Aunque hayan estado más en boga que nunca en esta década que el maldito 2020 no acaba de cerrar, el gusto de la ciencia ficción por las series no es, ni mucho menos, algo reciente. Baste recordar que al mismísimo Julio Verne le gustaba establecer relaciones entre novelas y dar continuidad a ciertos personajes en distintas narraciones. Desde el principio, prolongar las historias y los universos en los que estas tienen lugar fue una beneficiosa estrategia editorial alentada por el propio autor, que contaba con las ventajas de tener ya ganados a muchos de los posibles lectores y de ahorrarse desgaste imaginativo y trabajo de documentación en la creación de sus mundos ficticios. El problema con las series vino con el paso de los decenios y la progresiva escalada del fenómeno, que ha acabado culminando en este siglo, tanto en la cf como en otros géneros de la literatura, en un abuso del concepto, en un fructífero estiramiento del chicle que ha producido monstruos, leviatanes de miles de páginas repletas de reiteraciones y de paja. Donde antes valía con una novela de 300 páginas, ahora no bastan ni 1200. La literatura al peso, de la que hay algunas muestras en el pasado, es hoy mayoritaria, hasta el punto de que una novela suele no ser algo independiente, sino sólo el primer paso. Si echamos un ojo a los premios a mejor novela en los últimos años, los Hugo, Nebula, Locus, etc., encontraremos que la novela ganadora de Cixin es la serie de Cixin, la novela de Jemisin es la serie de Jemisin, la novela de Leckie es la serie de Leckie y así todo.
En realidad, lo que ha aumentado es el número, la cantidad de obras planificadas previamente como inicio de algo mayor. Quizás antes no ocurriera con tantas novelas (ahora casi nadie se plantea algo unitario), pero sí con muchos de los libros más populares del año. Llama la atención, dado el éxito que tienen y han tenido las series, que tanto los medios como los aficionados de la cf le hayan dedicado un interés significativamente menor a la hora de elaborar listas, esos populares tops de grandes éxitos y mejores obras que tanto gusta publicar y discutir a críticos y lectores. Creo que el motivo viene dado por el desinterés actual por el pasado. Dada la salvaje diferencia entre esta década y todo lo anterior, debido a esa brecha temporal que se ha abierto entre la cf actual y la añeja, casi mundos aparte, se hace difícil practicar el ejercicio necesario de evaluación para aplicar comparativas y adjudicar puestos. ¿Están las series citadas más arriba a la altura de Dunes, Fundaciones e Hyperiones? ¿Resistirán el paso del tiempo como estas? ¿Serán recordadas? Difícil saberlo. Muchas de las series que en su día tuvieron gran fama y seguimiento hoy están semienterradas. ¿Los titerotes, los cheela, los pajeños? ¿Les suenan estos nombres a los aficionados más jóvenes? No lo creo. Hay una serie en concreto que, seguramente, muy pocos habrán leído, y que dudo que obtuviera lugar en una lista corta de las mejores series de cf de todos los tiempos. Sin embargo, yo le guardo mucho cariño, el suficiente para desempolvarla.
El Ciclo del Centro Galáctico, serie de seis novelas escrita por Gregory Benford, es peculiar en varios sentidos. Uno es el largo tiempo transcurrido entre la apertura y el cierre del ciclo, que va de 1977 a 1996, y que es incluso mayor si contamos la fecha de aparición en revista de la primera parte del primer libro, nada menos que 1973. Alrededor de veinte años a lo largo de tres décadas, en las que, sin mostrar influencias de la moda imperante en cada decenio y a pesar de los libros publicados por Benford entre medias ajenos a la serie, no se aprecia evolución en cuanto al estilo o modos de abordaje. La regularidad estilística es tan extraña como lo es su naturaleza narrativa, que, merced a un salto temporal enorme y a un cambio de los personajes protagonistas, divide en dos el arco central del ciclo, dedicando un par de novelas a unos personajes, tres a otros y una última a todos juntos. La serie es eminentemente hard, de ciencia ficción dura tal como se conocía en los 80, y progresa de principio a fin uniendo diversas subtramas, siempre dentro de las dos historias principales. Cada novela es diferente, y sólo uno de los libros parece prescindible. El tema central es la lucha de la Humanidad por la supervivencia en una Vía Láctea dominada por las máquinas, un argumento que, si bien ha sido tratado en bastantes obras del género (lo primero que me viene a la mente es Akasa Puspa), pocas veces se ha hecho con la profundidad y prodigalidad con que se muestra en esta serie. Veamos los libros uno a uno.
Adelantando la diversidad estructural de la propia serie, el primer libro cuenta, como toda ella, con salto temporal y tramas aparentemente diferenciadas. A modo de fix up, reúne las distintas entregas publicadas previamente en la revista If, y hay que decir que el cosido se nota. En la primera parte, el astronauta Nigel Walmsley explora un cometa que se dirige a la Tierra, pero descubre que es otra cosa y decide contravenir las órdenes. Es quizás la parte más interesante de la novela, ciencia ficción con suspense que, pura anécdota personal, recordaría años después jugando a The Dig, la aventura gráfica de Lucasfilm de enorme parecido. Tras un salto de varios lustros, la narración entra de lleno en el drama humano, tratado con profusión y de forma un tanto morosa, hasta el punto de conformar la parte más gruesa de la historia. Las cuitas sentimentales del protagonista, inmerso en un triángulo emocional con tragedia incluida, son el telón de fondo sobre el que se despliegan los elementos de la trama. Mientras se enfrentan ciencia y religión, se suceden los acontecimientos: la llegada de otro artefacto espacial, el descubrimiento en la Tierra de una especie de bigfoots y, finalmente, el hallazgo de otra nave espacial oculta en la luna.
La naturaleza original, de cuentos unidos, se nota, y el manejo de Benford del drama personal de Walmsley es algo plúmbeo, pero la exploración del cometa, así como el suspense y el misterio que aportan los artefactos alienígenas, mantienen el interés lo suficiente como para querer seguir tirando del hilo y abrir el siguiente libro. No es la mejor presentación para una serie de media docena de volúmenes, pero tampoco la peor. La variedad de subtramas le resta unidad, pero le aporta, precisamente, variedad. Lo cósmico está bien planteado y la amenaza final a la Humanidad, o más bien a todo lo orgánico en la galaxia, intriga e invita a continuar. Un libro de primer contacto elusivo, intrigante a ratos y meramente correcto.
La segunda novela se desarrolla, como la propia serie, por dos caminos distintos, pero complementarios. Es una novela de exploración espacial y, a su vez, de invasión terrestre. En ella se desarrolla el viaje de la nave Lancer por los sistemas cercanos, situados a escasos años luz de la Tierra, mientras que en paralelo se informa de los acontecimientos que suceden en el planeta madre, cuyos océanos han sido invadidos por dos tipos de seres, los Espumeantes y los Pululantes. En el centro de ambas historias, Benford insiste en complicar la vida privada de su protagonista, Nigel Walmsley, ya entrado en años. Particularmente, creo que esta novela es mejor que la anterior, en parte porque es una obra más compacta y mejor estructurada, con un buen sentido del ritmo, y porque presenta la fascinación que ejerce lo posible, la aventura del primer viaje al vecindario del Sistema Solar en una suerte de astronáutica de futuro cercano.
La ciencia ficción a dos bandas que se desarrolla en sus páginas ofrece lo mejor de Benford, su capacidad para desplegar una literatura de ideas atractiva. Los detalles de navegación, del entorno y de la propia nave, así como la descripción de los alienígenas EM, proporcionan un buen disfrute para el devoto de la cf dura. A su vez, el relato de la invasión de los océanos terrestres genera un efecto de contrapunto, de referencia al desastre en el remoto hogar, que potencia la sensación de lejanía de la expedición espacial. El drama entre personajes sigue adoleciendo de una cierta pesantez, pero el componente genérico raya a buena altura. Especialmente tras las conclusiones finales, que dejan al lector a punto para iniciar el viaje hacia una galaxia enigmática y hostil, quizás dominada por máquinas que tratan de exterminar la vida orgánica.
Cuando el lector espera seguir al viejo protagonista al centro de la galaxia, abre las páginas del tercer volumen y se encuentra con algo totalmente distinto, sin ningún tipo de información al respecto. Las novelas de Nigel Walmsley dejan paso a las novelas de Killen Bishop, cuya relación con las anteriores parece ser ninguna. Si las primeras anuncian el argumento principal de la serie (los comienzos y el arco central), las segundas se presentan como novelas “externas”, ambientadas en el futuro lejano, en el universo al que se encaminaban las primeras pero sin conexión aparente. En Gran río del espacio, los restos de una Humanidad nómada transitan en un errar continuo, sin esperanza, en un planeta cuyos legítimos moradores son las máquinas inteligentes. Durante bastantes páginas, el presumible último reducto humano en la galaxia se dedica a escapar como puede de la misteriosa civilización mec.
Uno de los mayores logros de este tercer libro reside, precisamente, en la más sugerida que explicada descripción de esa civilización. Los humanos, cuyos conocimientos tecnológicos son heredados y proceden de la tradición, no del entendimiento, son una mera molestia para la sociedad de máquinas, a la que ni siquiera preocupan. La repentina aparición de un tipo de mec casi olvidado, el (y no “la”) Mantis, cuyo interés en los humanos sólo será descubierto al final de la novela, imprime acción y suspense en la trama. Otras presencias inorgánicas, los Aspectos, personalidades grabadas en soportes injertados en los cerebros humanos, adquieren tanta importancia que a veces parecen disputarse con ellos el protagonismo de la novela.
De nuevo, las ideas que Benford despliega bastan para mantener el interés por el contenido hasta el final, aunque en el otro extremo, la forma literaria, es obligado señalar el abuso de su sello de marca, el fárrago estilístico. Ya no hay culebrón, la ajenidad del mundo descrito y el despliegue hard lo ocupan todo, pero el estilo narrativo se hace excesivamente pesado en algunos tramos. Las descripciones de lugares y procesos son demasiado barrocas y complicadas, con una adjetivación que por momentos se torna más y más difícil de entender, hasta el punto de que a veces es imposible hacerse una idea mental de la imagen que el escritor quiere hacer ver. El libro destaca más por la originalidad del mundo que plantea que por cómo lo describe. Novela fresca, original, pero trabajosa por su escritura.
La cuarta entrega de la hexalogía es, para mi gusto, la de mayor calidad, la joya escondida en esta serie, una magnífica novela de ciencia ficción dura. Es buena como ente independiente, pero también porque funciona como colector del efecto de complementariedad que los tres volúmenes anteriores han ido produciendo. Al cierre de esta cuarta novela se tiene la sensación, al fin, de que algo grande, un collage enorme, comienza a tomar forma y sentido en la cabeza.
Siguiendo a la Familia Bishop, la novela narra las vicisitudes de Killeen y los suyos en un nuevo planeta. Allí habrán de combatir, junto con otros humanos gobernados por un megalómano, contra una nueva especie más poderosa que los mecs, que el lector conocerá como los cíbers o las podia. Reconocidos cíborgs, mitad orgánicos, mitad máquinas, estos seres que recuerdan a gigantescas arañas constituyen, con su comportamiento y su creíble organización social, una de las mejores aportaciones del ciclo. Para esta nueva especie, los componentes de la Familia no son más importantes que las moscas. Poseedores de una increíble tecnología capaz de “domar” cuerdas cósmicas con las que sangrar los distintos planetas por donde pasan, los cíbers pretenden desvelar el misterio que ata a los mecs con los múltiples cuásares de la galaxia, ignorantes, por otra parte, de la importancia secreta que los humanos tienen en el orden universal.
Con esta nueva aventura, la epopeya de los Bishop adquiere tintes colosales merced a la lucha constante contra la plétora de seres superiores que se les van poniendo por delante y a los que, uno por uno, van superando. La acción apenas decae y los elementos heredados de la novela anterior, principalmente los Aspectos, ayudan a dar más profundidad, si cabe, a los ya conocidos personajes. Los elementos hard, más abundantes en esta novela que en las anteriores, son de una magnitud gargantuesca. Cuerdas cósmicas, enormes inteligencias orgánicas, construcciones y maniobras orbitales que son puro sentido de la maravilla, caídas a través del eje planetario, tallos espaciales… Todo esta espectacularidad conceptual rinde al servicio de los elementos que nutren el arco de la serie, configurando un misterio cada vez mayor, con un apéndice final que arroja al lector en medio una intriga de escala cósmica en la que los humanos parecen imprescindibles.
En el debe, Benford sigue colando algunas descripciones farragosas a las que no hay manera de encontrar sentido literal. A veces es imposible imaginar espacialmente lo que quiere mostrar. En esta novela llega incluso a acompañar algunas acciones con dibujos, algo inusitado pero, dadas las descripciones, de agradecer. Aun así, esta novela representa, sin duda, el punto álgido del Ciclo del Centro Galáctico. Además de su calidad intrínseca, deja toda una batería de preguntas a contestar, el mejor modo de enganchar al lector para que continúe leyendo la serie.
En la quinta parte de la serie confluyen dos circunstancias que, por sí solas, serían capaces de condenar a cualquier novela de una serie al fracaso. Una es la gran calidad de la anterior, la otra es el inexplicable error de bulto del autor, que decide afrontar la entrega más exigida engordando un cuento corto. Durante páginas repletas de diálogos, algo inaudito en Benford, asistimos a la huida, siempre hacia el centro galáctico, de los Bishop, la miriapodia Quath y el resto de familias incorporadas en el anterior volumen, con los mecs pisándoles los talones. El protagonista no es en este caso el capitán Killeen Bishop, sino su hijo Toby, un adolescente que como tal no podrá evitar meterse en líos. Tras encontrar refugio en una improbabilidad física llamada esti, en la que conviven humanos supervivientes de distintas épocas y en la que el cambio de las leyes físicas es continuo por a la proximidad del gran agujero negro central de la Vía Láctea, el inocente Toby se verá perdido y más tarde perseguido por uno de los viejos enemigos de la familia, el mortal Mantis.
De nuevo tenemos una historia diferenciada en dos partes. En la primera, que recoge exclusivamente la huida del Argo, sorprende un Benford inédito, de estilo claro y ágil, lo que da como resultado una lectura rápida y cómoda, en la que influye decisivamente el hecho de que las novedades contenidas sean inexistentes, ya que no hay ninguna idea nueva en más de cien páginas. En la segunda parte, aparece por fin el autor para desplegar toda la suerte de virtudes y defectos que le caracterizan. El concepto del esti, siempre cambiante en su composición, está descrito con la complicada y farragosa manera de escribir que ya se ha padecido a ratos en volúmenes anteriores. Es tal la simbiosis entre el lugar en cuestión y la prosa que lo describe, que se llega a dudar sobre si lo extraño es el esti o el estilo.
El concepto de esta suerte de singularidad nace en un relato corto que Benford quiso aprovechar, intentando extenderlo, equivocadamente, para la ocasión. El problema es que esta idea no se basta por sí misma para sustentar, como el escritor pretende, una novela, ni siquiera de corta extensión, así que se nota de forma desmesurada que el ochenta por ciento de la obra no es más que insulso y vulgar relleno. La parte de la huida, compuesta por multitud de diálogos y breves descripciones; los mismos personajes, incluyendo algún enemigo resucitado; la persecución por el esti, con más de cien páginas mostrando lo mismo, y otras argucias de escritor veterano no tienen otra función que la de engordar el libro. Y es poco lo positivo. El acierto de permitirnos observar al capitán Killeen desde una perspectiva exterior, la primera aparición de las inteligencias mecánicas supremas y el reencuentro final con el viejo protagonista de las dos primeras novelas. El esti, concepto central del libro, podía haberse presentado en 20 páginas del anterior o del siguiente. Comparado, además, con la novela anterior, Abismo frenético queda como el peor volumen de la serie.
Navegante de la luminosa eternidad
Tras el fiasco de la anterior novela, ayuda saber que todo finaliza aquí, que no hay más viaje, que en este último volumen es donde se juntan todos los caminos. Benford unifica las dos líneas principales que han dado sustento a la serie durante casi veinte años y crea una obra coral, en la que los principales protagonistas de ambas líneas argumentales, la familia Bishop y el extemporáneo astronauta Nigel Walmsley, se reúnen para saldar cuentas con los terribles mecs y, de paso, otear el lejano futuro del universo. Este último volumen del ciclo transcurre por entero en esa anomalía espacio temporal llamada esti. Aquí puede apreciarse con mayor claridad esa especie de mundo río en continuo conflicto consigo mismo en el que Killeen y Toby, padre e hijo, lucharán con todas sus fuerzas por volver a reunirse, mientras que el anciano Walmsley logrará atisbar, al fin, los hilos que mueven los destinos del cosmos y conocer a los supremos titiriteros que los manejan.
En esta nueva muestra de la ciencia ficción más flagrantemente hard, el autor especula con la existencia de inteligencias fuera de escala y utiliza, como muchos otros autores en la década de los noventa, las teorías dawkinianas de los memes, situando a éstos ya no sólo como entidades superiores, sino también como un elemento más de la cadena alimenticia cósmica. El destino final de las luchas entre orgánicos y mecánicos se manifiesta como un simple movimiento casual en el inescrutable juego de los dioses. Como en toda la serie, la inquebrantable imaginación de Benford y las manías de estilo cohabitan a lo largo de los distintos capítulos, mezcladas aquí y allá con ecos literarios, episodios como el de la búsqueda de Toby río arriba a lo Mark Twain, o el del viaje de la familia Walmsley, en plan robinsones suizos. Benford sucumbe también a la tentación de repetir motivos previamente utilizados en otras de sus obras, en este caso con la aparición del mapache protagonista en Tras la caída de la noche, aquel engrudo que presumía ser continuación del maravilloso clásico de Arthur C. Clarke.
En cuanto a la conclusión del ciclo, el ingenioso final con el que se entona el adiós a esta monumental serie, bien merece la lectura de esta última novela. La respuesta bendforiana a ese virus informático solucionador de invasiones mecánicas que los libros y películas del siglo XXI han convertido en lugar común es sutil y elegante, distinta. Y para bien de la serie, hay que decir que nada improvisada. Navegante de la luminosa eternidad no es, sin duda, el mejor volumen del Ciclo del Centro Galáctico, pero aporta un final muy digno.
En definitiva, el Ciclo del Centro Galáctico es una serie de ciencia ficción dura trufada de ideas y conceptos atractivos, despierta el sentido de la maravilla en alguna que otra ocasión, cuenta con buenos personajes, subtramas de menor altura y un argumento bien desarrollado aunque peor narrado. El estilo de escritura bendforiano es, probablemente, junto con la cantidad de material sobrante, lo peor de esta larga serie. Los títulos de las novelas, todos de reminiscencias marinas, pueden servir de ejemplo y resumen de lo que guardan en su interior: algo pomposos, pero a su vez tremendamente evocadores, una construcción de significantes que no están a la altura del significado. Sin duda, este ciclo no es un clásico, pero tampoco debería ser olvidado.