura más realista y más apta para los tiempos que corrían… Pero eso es otra historia.
La verdad es que la premisa de la que parte Jurgen puede parecer estúpida en su comienzo, pero al final todo cobra sentido y no podemos hacer nada más que postrarnos ante el ingenio de su autor. Jurgen es un hombre de mediana edad, poeta en sus años mozos, que lleva una vida normal: se dedica a su trabajo, tiene a una mujer con mucho carácter que le grita cuando no para por casa… el tipo de vida sedentaria y sin sobresaltos de toda persona de clase media. De todos modos, no por llevar este ritmo de vida es un infeliz, sino todo lo contrario: es un tipo que siempre queda bien con todo el mundo, tratando hasta al mismísimo diablo con amabilidad. Lo cual, le termina beneficiando. Es, en cierto modo, un trasunto del héroe de los cuentos populares, ése que más que por la fuerza se vale de la maña para salirse con la suya. En fin, un listillo, o un tipo extremadamente listo, como él mismo se autodefine. Pero un día se arma la marimorena y su vida se queda patas arriba.
Su mujer desaparece de repente, lo único que se oyen son rumores de que se la ha visto vagando por las colinas. La sigue su hermano pero llega a un sitio donde ya no se atreve a seguirla más. Su hermana mayor hace lo mismo con un resultado similar. Al final, ambos convencen al vago y despreocupado Jurgen para que la siga –porque tiene que demostrar su virilidad–, cosa que hace y mientras va tras su mujer comienza un periplo que ni Gulliver y Ulises juntos: Jurgen con sus tretas se encarga de matar monstruos; conseguir un camisote de mallas digna de duques, príncipes, reyes y emperadores; recuperar su juventud y quedarse «gracias al impresionante tamaño de su espada o de su báculo» con la chica. Mejor dicho, con las muchas, muchas chicas –desde Ginebra, hasta Helena de Troya, pasando por la Dama del Lago quedan encandiladas por el increíble tamaño de su espada–. Todo esto cargado de muchas escenas de erotismo o no erotismo –según la mente depravada del lector– escritas de manera muy ingeniosa. Tanto, que un chaval podría leer Jurgen y no percibir atisbo de erotismo por ningún lado, sino diálogos inocentes –muy inocentes–. Picaresca con abundancia de dobles sentidos, ese es el espíritu de la novela.
Y mientras Jurgen recorre todo el universo diseñado por Cabell, aprovecha para diseccionar la sociedad de la época, repartiendo a diestro y siniestro con críticas de rabiosa actualidad que impresionan por la fecha en que se escribieron –son muchas las veces que uno tiene que mirar la fecha de la primera edición, 1919, para asegurarse de estar leyendo un clásico. Y si no, atentos al trozo en el que Jurgen explica cómo funciona una democracia–, llena de referencias a mitos que van desde los eslavos hasta los persas pasando por los artúricos –todo ello muy bien documentado–, con situaciones que, si bien consiguen que sueltes una carcajada, están arremetiendo directamente contra una parte de la sociedad a la que pertenecemos, produciendo una risa intranquila, aquella que cuando paras no puedes sino pensar «olé los suyos».
Quizá lo más curioso de todo es que Cabell era totalmente consciente de qué es lo que estaba escribiendo, y que probablemente serían pocos los que llegarían a hacer algo como Jurgen. Tal es la soberbia del autor que incluso hay pasajes en el libro que, teniendo como excusa el velo del personaje enfrentándose a una situación adversa, hablan de la propia situación de la obra dentro de la literatura, y Cabell es perfectamente consciente de que le iba a sobrevivir y al mismo tiempo le iba a hacer grande.
Jurgen es una novela que si bien no puedes dejar mientras te adentras por sus páginas, disfrutas más de ella en el momento en el que cierras el libro y lo dejas en la mesilla. No tiene batallas épicas en las que pueblos enteros claman por que el héroe venza al dragón; no tiene el desarrollo psicológico de los personajes de las novelas de hoy en día, y las situaciones no se resuelven de manera que uno no puede despegarse del sillón –Jurgen sencillamente se sale con la suya–. Sin embargo emana un aire desenfadado, posee la cualidad de haberse escrito en el que uno podía ser todo lo políticamente incorrecto que se quisiera, y además contiene la crudeza de la fantasía de los pioneros que se perdió después con la fantasía «bonita» de Tolkien y de C.S. Lewis que iba a llegar después. En Jurgen, la fantasía tal y como la conocemos hoy es lo de menos, una mera excusa para la inmensa carga que lleva detrás; el ingenio de Cabell para hacer una auténtica oda al idealismo mientras arremete contra nuestra sociedad, que está llena de absurdos y no tiene por dónde sostenerse… Pero todo ello sin olvidar el humor, sus dosis de erotismo y la sensación de estar leyendo a un escritor de fantasía sin parangón.
Se puede encontrar en formato electrónico con ilustraciones aquí.
Y está publicado en castellano por la editorial Laertes. Más información, aquí.
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