Pasó mucho tiempo desde que Hija de Legbara llegara a mis manos hasta que me animé a hincarle el diente. Su autora, la jamaicana Nalo Hopkinson, ganó el premio John W. Campbell (ahora renombrado Astounding) a la mejor escritora novel en 1999, año de publicación original de la obra. La novela fue, además, galardonada con el Locus. Y, por si eso fuera poco, las (escasas) referencias que me habían llegado de ella eran buenas. Sin embargo, uno de mis muchos defectos es que tiendo a juzgar los libros por su portada. La de este en cuestión (los colores llamativos, la composición, esa gigantesca cara demoniaca flotando en el cielo con aspecto de estar a punto de ponerse a lanzar rayos por los ojos) gritaba “no me leas” a pleno pulmón, y eso que el autor de la ilustración, Juan Alberto Hernández, es responsable de varias de las cubiertas más potentes y sugestivas que he visto en los últimos años.
Otra cosa que tampoco me llamaba en absoluto la atención era el título. Me sorprendió comprobar después que el libro se llama originalmente en inglés Brown Girl in the Ring (como la canción de Boney M. que, si habéis escuchado alguna vez, oiréis en vuestra cabeza sin remedio a partir de este momento y durante lo que queda de día) y que Hija de Legbara es, de hecho, un pequeño destripe similar al que perpetraron los que decidieron comercializar en España Rose Mary’s Baby como La semilla del diablo.
Pero todo esto es peccata minuta. Si me estoy extendiendo tanto en el “envoltorio” de esta obra situada a caballo entre la ciencia ficción, la fantasía y el terror, es únicamente para evitar que aquellos que compartan mis gustos y prejuicios librescos dejen sin leer esta novela, como yo misma estuve a punto de hacer. Porque Hija de Legbara es una historia divertidísima y refrescante, bien rematada, con personajes sólidos (el mismísimo Junot Díaz alaba, en el blurb de la contraportada —y con razón— los personajes femeninos de Hopkinson) y una ambientación fascinante. Los diálogos están escritos de forma que reflejan la dicción caribeña de los personajes, lo que planteaba a la edición en español un reto añadido del que las traductoras (Arrate Hidalgo Sánchez y Maielis González Fernández) consiguen salir airosas: la lectura es muy fluida y los diálogos, en particular, son una delicia.
La acción transcurre en un futuro próximo en el que Toronto ha quedado aislada y abandonada a su suerte tras una debacle económica a la que siguieron sangrientas revueltas. Varios años después de los motines, el centro urbano de la ciudad se ha convertido en un microecosistema de aires postapocalípticos controlado por la posse, la mafia jamaicana. Antiguos profesores universitarios venden carne de ardillas y palomas en puestos ambulantes, los parques públicos han sido reciclados como huertos e invernaderos y el sistema de trueque está a la orden del día. Esta ciudad sin ley es el estanque en el que un hospital de trasplantes, el Ángel de la Misericordia, intentará pescar un corazón humano para la primera ministra canadiense, que se opone a recibir uno procedente del Programa de Recolección de Órganos Porcinos alegando motivos éticos. Y, para ello, el hospital contratará la ayuda de Rudy, el jefe de la posse, que debe todo su poder a los servicios de un dupi, un espíritu que mantiene encerrado en una tinaja.
La búsqueda del órgano para la primera ministra es el motor de una trama en la que se ven involucrados Ti-Jeanne, una joven madre atormentada por inquietantes visiones; su abuela, Gros-Jeanne, una curandera que combina su formación como enfermera con sus conocimientos de la obeah, la variante jamaicana del vudú caribeño; y Toni, un guapo cantamañanas que trabaja para la posse a su pesar.
En Hija de Legbara hay un trasfondo de crítica al sistema —tanto el cinismo de los políticos como la perversidad intrínseca del capitalismo son puestos en evidencia—, pero la novela es ante todo una entretenida historia de aventuras, una lectura ágil y agradable que se termina en un par de sentadas y cuenta además con un valor añadido: la presencia de zombies (no tal y como los concebimos desde que George A. Romero los reinventara a finales de los años sesenta en La noche de los muertos vivientes, sino como las carcasas humanas que fueron previamente descritas en La legión de los hombres sin alma y Yo anduve con un zombie) y otros seres procedentes de la mitología caribeña que apenas han sido explotados en la literatura de género que leemos en occidente. Original, divertida y muy recomendable.
Hija de Legbara (Apache libros, col. Pluma Futura, 2019)
Brown Girl in the Ring (1998)
Traducción: Arrate Hidalgo Sánchez y Maielis González Fernández
Tapa Blanda. 360pp. 18 €
Ficha en La tercera fundación