Las novelas de Star Trek

La noche de los Trekkies vivientesPor lo que sé, a día de hoy hay cerca de novecientas novelas de Star Trek. A primera vista, la idea misma de las novelas ‘tie-in’, o las que están vinculadas a un universo previo, ya establecido, con personajes y mundos ya creados, puede parecer un espanto profundo como opción lectora. Derivativo y coartado, es un fenómeno parecido, si no directamente idéntico, al que se enfrentó en su día –por poner un ejemplo– The Mandalorian. O, lucrativas, (todas) las precuelas. Te encaminas a un mundo anterior, bien definido, y eso condiciona las posibilidades de tu creatividad. O no. No lo sé. (Yo creo que hace las dos cosas a la vez: que limita y libera, como trataré de explicar un poco más adelante).

Es cierto que alguien que escriba una historia Star Trek, al menos en principio, no podrá tomarse grandes libertades, digamos, con las conocidas sinergias, con los jugosos tira y aflojas entre Spock y el Dr. McCoy, porque es una de las constantes de la serie, uno de esos identificativos que a los entusiastas les encanta reconocer (por el placer de reconocer y por el de sentirse parte, supongo, de una comunidad cerrada, algo ya bastante más objetable). Ya las conocemos y el público quiere (hasta podríamos decir que necesita), el confort de saber que sus personajes, tal como los conocemos en pantalla, estarán también en el libro. Pero a pesar de las inevitables limitaciones argumentales a que te constriñe el adentrarte en un mundo ajeno, la palabra puede llevar a nuestros personajes a lejanías multicolores, insospechadas en el despliegue televisivo.

Veamos.

Lo de las limitaciones lo digo sin estar plenamente convencido: yo creo que quien escriba una historia de Star Trek puede hacer lo que le dé la gana. Si quiere y sabe cómo, puede llevar el imaginario a un mundo cyberpunk, hacer que Kirk y Spock tengan, si así lo desea, un sonoro y muy explícito romance, o aparcar la Enterprise en doble fila para hacer que viajen en una nave esférica que petardee, rompiendo con alegría las leyes de la ciencia que no imperan en la novela, entre las estrellas del firmamento. Pero lo que quiero decir es muy sencillo: las constricciones te liberan. Te fuerzan a extremar tu imaginario, a acercarlo lo suficiente al mundo ya orquestado que la gente espera, y sin embargo y en la misma medida a adulterarlo lo suficiente como para hacerlo tuyo –cuando tienes personalidad creativa y estás para estos trotes, que quizá no– y ensanchar, así, el alcance de la serie para que no sea sólo eso sino tu visión de la serie.

¿Y por qué estas novelas? ¿Qué pasa con Star Trek?

El inextinto entusiasmo del público, la fidelidad a la serie y el cariño –que se traducía en convenciones sociales cuyo éxito perdura aún hoy, como sabemos– se enriqueció por la repetida, continuada emisión de los episodios en la tele después de que cerrasen el grifo de la producción. Como la gente tenía ganas de más, y dado que la serie animada de los años setenta –aunque a mí me gusta– no tocó las teclas adecuadas, la manera de llegar al público fue escribiendo historias de Star Trek. Nuevas aventuras de space opera con nuestra nave y nuestros personajes de siempre. Y como la palabra es más barata de producir que la imagen, y como el público estaba sediento de aventura y espacio sideral, encontraron el filón en estas novelas y en las novelizaciones concretas de algunos episodios.

World Without EndLos autores y autoras veían su voz autoral –y algo me dice que también las ramificaciones de su ego arborescente– descolorida por las exigencias del universo Star Trek al que se adherían (como explica Joe Haldeman en la nota final de World Without End, donde agradece la ayuda que le dieron algunos conocidos para no desviarse demasiado y mantener la historia coherente con el universo al que se asomaba, aunque también admite, generoso y ecuánime, que Gene Roddenberry le animó a tomarse todas las libertades creativas que quisiera, o sea que se puede decir algo a favor de cada cosa).

De todos modos, ver lo lejos que podían llevar el imaginario de la serie sobre la página en blanco en lugar de en pantalla, es –no sé si decirlo– un pequeño triunfo de la época. La página humilde frente a la tele de los empresarios y productores. Puede ser una tontería, pero veo –realmente veo– alguna tenue verdad en todo esto.

¿Y cuál es el valor de estos libros? Que lo decida quien quiera adentrarse en estas necesarias historias de Star Trek, pero, para mí, el valor está en lo bien contadas que están estas capsulas (de 150, 170 páginas), en lo entretenidas y fascinantes que son. También, sí, tienen sus capas de lectura, sus significados ocultos, y, en ocasiones, su voz autoral silueteada entre las páginas.

Por ejemplo, en la novela –una de las dos que escribió para la serie– de Joe Haldeman que he mencionado, se ve claramente su voz. Ves al autor que escribió La guerra interminable: cómo caen las ideas y las convicciones en ese mundo que dibuja; creías que estabas en un lugar por un motivo que nunca cuestionaste, y de repente ese motivo era mentira (como el que le llevó a él en su juventud a la guerra en Vietnam). O en The Starless World, de Gordon Eklund, que el imaginario vale lo que valen sagas enteras, y la duda se plantea como centro de la narración, es decir, la pregunta, la inquietud frente a la respuesta –que uno puede aceptar o no– es el eje sobre el que rota la historia. Aquí se da una ambición por escribir una buena novela sin caer en la autoindulgencia que te puede dar, unida tal vez a la pereza, el saber que el hambre y la gratitud del fan aceptarán cualquier cosa por ver a sus amigos otra vez en el espacio.

Estas historias ensanchan el imaginario de la serie, extienden sus logros. Cada historia es como una esfera, una historia que te encanta porque te retrotrae a ese momento en que descubriste la serie y todo era fascinación por la novedad multicolor que tenías, extendida, delante, y la podías disfrutar, como manda el tópico, casi como si fuera esa historia que escuchabas de noche alrededor de una hoguera con tus amigos en el camping (cómo son los tópicos, ¿no?… no conozco a nadie que haya cumplido con ése por muchas veces que lo hayamos podido oír mencionado por ahí).

Me recuerda a cuando Borges se pregunta, en su prólogo a Crónicas marcianas, qué tiene Bradbury para que sus historias le hayan llenado “de terror y de soledad”. Y cómo le hicieron revivir, en 1954, los “deleitables terrores” que en 1909 le despertaron las páginas de H. G. Wells. Algo así nos hace, a algo parecido nos retrotraen, estas atrevidas historias de ciencia ficción: nos preguntamos qué tienen estas novelas, más o menos condicionadas desde el principio, que tanto nos encantan.

Es el placer de que te cuenten algo que te gusta, una y otra vez, saber que tus amigos espaciales te esperan en imaginarios más extremados que lo visto en pantalla, y eso añade una capa de lectura más a las famosas capas de lectura que tanto se atribuyen, como marchamo de calidad, a las obras de la literatura canónica. (Cuando algo tiene muchas capas de lectura, es que es la rehostia, claro). Y esa capa de lectura también puede ser el hecho de que alguien se traslade desde su caluroso sobreático mediterráneo a un planeta lejano, que ese viaje esté bien hecho, con tripulaciones creíbles, hasta ser palabra impresa y viaje a la vez. Te da lo que quieres, lo que te esperas, y ese día estás contento, estás de buen humor por la lectura, por lo que te ha hecho ver y vivir, y eso tiene un impacto en ti, uno alegre y positivo que no deja de ser también un impacto social constructivo, edificante. Exacto, eso es. No es escapismo: es conocimiento.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.