Estación de tránsito, de Clifford D. Simak

Estación de tránsitoRecapitulemos todos los temas de ciencia ficción que aparecen en esta novela, que transcurre íntegramente en una cabaña y sus alrededores en un área despoblada de Wisconsin.

  • Sociedades galácticas
  • Temor al apocalipsis nuclear
  • Realidad virtual
  • Relación con extraterrestres
  • Inmortalidad
  • Ecología
  • Temor a la ciencia
  • Superpoderes
  • Cliodinámica
  • Teletransportación
  • Vida después de la muerte
  • Romance con IA
  • Encaje de la humanidad en el universo

Es magia, realmente. El tipo de magia que hacía antes la cf, y en sólo 206 páginas.

Cuando leí esta novela en mi adolescencia me gustó, pero no la coloqué en ese podio en el que para mí se fueron incorporando Las estrellas mi destino, Pórtico, Dune, Fundación, Tiempo desarticulado, Todos sobre Zanzíbar… Recuerdo que la colección Orbis de clásicos de la ciencia ficción la publicó como cuarto volumen; yo ya la había leído en Martínez Roca. Pensé que sin duda merecía estar entre las buenas, pero… ¿Después de El fin de la eternidad, 2001 y Tropas del espacio (que ya no me gustó entonces, pero la fama la tenía)? ¿Inmediatamente antes que Mundo anillo, El sol desnudo o Fahrenheit 451? Me pareció un reconocimiento desmedido.

No la había vuelto a releer hasta ahora y, como resulta obvio, me envaino mi opinión de hace 35 años sin pudor. Pero mucho, a fondo. Novelón, obra sensible, medida, exquisita, imaginativa, mutifacética, entrañable. Podría seguir, tengo mucho adjetivo acumulado y varios diccionarios de sinónimos por si quisiera continuar, pero creo que ya se capta mi idea.

De la lista que he puesto más arriba, sólo me parecen al mismo nivel con certeza El fin de la eternidad, 2001 (sí, soy muy fan de la novela también) y Fahrenheit. No El sol desnudo, que está bien pero en otro peldaño, ni Tropas del espacio, que tiene defectos más allá de los problemas ideológicos. Ambas las he releído, hablo con alguna seguridad. No puedo ser contundente en el caso de Mundo anillo, que me dejó realmente ojiplático entonces, pero me da perecita volver a visitar ante el temor de que en ese caso sí sea libro más polvoriento que clásico, como ya me ha pasado en unas cuantas ocasiones.

Estación de tránsitoIntuyo, de todas formas, que en parte mi juicio de entonces sobre Estación de tránsito, que fue positivo pero no entusiasta, procede de una falta de perspectiva juvenil. Yo era un repelente niño Vicente tirando a concienzudo, y cuando me convertí en un flipado de la cf que no leyó otra cosa que unas 400 novelas del género en cuatro o cinco años, lo hice de manera ordenada y juiciosa. Me leí antes que nada las que según las referencias que encontré IMPORTABAN REALMENTE, y las de autores que me habían gustado en las antologías y revistas que acumulaba. Es decir, debería buscar mis diarios de entonces, pero pudiera ser que el mismo año en que leí Estación de tránsito también me zampara Mercaderes del espacio, Los desposeídos, Regreso a Belzagor, Campo de concentración, Flores para Algernon, El hombre demolido, Los propios dioses, El cuento de la criada o El hombre en el castillo, vamos a poner por caso, novelas todas ellas que recuerdo haber leído por primera vez en ese periodo de monomanía cuasi alonosoquijaniana. Y claro, esta es una novela con menos fuegos de artificio, con menos castañazos para impactar a un lector por cuyos ojos desfilaban cotidianamente las más enérgicas y vibrantes visiones del futuro. Bueno, y algunas son igual de buenas o mejores.

(Contra lo que pudiera parecer, fue una adolescencia relativamente agradable, iluminada por estas lecturas. Incluso en lo de las chicas no tardó en ser bastante normal, por improbable que parezca desde la perspectiva de la era Incel. A cambio, creo que el hecho de que nunca haya adquirido el gusto por el alcohol procede de no haberme habituado en esa edad, al haber salido poquito y desganado por las noches, ya que me parecía mucho más aburrido que ponerme con cualquier Ballard que me faltara).

Estación de tránsito es como si estuviera esperando a que la releyera ahora. Como posiblemente Ciudad. Creo que voy a hacer caso a los artículos que nos regaló en esta misma página Mario Amadas, o a un comentario privado del buena amigo Juanma Santiago sobre Un anillo alrededor del sol, y volver a Simak para apreciar sutilezas, algo poco frecuente en la cf clásica.

(Nota mental: tampoco me pareció entonces para tantísimo Crónicas marcianas, y quizá fuera por motivos similares. Quizá toque).

Una vez resuelto por adelantado el tostón panegírico del libro, algo de información para quien pueda convencerse con estas líneas de ir, o volver, a acompañar a Enoch Wallace en su solitaria existencia en una granja aislada, sólo rota por la ocasional visita de su cartero y de un reguero imprevisible de extraterrestres de todo rango y condición. Porque un siglo antes del presente de la acción, que es el del 1963 en que fue publicada originalmente, Wallace fue escogido para cuidar, en un lugar lo suficientemente discreto, de un puesto de transbordo para viajeros interestelares, que cruzan los años luz teletransportados. Por allí pasa gente extrañísima pero, mayoritariamente, agradable. Le dejan regalos que conserva sin saber en la mayor parte de los casos para qué sirven.

De entrada hay un pequeño problemilla. Mientras Enoch está dentro de la cabaña, en la estación de tránsito, no pasa el tiempo para él. Sale una hora diaria a ver a su amigo el cartero y cuidar el huerto, pero eso es todo lo que ha envejecido desde hace un siglo. Y aunque ya sabemos que en Estados Unidos no son tradicionalmente de andar mirando papeles y meterse en las vidas de la gente, quieras que no un tipo que combatió en la guerra de Secesión pero parece tener menos de 40 años termina por llamar la atención de alguien.

Clifford D. SimakMientras la CIA le vigila en la convicción de que algo raro debe estar pasando, los problemas se acumulan en torno a Enoch: la hija de un vecino redneck, sordomuda y con fama de bruja, viene huyendo de los latigazos de su padre, que amenaza con organizar una turba linchadora y acabar con este vecino rarito; los cálculos prospectivos de Enoch, que con mucho tiempo libre y algo de información que le dan los extraterrestres se ha convertido en un erudito, le indican sin lugar a dudas que el mundo se aproxima al apocalipsis nuclear; y en lo que terminará por convertir la lluvia de problemas en chaparrón, se ha cometido una seria falta de etiqueta con los alienígenas que parece ser utilizada por un bando galáctico para, entre otras cosas, cerrar la estación.

La sencillez y brevedad de la novela impide más desarrollo de personajes que el del propio Enoch. Con los años, parece haberse deslizado a una cierta ataraxia basada en el disfrute de los placeres sencillos propio de los epicúreos. Le gusta pasear, gozar de la naturaleza, hablar con los amigos, soñar con un amor platónico imposible, aprender. Casi más que el fin de la humanidad, lo que uno teme como posible desenlace siniestro de la trama es que ese hombre deje de vivir tan a gusto, que es que alimenta el espíritu leerle haciendo sus cosas. Ya digo que obviamente esto uno lo valora más a mi edad que a la del Juliancito deiciseisañero, y por eso me resulta difícil concebir que pudiera ser reeditada en una colección juvenil (como sí podría ocurrir con mucho clásico menor de la época).

Es difícil que me extienda sobre el estilo, que se intuye eficaz y conmovedor, al haber cometido por mi parte la equivocación de haber pensado que la última edición en español, la de Minotauro en 2003, tenía una traducción correcta. En realidad es la que hiciera un J. Ribera (supongo que Antonio Ribera, el de los platillos) hace sesenta años para la primera Nebulae, con una corrección. Es decir, aunque no hay ninguna frase que no tenga sentido, son numerosas las que están construidas en un orden raro, o incluyen expresiones desconcertantes (¿calificar a un alienígena como «perillán»?). Con todo, se conserva por momentos el aroma, la autenticidad de Simak, como en esa inolvidable inscripción en la lápida de un alienígena que murió inesperadamente en la estación: «Aquí yace uno de una distante estrella, pero este suelo no le es ajeno, pues en la muerte pertenece al universo». Esa espiritualidad sencilla, panconfesional, impregna toda la novela de una forma dulce y nada invasiva.

El desenlace es parcialmente satisfactorio, pero sobre todo se ve realzado por algo magnífico. ¡No hay continuaciones! ¡Ya está todo lo importante contado, y añadir explicaciones sólo serviría para enturbiar el recuerdo, como pasa con Pórtico, Dune o la carrera de Cristiano Ronaldo!

Estación de tránsito, de Cliffard D. Simak (Minotauro, col. Kronos, 2003)
Way Station (1963)
Traducción: J. Ribera / Susana Rodríguez Vida
Rústica. 206pp.
Ficha en La tercera fundación

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